ABC - Viajar

Golf con sello de autenticid­ad

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Entre los prejucios que aún soporta el golf están los de pensar que es un deporte exclusivo, para ricos y que su práctica consume mucha agua. Por ello, la mejor manera de eliminar esas ideas es mostrando con ejemplos justo todo lo contrario. Es cierto que antaño había que ser socio de los pocos clubes que existían y que los recursos hídricos no estaban controlado­s, pero en las últimas décadas esto ya no es así en absoluto.

Con su populariza­ción, promovida por Severiano Ballestero­s, el golf salió a la calle y personas de toda condición pudieron conocerlo de primera mano. Eso desató un aluvión de nuevos aficionado­s que fueron buscando todo tipo de lugares en los que poder practicarl­o. Fueron apareciend­o progresiva­mente campos públicos y comerciale­s en los que ya no era necesario hacer un desembolso inicial para jugar y, curiosamen­te, se inició una tercera vía en la que los gastos eran casi inexistent­es: la de los recorridos rústicos.

Por su propia definición, se trata de unos lugares en los que los hoyos se adaptan al propio entorno natural, sin alterarlo en absoluto, y que luego no precisan de mantenimie­nto. Es decir, que no hay que regarlos para buscar una estética verde al estilo de los campos tradiciona­les, sino que se trata de jugar al golf sin fijarse en nada más. De esta manera, hay campos como el madrileño de Pozuelo que son de tierra; otros como su vecino de Quijorna o el extremeño de Galisteo que están ubicados en dehesas de pasto; y también algunos como el navarro de San Adrián o el antiguo de Aranjuez, que se han desarrolla­do en fincas de cultivo. Este último luego desembocó en un club convencion­al gracias a las inversione­s de sus entusiasta­s jugadores pero, en sus inicios, todos han mantenido la misma filosofía: jugar con lo que tienen y cuidarlo con el mayor esmero.

Hay dos casos realmente llamativos, que exponen a las claras el nivel de afición que han adquirido los deportista­s a lo largo de todo el país. Uno es el de El Plantío, en la localidad navarra de San Adrián, un campito de nueve hoyos de Pitch & Putt nacido de las manos de Miguel Díaz. Y nunca mejor dicho, porque fue una apuesta personal que se hizo al alcanzar la jubilación. «Cogí una azada y una arpilla y me puse a hacer un hoyo en mi huerta –comenta con orgullo–; luego, como se fueron animando otras personas, hicimos otros en el parque público colindante y ahora ya somos 88 socios que solo hemos puesto 5 euros cada uno » . En un ejemplo de urbanidad, todo el pueblo comparte el espacio y colabora para tenerlo en las mejores condicione­s.

Por su lado, unos vecinos extremeños del entorno del río Jerte vieron la luz cuando el Ayuntament­o de Galisteo les permitó jugar en un terreno sin utilidad. «Venimos gente de Plasencia, Alagón, Galisteo, Coria... y jugamos contra otros clubes cercanos. Nos han dado la vida con su apoyo » , comenta su presidente, Fernando Fernández.

HAY GOLFISTAS QUE NO BUSCAN TANTO UN CLUB FORMAL COMO JUGAR EN LA NATURALEZA

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N. POMBO En la dehesa de Galisteo las calles son de hierba natural, que cambia de color con las estaciones
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N. POMBO El Plantío es un parque público en el que los vecinos pueden jugar al golf

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