La primera gran feria
on la llegada de la primavera, un año más, las « veles e vents » que cantó Ausias March nos empujan felizmente a «mos desigs complir», llevándonos a Valencia, a las Fallas y a los toros: la primera gran Feria de la temporada, la que comienza a marcar su signo.
Cada Feria refleja el carácter de sus aficionados. La de Valencia es jubilosa, apasionada, muy cariñosa con los toreros, que tanto suelen apreciarla.
Los huertanos siguen llegando en tren a una estación adornada con preciosas placas de cerámica, en las que no faltan las naranjas doradas ni las bellezas valencianas. A un paso de ella, en pleno centro, la Plaza de Toros: « El coliseo de la calle Ruzafa » , decían los viejos revisteros.
Su historia es muy rica: en ella se presentó como novillero Juan Belmonte; Marcial Lalanda, « el más grande » , sufrió las iras del público, por la muerte del valenciano Manolo Granero; triunfó con su for-
Cma de descabellar Vicente Barrera; compitieron Luis Miguel y Ordóñez, en lo que Hemingway llamó « el verano sangriento » ; triunfaron Paco Camino, «el niño sabio», y el joven maestro José María Manzanares padre. Luego, la revelación deslumbrante del jovencísimo Enrique Ponce, cuando mató seis toros, en una tarde de tormenta; el estallido popular de El Soro, como una « mascletá » ; la personalidad vertical de Vicente Barrera; la finura de Manolo Carrión; los éxitos de Manolo Montoliú y José Mari Manzanares hijo; ahora mismo, la ilusión por Román…
Vuelvo a Valencia y me acuerdo de los amigos con los que he compartido hermosas tardes de Fallas: El Choni y Reus, Ángel Luis Bienvenida y Vicente Zabala padre, Paco Brines. Y, en la noche de la cremá, invitados por Rita Barberá, los geniales Tip, Alfredo Landa y Fernando