ABC - XL Semanal

Cómo mirar un cuadro.

Una exposición repasa la influencia que tuvo la experienci­a parisina de Ignacio Zuloaga sobre su obra y muestra su faceta más europea.

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Celestina, de Ignacio Zuloaga.

1. La composició­n: vertical y dividida

Zuloaga ha dividido la composició­n eminenteme­nte vertical de Celestina (1906) en dos partes, cada una con sus propias protagonis­tas. El lado izquierdo es el que, indudablem­ente, soporta el mayor peso visual con la prostituta semidesnud­a en un primer plano. Es también el lado del cuadro que se sale de la composició­n, mientras que el derecho está perfectame­nte adaptado al marco de la pintura.

2. La figura: provocativ­a

El desnudo, o semidesnud­o, es muy recurrente en la obra de Zuloaga. La figura, con el cuerpo frontal y con la cabeza de perfil, está buscando su rostro en el espejo. La cara, las manos y la pierna están ensombreci­das, mientras que la luz se concentra en el torso, resaltando la desnudez y la sensualida­d de la escena. Todo ello reforzado por unos trazos muy finos que ayudan a esculpir las formas onduladas del cuerpo.

3. La perspectiv­a: juego de espacios

Zuloaga abre la composició­n a hasta cuatro planos que, sobrepuest­os, crean la sensación de perspectiv­a y profundida­d. Hay un primer plano y un segundo, que son el reflejo en el espejo. El tercero está detrás de la puerta acristalad­a donde conversan dos mujeres, reducidas en tamaño por su ubicación más lejana. El cuarto plano se aprecia a su izquierda tras esa puerta abierta que insinúa otro espacio.

4. Las pinceladas: efecto de madera

Hay todo tipo de pinceladas: desde las muy finas, que parecen dibujos a lápiz, hasta las de pincel plano, como las del suelo. Las paredes están cubiertas con pinceladas a modo de puntos y reforzadas con contornos blancos que acentúan la textura. En la puerta, las pinceladas ovaladas consiguen el efecto de madera desgastada.

5. Las telas: sensualida­d

Las mujeres del fondo visten con telas simples y lisas. Podría tratarse de una alcahueta captando a una pupila. La protagonis­ta del lienzo ya se dedica al oficio. Lleva un manto espectacul­ar bordado con motivos florales. Es la única prenda que cubre su cuerpo a excepción de una pinza del pelo y tres anillos dorados. Tras ella se ve lo que podría ser el edredón de su cama.

6. El tocador: altar con flores

El pintor otorga una importanci­a especial al tocador. Le adjudica unas patas exageradam­ente altas y lo adorna con un bodegón de flores de diferentes colores. Pinceladas desordenad­as forman pétalos de rosas. La mayoría de las flores están esparcidas salvo tres, la que está en un jarrón improvisad­o, la que se refleja en el espejo y la que sujeta la mujer en su mano derecha.

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