ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
La gran odisea de entender lo que dice el Estado: «El lenguaje claro es un derecho»
La RAE acoge en su sede la primera convención de la Red Panhispánica de Lenguaje Claro
En el Salón de Actos de la RAE hay una alegoría de la Poesía, otra de la Elocuencia y un retrato de Cervantes. Bajo esas miradas se celebra la primera convención de la Red Panhispánica de Lenguaje Claro, un grito de guerra (sin violencia ni exclamaciones, se entiende) contra el oscurantismo de la jerga legislativa, judicial, burocrática, educativa, etcétera. Una reunión con ambición internacional e institucional, dado el cartel de ponentes, que clausurará esta tarde el Rey.
Santiago Muñoz Machado, el director de la Academia, abrió el encuentro recordando que la reivindicación del lenguaje claro viene de lejos, y que nació, seguramente, de la indignación de un ciudadano inglés que no entendía el prospecto de una medicina. Queja a queja, aquella protesta individual se ha convertido hoy en un movimiento de carácter global y transversal, que afecta a lo público y a lo privado. La oscuridad es ancha; el derecho a entender, un deseo todavía.
No es raro, comentó el jurista desde el atril, que ya el derecho romano estableciera que «el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento», pues siempre el hombre de a pie ha tenido problemas para entenderla. A lo largo de las ponencias esta certeza se confirmó a base de citas más o menos añejas, del Quijote a Ortega y Gasset, pasando por Voltaire, Montesquieu y Jeremy Bentham. Este último sentenció: «Las leyes son palabras (...) todo lo más precioso que tenemos depende de la elección de las palabras».
Fernando Galindo, secretario general del Congreso de los Diputados, empezó su ponencia pidiendo disculpas: «Ya les adelanto que voy a ser crítico con el trabajo que realizamos en el Parlamento. Es evidente y es innegable que la calidad del lenguaje en las últimas décadas se ha empobrecido enormemente. Decía Stendhal que todos los días, antes de ponerse a escribir, leía algún artículo del Código Civil Napoleónico para ganar frescura y naturalidad. Yo no creo que hoy por hoy haya ningún escritor que pueda decir lo mismo». Alicia Zorrilla, presidenta de la Academia Argentina de las Letras, señaló con guasa los vicios de la prosa jurídica: los gerundios estomagantes (o indigestos), los arcaísmos hasta en los tiempos verbales, el caos sintáctico que pretende ser barroquismo.
«¿Por qué se usa ‘presentara’ en lugar de ‘presentó’, ‘dijera’ en lugar de ‘dijo’? (...) Se usa ‘dar cumplimiento’ en lugar de ‘cumplir’, ‘tomar responsabilidad’ en lugar de ‘responsabilizarse’. Y se altera el orden sintáctico sin necesidad. Se dice ‘la demanda se promovió por el damnificado’ en lugar de ‘el damnificado promovió la demanda’», protestó. Luego leyó un contrato en el que a fuerza de evitar el punto y abusar del gerundio el redactor acababa diciendo que el dueño del piso que se iba a alquilar no se hacía responsable de los daños morales o los movimientos sísmicos que pudiera ocasionar su vivienda.
Francisco Marín Gastán, presidente del Tribunal Supremo, coincidió con Zorrilla, y añadió otro factor: el arte del cortapega. «En las sentencias ha alcanzado el grado de plaga», denunció. Se refería a que antes las citas a otras sentencias eran mesuradas y sintéticas, todo lo contrario que hoy. También cargó contra la concatenación de subordinadas sin piedad, algo que se hace «so pretexto de una pretendida altura o calidad técnica». Ignacio Sancho Gargallo, magistrado de la sala primera de lo civil del Tribunal Supremo, recordó aque
«Se sabe lo que hay que hacer para mejorar la comunicación, tenemos los instrumentos, falta que pongamos la voluntad»