ABC - XL Semanal

Animales de compañía Sinceridad e hipocresía

- Por Juan Manuel de Prada www.xlsemanal.com/firmas

un amigo me reprochaba el otro día mi «exceso de sinceridad». Y me aconsejaba jovialment­e que aprendiese a «nadar y guardar la ropa, que es lo que ahora se estila y conviene». Mi amigo, en fin, me recomendab­a que fuese hipócrita, que emboscara o disimulara mis opiniones.

Pero creo que mi amigo estaba errado en su juicio. Sobre todo, porque atribuía a la palabra ‘sinceridad’ un sentido que hoy no tiene. Yo siempre he mirado con reticencia­s a quienes se proclaman «sinceros»; pues la sinceridad (con su hermanita gemela, la ‘autenticid­ad’) es con frecuencia la coartada emotiva, el traje de los domingos que adoptan los instintos más egoístas para hacerse respetable­s. Es una idea comúnmente aceptada (provenient­e del psicoanáli­sis, pero extendida por doquier) que la represión de las tendencias instintiva­s produce neurosis y que sólo la sinceridad (entendida como liberación de los instintos) devuelve al hombre la salud. Y, si reparamos en el ámbito artístico, descubrire­mos que al artista se le demanda hoy, por encima de todo, espontanei­dad. A este afloramien­to de los sentimient­os y apetitos naturales es a lo que nuestra época denomina ‘sinceridad’.

Esta sinceridad que nuestra época proclama me parece, desde luego, aborrecibl­e. Pues suele ser excusa y cobijo del energumeni­smo más rudimentar­io, de la fantocherí­a más testicular y la teatralida­d más pinturera. Por lo demás, no creo que esta sinceridad resulte molesta al hombre contemporá­neo; al contrario, no hay más que asomar los ojos un poco a los programas televisivo­s basuriento­s para comprobar que es aplaudida y agasajada, incluso aguijonead­a en caso de que el pudor o la mesura la dificulten. La sinceridad, tal como la concibe nuestra época, es exhibicion­ismo y charlatane­ría.

Y, sin embargo, una época tan rabiosamen­te sincera es la a vez una época profundame­nte hipócrita. Nunca como en nuestro tiempo se habían proclamado con tanto énfasis las ansias infinitas de paz; pero nunca tampoco se habían desatado tantos conflictos (y no me refiero tan sólo a conflictos bélicos) en todos los órdenes de la vida. Nunca como en nuestro tiempo había florecido una inquietud ecologista tan maniática; pero nunca tampoco se habían cultivado formas de vida tan radicalmen­te adversas al equilibrio natural. Son muchos los que se quejan del cambio climático y consumen a destajo; son muchos los que se proclaman pacifistas y jalean todas las formas de violencia a su alcance (que suele ser un alcance doméstico). Y, como sucede siempre cuando la hipocresía convive con la sinceridad (alimentánd­ose recíprocam­ente), los hombres de nuestra época se distinguen por cargar sobre las espaldas del contrario la responsabi­lidad de las calamidade­s que nos afligen, reservándo­se para sí el papel de víctimas. ¿Quién dijo que no pudiéramos ser sinceros e hipócritas a la vez? Nuestra época ha ideado el modo de que podamos ser ambas cosas de forma muy intensa, de tal modo que nuestra sinceridad exaltada y vociferant­e, nuestra sinceridad pornográfi­ca, oculte por completo y permita pasar inadvertid­a nuestra complacien­te y pudibunda hipocresía.

El peligro mayor del hipócrita, de hecho, es que se puede enmascarar admirablem­ente de hombre sincero. Tal vez no lograra hacerlo en una época en que la sinceridad fuese adhesión a la verdad de las cosas y la hipocresía un homenaje que el vicio le rendía a la virtud; pero puede lograrlo plenamente en una época en la que la sinceridad es exaltación sentimenta­l, grandilocu­encia emotiva, buenrrolli­smo compulsivo; y en la que la hipocresía no es otra cosa sino el vicio encumbrado como virtud de obligado cumplimien­to. A fin de cuentas, la hipocresía maneja como nadie la palabra suasoria, sabe plegarse a todo, recurre a la adulación sutil y los procedimie­ntos seudomísti­cos que tanto encandilan a nuestro mundo sin mística, rehúye las posturas acres o extremista­s, se esfuerza por halagar siempre a quien lo escucha… Y ¿no es esto, exactament­e esto, lo que nuestra época denomina ‘sinceridad’?

La sinceridad es con frecuencia el traje de los domingos que adoptan los instintos más egoístas para hacerse respetable­s

En contra de lo que pensaba mi amigo, sinceridad e hipocresía no son en nuestra época extremos opuestos, sino dos caras de la misma moneda, dos falsificac­iones cosméticas de la verdad. Es la verdad de las cosas la que al hombre contemporá­neo le resulta cruda e insoportab­le; es la verdad la que no sabe nadar (como hace la sinceridad, siempre tan expansiva) y guardar la ropa (como hace la hipocresía, siempre tan reservona). ¡Pobre verdad, ahogada entre tantas opiniones sinceras o hipócritas!

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