Ecos del centenario del paraíso de los Pirineos
«Un templo mucho más bello que cualquier otro hecho por manos humanas», escribió John Muir, naturalista y explorador, considerado «padre» de los parques nacionales de Estados Unidos. Lo dijo de Yosemite, en la Sierra Nevada californiana, pero su reflexión es aplicable a Ordesa –la belleza y arquitectura de ambos espacios naturales tienen mucho en común–, y nadie que haya disfrutado alguna vez de este paraíso pirenaico se atreverá a desmentirlo. El parque nacional oscense celebró en 2018 el centenario de su creación, pero los ecos llegan a 2019, donde sigue activa la agenda (ver ordesacentenario.es). Ordesa y Monte Perdido es un parque de todas las estaciones y de todos los años, da igual las veces que se visite, cada mirada es nueva, sorprendente. Lo es sobre el valle que le da el nombre, una hoz gigantesca labrada a través del tiempo geológico, con un magnífico hayedo que abraza los saltos de agua y un imponente circo glaciar; sobre las rasgaduras de Añisclo o de Escuaín –menos conocidas por los visitantes–, sobre los muros vertiginosos de Pineta, sobre el polo de las Tres Sorores que culminan la sucesión de chapiteles, pináculos y cúpulas de piedra. Y también sobre los maravillosos pueblos de su entorno, Aínsa, Tella, Fanlo, Broto, Torla, Bielsa y otros, o el majestuoso vuelo del quebrantahuesos.