Palencia
El fuero de Brañosera es el documento que regula la convivencia más antiguo de España
Quizá nunca hayan oído hablar de Brañosera, pero es el municipio más antiguo de España y, si me apuran, de Europa. Sus orígenes hay que buscarlos en el lejano 13 de octubre del año 824. En tal fecha y lugar, el conde Munio Núñez, un Señor de la guerra en lucha contra los sarracenos, y su esposa Argilo –la mujer ya concedía y firmaba en igualdad de condiciones con su marido en el siglo IX– otorgaron a las cinco familias que se habían asentado allí el llamado Fuero de Brañosera, la primera Carta Puebla de que se tiene noticia en nuestro país. Fue un hecho sin precedentes, por el que los condes concedían a quienes allí se asentaran una extensa zona de tierras, denominada Braña Osaria por su abundancia en osos, para ser administradas mancomunadamente. En un principio sólo fueron cinco familias, pero el acto tuvo una importancia extraordinaria, ya que nunca antes un plebeyo había poseído tierras en la península. El proclamado Fuero, que otorgaba derechos de ciudadanía y propiedad mancomunada a todos los ciudadanos de Brañosera y a sus descendientes, no sólo supuso una auténtica revolución social en la época, sino que se convirtió, sin pretenderlo, en un atisbo de Carta Fundacional del futuro reino de Castilla.
Brañosera es un pueblecito de cuidadas casas de piedra que se alinean desordenadamente a ambos lados de la empinada y culebreante carretera, encastradas entre verdes praderíos y abrigadas en un cuenco de imponentes bosques. Al fondo, se yergue la sierra de Híjar, amenazante y protectora por igual. Para llegar allí hay que enfilar el valle de Santullán, salpicado de difuntas minas de carbón, atravesar el pueblo de Barruelo de punta a punta y seguir subiendo por la carretera que lleva a la sierra a través de La Pedrosa, un bosque de hayas y robles centenarios de una belleza incomparable, que en esta época del año ofrece un espectáculo cautivador, con las hojas del otoño componiendo una sinfonía inacabada de ocres cambiantes que inunda el ánimo de alegría. Y, créanme, no son solo colores, son sensaciones que iluminan el alma.
Desde lo alto de la carretera que serpentea dolorosamente por la montaña, buscando una salida natural hacia Cantabria, por los mismos caminos que transitaron en la antigüedad romanos, cántabros y astures, y por donde llegaron los primeros foramontanos, las casas de piedra y los rojos tejados