ABC - Viajar

Cuando la devoción se curte con arte

La Pasión a orillas del Pisuerga destaca por la sobriedad de las procesione­s y por la belleza y calidad de sus pasos, obras de los mejores imagineros de todos los tiempos

- POR M. GAJATE

ala 1: un Cristo atado a la columna refleja la perfección anatómica. Firmado por la gubia de Gregorio Fernández, la leyenda cuenta que el protagonis­ta se le apareció al acabar la talla para decirle: «Que bien me viste que tan bien me retrataste». Sala 2: la «zapatones», la «señora» de Valladolid, la Virgen de las Angustias. Dicen que Juan de Juni consiguió un gran realismo al inspirarse en el dolor de su hija afectada por una grave enfermedad. Sala 3: la devoción policromad­a. Nuestro Padre Jesús Nazareno, de la Escuela Castellana, cuyo besapies es un goteo incesante de fieles entregados. Son tres de las paradas de un recorrido por uno de los museos vivos más grandes del mundo, aquel que en Semana Santa toma las calles a orillas del Pisuerga.

Así, entre el 25 de marzo y el 1 de abril los interesado­s están convocados a presenciar en Valladolid esta consolidad­a exposición anual de obras de los mejores imagineros de todos los tiempos. Piezas que durante el año duermen en templos o en el Museo Nacional de Escultura –que acoge en la ciudad los tallas de la Edad de Oro de este arte– y que durante una semana salen de su cobijo para bailar en las calles al ritmo de la sobriedad de la Pasión castellana y también para exhibirse en las sedes de las Cofradías que los sacan en procesión y que los suelen tener estos días a la vista de todos. La costumbre manda el Jueves Santo hacer la ruta de las iglesias, en las que la tradición marca la visita a un total de siete.

El realismo, la belleza y la calidad de las tallas es el signo de identidad que define a la Pasión vallisolet­ana, declarada de Interés Turístico Internacio­nal, que se prolonga oficialmen­te desde el Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrecci­ón. Sin embargo, estas piezas no brillarían igual sin el cuidado detalle de cada procesión, mimada desde el primer minuto hasta la retirada de los pasos a las iglesias al emocionant­e ritmo de la marcha real o el himno nacional, y la entrega, el fervor y la dedicación de los miles de cofrades que bajo el capuchón, a cara descubiert­a o con el paso a cuestas salen en procesión en Semana Santa.

Precisamen­te en un lugar en el que la estética y la calidad manda, todo empieza el Domingo de Ramos con un paso de cartónpied­ra, antiguamen­te todos lo eran así y ac-

Stualmente es el único en el que la madera no es la principal materia prima. A los niños no les importa. La Borriquill­a es su favorita y así lo demuestran en una mañana en la que todos estrenan una prenda en la ciudad, que se esconde bajo un manto de palmas al ritmo de las carracas que se venden en los puestos instalados en la calle para la ocasión.

Otro de los días clave es el Martes Santo. Por la tarde tiene lugar uno de los momentos más emotivos de la Pasión, sobre todo para el público local, incondicio­nal cada año. Se trata de «El Encuentro», en el que la talla de la Virgen de las Angustias a hombros de los cofrades alcanza al Cristo camino del Calvario ante la atenta mirada de cientos de personas que se agolpan en la Plaza de Santa Cruz.

El Jueves es la jornada más confluida. Hasta diez procesione­s salen ese día a la calle y varias coinciden en el centro a la vez. Menos una que sale por la mañana, todas se suceden entre última hora de la tarde y hasta bien caída la noche en una sobriedad absoluta. Y es que el silencio se apodera del asfalto bajo la luna para dejarles paso en su solemne recorrido.

El Viernes Santo es el día grande, con dos de los principale­s atractivos de la Pasión pucelana. El primero tiene lugar por la mañana y es uno de los más populares, se trata del Sermón de las Siete Palabras que, salvo que llueva, convierte a la Plaza Mayor de la ciudad en

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