ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
La Reina que salvó en secreto el prestigio de España tras el desastre de Cuba en 1898
Doña María Cristina trabajó en la sombra para preservar el respeto del país
Resultó extraño que las conmemoraciones del centenario de la pérdida de las últimas provincias de España en ultramar, en 1998, no prestaran atención a Doña María Cristina de Habsburgo-Lorena. El papel de la Reina Regente, aunque desconocido, fue importante a la hora de superar la crisis que se generó en el país por el «desastre» de Cuba, pero los organizadores de los actos decidieron poner el foco en otros aspectos.
Ella había asumido el cargo en 1885, cuando Alfonso XII murió de tuberculosis y ella estaba embarazada del futuro Rey Alfonso XIII. Actuó como jefe de Estado hasta que su hijo cumplió los 16 años, en 1902. «Fue una de los mejores monarcas constitucionales de Europa», sentenció Lawrence Howel, prestigioso historiador y profesor de la Universidad de Harvard. En 1999, Carlos Seco, miembro de la Real Academia de la Historia, la describió así: «La prudencia intachable con que asumió sus deberes, dándole a la cosoberanía una interpretación favorable al otro poder soberano, y la austeridad con la que revistió su vida privada, la convirtieron en un modelo para la sociedad y aportó al trono un prestigio que le permitió prevalecer sobre la crisis nacional de fin de siglo».
Maria Cristina no lo tuvo fácil. Primero, porque llegó al país como la segunda esposa de Alfonso XII y este todavía daba muestras de amar a su antigua mujer, María de las Mercedes de Orleans. Segundo, porque al morir el Rey, sintió la más absoluta soledad en el Palacio del Pardo, puesto que era extranjera, viuda y estabataba embarazada del futuro monarca. Así tuvo que regir a un pueblo que desconocía, en uno de los peores momentos de su historia reciente.
Sin embargo, ella siempre tutuvo claro que su deber era servivir a España con el máximo respeto y por el bien de todos. No parecía importarle el poder por el simple hecho de ostentarlo y lo dejó claro cuando se definnió a sí misma como «un hilo enentre dos reyes» que debe contitinuar la misma política de su mmarido, que era liberal.
Ella no lo era, lo que hacía más meritorio su comportamiento. «Con esa premisa se atenía a dos objetivos: la conseservación de la Corona y el respeto absoluto a cuanto le exigían las normas constitucionales», explicaba Seco en ‘La Aventura de la Historia’. Así, su regencia caminó plácidamente dentro de la alternancia de poder consensuada por Cánovas y Sagasta. Sus enemigos no encontraron otro apodo que el de «Doña Virtudes».
En ese entorno se enfrentó a las guerras de independencia de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, con las que España se asomó al abismo. La Reina mostró sus cualidades al reunirse, en 1898, con Stewart L. Woodford, embajador de EE.UU. y hombre de confianza del nuevo presidente William McKinley.
En ese encuentro reflejó a la perfección su personalidad, si atendemos a las palabras del diplomático americano en su informe: «La Reina dijo que anhelaba la paz para su desgraciado país, que creía que usted también y que le agradecía un esfuerzo en ese sentido » . Pero añadió, dando muestras de contundencia: «Aplastaré cualquier conspiración contra España: no le quepa la menor duda».