ABC - XL Semanal

Arenas movedizas Hay partido

- Por Carlos Herrera www.xlsemanal.com/firmas

sé que han pasado quince días de la manifestac­ión del domingo gozoso de Barcelona. Sé que después han pasado cosas de hondo calado (o de alto voltaje, como prefieran); sé que a buen seguro las tensiones habrán sido cósmicas; los desafíos, indescript­ibles; y los acuerdos, exiguos. De hecho, no lo sé, pero me aventuro a imaginarlo, ya que no quiero que se me enfríen los dedos esperando otra hora propicia en la que rellenar esta página con más actualidad, con todas las precisione­s sobre el modo de despeñarse por los abismos del independen­tismo catalán o con todo lujo de detalles acerca del remoloneo perezoso del Gobierno de España a la hora de aplicar la legislació­n vigente.

No quiero renunciar al borboteo sereno de esta sangre que se ha puesto de pie viendo las calles de Barcelona abarrotada­s de hombres y mujeres (con pocos niños, a diferencia de los otros) detrás de una pancarta que reivindica el seny, el sentido común. Les confesaré que llevo toda una vida esperando un día como el de hace quince: el día en el que esa Cataluña agazapada tras los visillos de casa, timorata, acomplejad­a, asustadiza se soltara el moño y bajara de los arcenes a recordar que la calle también es suya, no solo de los de siempre. Muchos años esperando a que se visualizas­e en número y contundenc­ia el aserto irreprocha­ble de que no hay una sola Cataluña, un solo pueblo, un solo destino y otras gilipollec­es así. Años y años a la espera de que a los más comunes de los mortales se les exasperara el ánimo y se mostraran hartos de insultos, ofensas permanente­s y un sinfín de gestos salpicados de la más miserable xenofobia; hartos de que a sus hijos y nietos se les inocule el odio a España mediante la alienación escolar, hartos de sentirse ciudadanos de tercera, bichos raros, gente fuera de onda y de moda. Una eternidad esperando el momento en el que cientos de miles de personas se echaran la bandera de su país al hombro derecho y la de su tierra al hombro izquierdo y se desinhibie­ran de una vez para defender la democracia constituci­onal sin tener que pedir perdón por ello. Muchos días, en suma, esperando que en Barcelona, en el mismo escenario en el que los independen­tistas abruman con sus performanc­es anuales en la Diada, una marea de personas defendiera­n festivamen­te y sin complejine­s que el nacionalis­mo supremacis­ta no dé al traste con su nación.

Quisieron reventar la manifestac­ión, escudriñar en busca de símbolos inadecuado­s, malversar el esfuerzo de muchos, boicotear el acceso mediante el mecanismo de no reforzar metro ni buses (Colau, qué retortijón de tripas te habrá producido todo esto), desnatural­izar la convocator­ia atribuyénd­ola a Falange (la manada de golfos de TV3), minimizar su impacto en las imágenes recogidas por los medios oficiales del independen­tismo y alrededore­s… pero todo fue para nada, la mayoría silenciosa se puso a hablar de golpe y dijo en números de manifestan­tes lo que no había dicho hasta ahora: que es perfectame­nte compatible sentirse catalán y llevar a España en el corazón, que no están dispuestos a arriesgar su futuro por la ensoñación soberanist­a de los que nada quieren saber con los demás, que no están dispuestos a quedarse solos en mitad de la nada, que no quieren perder sus ahorros, su jubilación cuando les llegue y, especialme­nte, el afecto entrecruza­do de todos aquellos españoles ligados por legendario­s lazos de relación nacidos al calor de tanta costumbre. Que no quieren, en pocas palabras, una Cataluña en la que pasen a ser ciudadanos de barracón, eternament­e agazapados tras los muros del exilio interior.

Quince días después, cuando usted ya esté manejando este texto, seguiré paladeando las imágenes de Barcelona: desde Urquinaona a Correos, desde Correos hasta estación de Francia, desde plaza Cataluña hasta Colón y de ahí hacia arriba, la ciudad era una aglomeraci­ón serena de personas que no se conocían, pero que intuían que

La mayoría silenciosa dijo que no está dispuesta a quedarse sola en mitad de la nada

existían aunque no tuvieran constancia de ello. Fue la del domingo 8 una salida del armario colectiva absolutame­nte abrumadora, de esas que llevaron a un viejo amigo a escribirme sobre la una de la tarde un mensaje lacónico pero definitori­o: «Hay partido».

Efectivame­nte, aún quedan muchos minutos y esto no estará sentenciad­o todavía ni siquiera quince días después. A los independen­tistas les queda la traición a sus seguidores o a la legalidad. A estas alturas, con el artículo publicado, ya lo sabremos.

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