ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Ser fiscal en España
MI madre era prima segunda de un chico que llegó a fiscal. Lo conocí, lo aprecié mucho. Su padre era peón caminero, un trabajo creado por Fernando VI y que en la posguerra debía de tener una magra remuneración. El peón caminero tenía asignada una legua (casi seis kilómetros) y era responsable de la conservación de la carretera o camino, y de sus arcenes, fueran de tierra, adoquinados o –muy raro en los espacios rurales– alquitranados. Naturalmente esa familia no tenía recursos para mantener a un hijo, que estudiara Derecho y, luego, preparara y aprobara unas oposiciones a las que se llega con veintinueve o treinta años cumplidos. Pero Daniel, el primo segundo o tercero de mi madre, llegó a fiscal, me imagino con qué mezcla de trabajos, becas, desvelos y esfuerzos. Hoy día, la preparación de las oposiciones a fiscal –tras licenciarse en Derecho– requieren casi cinco de años de dedicación, con una media de estudio de entre ocho y diez horas diarias, incluidos festivos, fiestas patronales, cumpleaños de familia, vacaciones, etcétera. Es raro aprobarlas al primer intento, porque se presentan casi 5.000 opositores y no suele haber muchas plazas, con lo que de cada cien aspirantes suelen alcanzar el éxito unos siete: el 93 por ciento tiene que seguir estudiando los cerca de cuatrocientos temas, preparándose para la próxima convocatoria.
Siento un gran respeto por los ‘Danieles’, entre los que se incluyen jueces, inspectores de Hacienda, notarios, registradores y abogados del Estado. Y ese respeto se vuelve desprecio profundo cuando observo que personas que han demostrado las virtudes más admirables de esfuerzo personal, dedicación y sacrificio, se comportan como sumisos criados, obedientes a los intereses de un partido, sobre todo cuando esos intereses son espurios, y ni siquiera obedecen a motivos ideológicos, sino al egoísmo y la soberbia de un jerarca circunstancial (todos los jerarcas son circunstanciales como todos los seres humanos somos mortales).
Los esfuerzos del fiscal general del Estado por convertirse en fiscal general del Gobierno han provocado su reprobación por instancias judiciales y el rechazo de instituciones tan democráticas como asociaciones de fiscales, jueces y abogados. Pero lo peor de todo ha sido que el carácter jerárquico de la Fiscalía ha puesto bajo sospecha previa a todos los fiscales ante órdenes presumiblemente prevaricadoras. Ensuciar una profesión tan digna es una hazaña que nadie antes había llevado a cabo con tanta contundencia. Y es la que me ha provocado esta melancólica nostalgia en el recuerdo de mi amigo, y casi familiar, Daniel, de su integridad, de su sentido del honor, del humilde orgullo de sus padres y, por cierto, de haberlo visto, más de una vez, con un ejemplar de este diario entre las manos. Y me alegra que no sufriera el castigo del prejuicio que hoy envuelve el riesgo de ser fiscal en España.