ABC - Viajar

El gran libro de la selva

- POLY MARTÍNEZ

Océano Pacífifico CaCari bribe MarMar Parque Nacional de Chiribique­te Ec ua do r Perú

El jaguar nos elude. Después de trepar por una loma inclinada, en medio de la esplendoro­sa vegetación y la humedad de la selva amazónica una colonia de abejas se interpone en el camino, segurament­e más feroces que el gran gato de América. Imposible pasar, nadie intenta trepar esos otros dos niveles que coronan el Cerro Azul, el tepuy de la serranía de La Lindosa, parte del Parque Nacional Natural de Chiribique­te, declarado el 1 de julio Patrimonio de la Humanidad. Arriba, en la roca, descansa la imagen del jaguar tal como fue pintada hace más de 20.000 años por los indígenas karijonas. Delineado en rojo con una tintura similar al óxido de hierro utilizado en Altamira, el jaguar es el más importante de la cosmogonía indígena y por eso se repite muchas veces en los más de 70.000 pictograma­s que tiene esta inmensa galería al aire libre, tal vez la concentrac­ión de arte rupestre más rica del mundo. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, viajó hasta el lugar el pasado 3 de julio para celebrar la declaració­n de Venezuela Brasil la Unesco y ampliar Chiribique­te en un millón y medio de hectáreas, dejándolo de 4.3 millones de hectáreas y como el parque natural de selva húmeda más grande del mundo, equivalent­e al territorio de Dinamarca, cercano al de Aragón o Extremadur­a.

Lo increíble es que Chiribique­te fue descubiert­o hace solo 30 años, como por arte de magia de la propia selva. El antropólog­o Carlos Castaño-Uribe se lo tropezó mientras huía de una tormenta que acosaba a la avioneta en la que viajaba a Leticia, al sur del país. Esta formación geológica, de las más antiguas del continente, fue punto clave para el poblamient­o de Suramérica y el origen de la cosmogonía continenta­l relacionad­a con el jaguar.

Es un lugar sagrado y como todo lo sagrado, guarda una historia cifrada. En esta «maloca del padre jaguar», el ombligo del mundo para las comunidade­s nativas, se estima que habitan seis comunidade­s indígenas no contactada­s. Ese es uno de los motivos de fuerza para mantener a Chiribique­te bajo llave. Allí habita el 70% de los mamíferos, el 40% de los anfibios, 51% de los reptiles y 70% de los peces continenta­les de Colombia. Y de este país, catalogado como el más rico en aves del mundo, acoge al 35% de las especies. Como si fuera poco, Chiribique­te almacena más de 450 millones de toneladas de carbono en la copa de sus árboles, que pueden llegar a medir hasta 20 metros de altura. Con la ampliación del parque quedó protegido el 60% del agua superficia­l que le surte a la Amazonía.

¿Cómo cuidar tanta riqueza? Parte de la respuesta está en los 21 resguardos indígenas que colindan con el parque y sirven de muro de contención. Sin embargo, el reto mayor está en la real presencia del Estado, en un trabajo comunitari­o de protección y respeto para evitar que los males del mundo moderno destierren al jaguar de Chiribique­te y lo borren para siempre de la llamada Capilla Sixtina de la Amazonia.

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Cascada en un tepuy del parque SAN JOSÉ DEL GUAVIARE, COLOMBIA
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Una montaña en el Parque Nacional Chiribique­te
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Colombia

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