ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Milei (y Picouto)

- RUIZ-QUINTANO

MILEI es un personaje al que la socialdemo­cracia muerta llama fascista, porque para el cadáver socialdemó­crata fascismo es todo lo que parezca vivo. A Milei el gobierno socialdemó­crata español («mon cher cadavre!», dijo la Dudevant a Chopin) fue a decirle ‘drogadicto’, y cuando Milei contestó, el gobierno socialdemó­crata español pidió las sales desmayado como una marquesa de Serafín, gracias a lo cual, y por boca del pequeño ministro Albares, que saca pecho de palomo, uno ha sabido, después de medio siglo preguntánd­olo, que la ‘democracia española’ es la señora del presidente, lo que explica que Feijoo, a quien el pobre Perera brindó un torete la otra tarde en San Isidro, pidiera no hace mucho una Ley de Cónyuges de La Moncloa, que en realidad sería su Ley de Defensa de la Democracia a imitación de la muy fascista Ley de Defensa de la República.

Feijoo es gallego, como Picouto, paisano de Fernández Flórez (conocido en el nuevo periodismo cultural como ‘Fernando Flores’) y director de un diario que un día publicó una noticia que comenzaba así: «Dos salvajes que se dedican a cazar gatos con anzuelo…» Más un comentario reprochado­r. El mismo día, dos jóvenes se presentaro­n a él en la Redacción. «Es preciso rectificar ese suelto». «¡Nunca!», contestó Picouto. «Es preciso rectificar ese suelto o le saldrá muy caro –insistiero­n–, porque no se puede injuriar impunement­e al Ejército español». «¿Al Ejército español?» «Sí, porque nosotros somos militares». Llegaron, en efecto, las represalia­s. Hasta que, rendido, Picouto redactó otro suelto: «No eran dos salvajes, eran dos tenientes de Infantería los que hace una semana…» Sólo entonces le dejaron en paz. Todos los tenientes de infantería del socialismo batueco acusan hoy a Milei de atacar a España y a su democracia.

No quedan muchos Picoutos en la prensa, pero España sigue siendo ese país de pequeños personajes ridículos como los que nos gobiernan (en el Estado de Partidos gobiernan todos los partidos del consenso) y a los que Milei, un chisposo contraquin­o (de Quino), se les hace bola cuando, el mismo día de Miura en Las Ventas, se les despeina en Vista Alegre, la plaza que Olano le abrió al Ché en su excursión dominguera al Madrid del franquismo. La derecha es un descalzape­rros, y va desde el tuteo falangista del liberalio Rallo a Milei (Rallo es aquel Snoopy encaramado en el tejado de su caseta (blanca) que nos explica su proviso de Locke: «¿Cómo se puede ser modesto cuando se es el mejor?») hasta la admonición del obispo Munilla a Milei, a quien toma por otro Amadeo Llados de la vida porque condena la ‘justicia social’, un cuento que los eclesiásti­cos reclaman para la Iglesia, que consiguió que al menos una vez a la semana, los domingos, los ricos fingieran creer en el servicio dominical que los pobres heredarán un día la tierra.

La retórica de la justicia social nació para compensar la ausencia de democracia política.

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