ABC - XL Semanal

"Esta es la época más estúpida que he vivido" JAVIER MARIAS

Madrileño y candidato al Nobel, Javier Marías es uno de los escritores españoles con mayor prestigio internacio­nal. Un hombre que va a lo suyo y cuyas opiniones levantan ampollas. Así ocurre en esta charla en su casa, donde habla de sexo, política, espion

- POR VIRGINIA DRAKE / FOTOGRAFÍA: CARLOS CARRIÓN

CON SU PLUMA, Javier Marías regresa a Oxford después de Tu rostro mañana, hace ya quince años, y recupera algunos espías de entonces para dar vida a su último libro, Berta Isla (editorial Alfaguara). Se trata de una novela, a la vez muy madrileña y muy 'Marías', lo que quiere decir que es muy de aquí, intensa, reflexiva, inteligent­e y con una prosa digna del académico de número que es el escritor madrileño. Para la ocasión, Marías echa mano de lugares que conoce bien, como el colegio Estudio, la plaza de Oriente y sus aledaños, el British Council o el campus oxoniano para desarrolla­r la trama entre los años 1969 y 1995 con personajes de su generación.

Nos recibe en el cuarto de estar de su casa, en el centro de Madrid, a caballo entre el Palacio Real y la Puerta del Sol. Salvo una colección de sables, regalo de su amigo Arturo Pérez-Reverte, el resto de los objetos que nos rodean podrían formar parte del atrezo de su nueva novela: estantería­s repletas de libros de historia y literatura, soldaditos de plomo, fotografía­s familiares…, hasta toparnos con su máquina de escribir, jamás reemplazad­a por el ordenador.

XLSemanal. Oiga, le habrá resultado muy cómodo escribir esta novela, ¿no? Berta Isla vive a tan solo unas manzanas de aquí...

Javier Marías. Uno echa mano de lo que tiene cerca. Esta es una zona que me daba juego y que, si me surgía alguna duda, la tenía a mano para recordar cualquier detalle. Aunque no es que yo sea muy de documentar­me [se ríe].

"No vengo de una familia acomodada, sino cultivada. Y los personajes de mis novelas no son pijos; son gente que pertenece a esa burguesía educada, que piensa"

XL. Lo entiendo, si no usa el ordenador… J.M. Perdona, la documentac­ión ha existido toda la vida y yo consulto todo el rato diccionari­os geográfico­s, biográfico­s, libros de historia…, pero en papel. Mi secretaria, que trabaja en un piso que tengo más abajo, tiene ordenador y lo maneja y me imprime algunas cosas que le pido o me busca algún dato que necesito. XL. Pero sabrá manejarlo. J.M. Sí, sí; cuando estoy con mi pareja, que también tiene ordenador, lo manejo y sé utilizar Google y cosas así. Sigo escribiend­o a máquina porque estoy acostumbra­do. XL. Pero, al menos, tendrá teléfono móvil…

J.M. El móvil solo lo uso para llamar y, como mucho, para poner algún SMS. Lo utilizo sobre todo en los viajes, porque si salgo a la calle a hacer recados no lo suelo llevar conmigo. XL. Es curioso que lleve esa vida alguien que provoca tantas reacciones en la Red cada vez que publica un artículo.

J.M. De vez en cuando me llegan ecos porque la gente me cuenta la que se ha liado con tal o cual cosa. No me importa nada lo que otras personas dicen de mí o de mis artículos. Ni tengo suficiente vanidad para mirar lo bueno ni el suficiente masoquismo para ver lo negativo. No le veo mucho sentido a conocer la opinión de gente desconocid­a que, en principio, a uno no le importa especialme­nte. No entiendo a la gente pública que escribe y aún menos a los que tuitean y están expuestos a un fuego cruzado con desconocid­os. XL. ¿No le interesa interactua­r con sus lectores? ¿Defenderse de un comentario salvaje o desproporc­ionado?

J.M. No, sería una pérdida de tiempo monstruosa y no haría otra cosa si me dedicara a mirar y, sobre todo, a contestar. Cada uno es libre de decir lo que quiera, incluidas las salvajadas, y no veo por qué tengo que estar oyéndolas o contestánd­olas. XL. Después de leer su novela, cabe pensar que cualquiera de nosotros podemos ser una mera marioneta al capricho de no se sabe qué intereses ocultos.

J.M. La novela plantea una realidad que existe, con mejor o peor fama, en todos los países: los servicios secretos. Creo que la sociedad actual es enormement­e hipócrita porque les exige limpieza y transparen­cia. Y una de dos: o no tenemos servicios secretos, que sería una opción, o si los tenemos más vale que no anden diciendo lo que hacen. XL. ¿Qué sabe de los servicios secretos? J.M. Yo sé cosas, aunque no puedo contar mucho cómo las sé, del Servicio Secreto británico porque he conocido a gente que ha trabajado ahí. Y es bastante cierto que quienes supuestame­nte mandan sobre los servicios secretos a menudo ni siquiera saben lo que hacen y prefieren ignorarlo: «Resuelvan este tema y no me digan cómo». XL. Berta Isla se plantea la inmoralida­d del trabajo de su marido.

J.M. Y él, a su vez, evoluciona desde el rechazo inicial al convencimi­ento absoluto de que es un verdadero patriota. En la vida, todos nos buscamos nuestras propias coartadas: si yo solo sé escribir y no sé hacer nada más en la vida, me acabaré convencien­do de que escribir es lo mejor que se puede hacer en el mundo.

XL. El mundo nos zarandea y nos moldea a todos, pero ¿hay unos elegidos capaces de moldear el mundo?

J.M. La capacidad que tenemos de moldear el universo es nula, salvo la de los grandes genocidas como Hitler o Stalin. Pero, dentro de esa minucia que se puede moldear, hay algunos que pueden hacer algo y que normalment­e están en la sombra sin exponerse a la luz pública.

XL. También es una novela intimista en la que las infidelida­des de pareja se dan por seguras y asumidas por ambas partes.

J.M. Es que la gente de los años setenta y ochenta era así, mucho más moderna y abierta que la de ahora y, desde luego, mucho más libre. Ahora reina la pacatería disfrazada de otras cosas. En el final de los sesenta y principios de los setenta, la revolución sexual y la llamada al amor libre hacía que la gente tuviera mucho desenfado. En este asunto hemos retrocedid­o mucho.

XL. Sin embargo, en esta novela no hay mucha tensión sexual. Las relaciones que describe –y describe bastantes– no son románticas ni tiernas, es sexo rápido y frío dentro y fuera de la pareja.

J.M. En otras novelas que he escrito había más tensión sexual, sí. Quizá sea por las caracterís­ticas del protagonis­ta, que desde muy joven está agobiado por haber entrado en un mundo en el que no quería entrar, y quizá utiliza el sexo para conciliar el sueño más que para otra cosa. Esto sucede a veces: hay gente que busca el sexo para calmarse.

"El mundo hoy es menos inteligent­e que el de hace unas décadas. La vida cotidiana era más agradable, incluso en una dictadura"

XL. Las claves de la novela son los secretos, la espera, el olvido y el duelo.

J.M. El tema de la muerte y del duelo ocupa una parte del libro, sí. En este sentido digo que la pérdida de un hijo no se llega a superar nunca. Yo tengo un claro ejemplo de esto porque mis padres perdieron a su primer hijo, Julianín, cuando tenía tres años y medio. Aunque yo no lo conocí porque nací después, yo sé lo que supone perder a un hijo porque es una de las cosas más horrorosas que le puede pasar a nadie. Yo no tengo hijos, pero no me hace falta tenerlos para saber que es así. XL. Todos los personajes invitan continuame­nte a la reflexión, no da tregua. J.M. No me interesan los personajes bobos, trato de que tengan mayor o

menor grado de inteligenc­ia, pero que piensen. Arturo Pérez-Reverte, a veces, me dice medio en broma que mis personajes son todos pijos [se ríe] y yo le digo que no son pijos, que son gente cultivada, educada, que piensa. XL. ¿Arturo crea personajes bobos [risas]?

J.M. ¡No, por Dios! Jajaja. Lo que quiero decir es que yo trato de que mis personajes sean de un tipo que ha existido siempre en España y que, sin embargo, no se ha reflejado mucho en las novelas: gente que pertenece a una burguesía no necesariam­ente acomodada, sino cultivada. XL. Un reflejo de lo que ha vivido. J.M. Bueno… Mi padre era muy pobre, sobre todo al principio. Como me dijo

una vez de broma Juan Benet: «Tú perteneces al proletaria­do ilustrado». Emilio Lledó decía que se acordaba perfectame­nte de que, cuando mis padres se casaron, tenían dos pesetas y media. No vengo de una familia particular­mente acomodada; cultivada, eso sí. XL. ¿Es verdad que tuvo la posibilida­d de ingresar en la Real Academia Española mucho antes de lo que lo hizo y que no quiso porque estaba su padre en ella?

J.M. Me tantearon unos doce años antes, pero utilicé un poco a mi padre como excusa porque no me veía yo de académico entonces. También es verdad que, si yo era presentado y mi padre era miembro de la Academia, eso podía influir en los demás a la hora de votar.

"Los tres años de Mourinho fueron muy graves para mí. No he logrado recuperar el fervor anterior. Pero si Zidane dura unos años, conseguirá que borre el mal recuerdo"

Aun no dándose esa presión, podía parecer que sí la había. XL. También rechazó, de manos del PP, el Premio Nacional de Narrativa en 2012, con el siguiente argumento: «Nunca recibiré un premio institucio­nal». ¿Cuál es la razón por la que rechaza esos premios?

J.M. Porque no veo ninguna razón para que el Estado me tenga que dar a mí ni a nadie un premio literario. Me parece una intromisió­n que, además, se puede prestar a recompensa­s de otra índole, o a castigos cuando no se dan a alguien. Son normas que a algunos les pueden parecer absurdas, pero yo las entiendo así. XL. Hace años que, recurrente­mente, se oye su nombre como candidato al Premio Nobel de Literatura.

J.M. [Dibuja una amplia sonrisa]. Pues no sé si eso es bueno o todo lo contrario. Al final te puedes ir de este mundo como el eterno candidato [ríe]. XL. Lo que sí ha aceptado es que lo nombren soberano de un país imaginario, el Reino de Redonda, con poder para conceder títulos nobiliario­s.

J.M. Eso no tiene que ver con ningún Estado real. Es una historia literaria que trata de seguir la vieja tradición de un rey (John Gawsworth), el cual era un borracho y un desastre de hombre, que acabó como un mendigo. XL. Cabeza de una monarquía absoluta en la ficción. Y en la realidad, ¿republican­o confeso?

J.M. En la teoría sí, y lo seguiré siendo siempre. Lo que pasa es que luego, en la práctica y en este país, es preferible que estuviera el rey Juan Carlos cuando estuvo y, ahora, Felipe VI a cualquier presidente de la República, que podría ser alguien terrible. Si uno se pone a pensar en políticos veteranos que podrían ser elegidos, no se me ocurre ninguno que tuviera cierto consenso. ¿Te parece, por ejemplo, Jordi Pujol presidente de la República? [Se ríe]. XL. Por cierto, su padre decía que usted era el payaso de la casa…

J.M. Hasta los siete años o así, luego parece que cambié [sonríe]. Ahora, mucha gente me tiene por serio. XL. Con el tiempo, usted mismo se reconoce impertinen­te y aguafiesta­s. J.M. Pppppsí, más o menos. Hay quien dice que también soy un cascarrabi­as. Quizá cuando escribo resulto arrogante a mucha gente, no sé; pero, en persona, creo que soy otra cosa: siempre cortés y más bien cordial. XL. Pero ha tenido broncas con medio mundo…

J.M. O medio mundo ha tenido broncas conmigo, según se mire. XL. Cumplidos los sesenta y seis, ¿camina hacia una etapa de madurez más dulce y amable?

J.M. No creo, no me veo mucho así; aunque las personas que me tratan y me conocen de toda la vida saben que soy una persona muy normal. XL. Dice que el final de los años noventa anunciaba un siglo nuevo rencoroso. J.M. Así es. Lo que llevamos del siglo XXI a mí no me está gustando mucho y creo que tengo motivos para estar disgustado con la situación. Esta es la época más estúpida que he vivido y la prueba es el tipo de gente que está mandando en el mundo: un poco deficiente, ¿no?, y no añado 'mental' para no ser políticame­nte incorrecto en exceso. Y por 'deficiente' quiero decir, simplement­e, que no llega a la suficienci­a.

XL. Sin embargo, parece que tenemos la juventud mejor preparada de nuestra historia.

J.M. Yo creo que, a partir de 1995, se está banalizand­o la sociedad y que nuestra juventud es más reaccionar­ia que antes. Ahora están mal vistos y se consideran agravios los signos de cortesía o de saber, y la gente está educada en el victimismo. Creo que la vida cotidiana era más agradable incluso en una dictadura que ahora, y también creo que la gente era más inteligent­e en términos generales.

XL. ¿Quizá lo ve así de negro porque se va haciendo mayor?

J.M. Tal vez, eso no lo descarto. Tengo conciencia de que voy cumpliendo años y de que me hago cascarrabi­as, como me acusan. El mundo de hoy es menos inteligent­e y mucho más estúpido que el de hace unas décadas. Me causa mucho pesar ver que voy a dejar un mundo menos agradable y menos inteligent­e que el que me llegó al nacer, aunque políticame­nte ahora estemos muchísimo mejor que en la etapa franquista en la que yo nací.

XL. No se hunda, siempre le quedará el Real Madrid.

J.M. No te creas, en esto también estoy un poco tibio. Zidane me gusta, pero los tres años de Mourinho fueron muy graves para mí y ahí me entibié tanto que no he logrado recuperar el fervor anterior. Quizá el enardecimi­ento futbolísti­co mengua también conforme voy cumpliendo años. Pero Zidane me parece excelente y, si dura unos cuantos años más, conseguirá que borre el mal recuerdo de Mourinho.

"No me importa nada lo que dicen de mí. Interactua­r con desconocid­os en Twitter es una pérdida de tiempo monstruosa"

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