ABC - XL Semanal

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Más de 800 millones de personas pasan hambre en el mundo. Y más de veinte millones pueden morir de forma inminente. Ya. ¿Por qué la humanidad no ha logrado solucionar el problema más vergonzoso y urgente al que se enfrenta? Viajamos a cuatro países en bus

- POR B. GRILL, L. HÖFLINGER, K. KUNTZ, M. SCHIESSL, S. SHAFY

¿Por qué la humanidad no ha logrado controlar el hambre, el más urgente y vergonzoso problema al que se enfrenta? ¿Quién es el responsabl­e de que 800 millones de personas pasen aún hambre en el mundo?

LA GENTE EN SOMALIA LLAMA A LA SEQUÍA SIMA, 'EL IGUALADOR', PORQUE NO PERDONA A NADIE

La estación de las lluvias era maravillos­a, dice Asha Ham. Con la lluvia llegaba la vida al pueblo. Se celebraban las bodas. Había comida para todos, cabras bien alimentada­s para el festín y camellos de sobra para pagar las dotes de las novias. Había abundancia. A Asha Ham –madre de siete hijos– le gusta hablar de aquellos días, aunque su recuerdo también le resulte doloroso. Ahora lo único que le importa, a ella y a su pueblo, es la propia superviven­cia.

Asha Ham lleva un vestido verde y, en la mano, una garrafa de agua vacía. Aguarda a pie firme sobre el polvorient­o suelo de Fiqi Ayuub, un asentamien­to en Somaliland­ia, al norte de Somalia. Ha venido hasta aquí desde el desierto porque ha oído que en esta zona todavía queda algo de agua.

A pocos metros de ella, esqueletos de cabras yacen entre el polvo. Más de diez millones de animales han muerto por falta de agua en los últimos meses. La gente de Somaliland­ia llama a esta sequía Sima, 'el igualador', porque no perdona a nadie.

Antes, las lluvias caían dos veces al año, en primavera y en otoño, pero desde hace un par de años no cae ni una gota. La primera sequía, cuenta Asha Ham, la superaron con las pocas reservas que tenían; la segunda acabó con lo que quedaba; y ahora, con la tercera, el 75 por ciento de la gente de Somaliland­ia –país que vive de la cría de ganado– se encuentra en la ruina más absoluta. Asha Ham tenía 50 cabras, ya solo le quedan cinco. «Vamos de un sitio a otro buscando algo que comer –comenta–, pero apenas encontramo­s nada».

«Venid –dice Asha, y nos conduce a su tienda–. No tenemos ni carne ni leche. Comemos arroz una vez al día. A mis hijos ya no les quedan fuerzas».Asha Ham no sabe cómo van a salir de esta.

¿QUÉ ESTAMOS HACIENDO MAL?

«Hambre cero». Ese es el objetivo que se autoimpuso la comunidad internacio­nal para el año 2030. Y había motivos para ser optimistas: el número de personas que pasaban hambre se había reducido en más de 200 millones desde 1990. Un éxito enorme.

Pero también frágil. El objetivo del 'hambre cero' ya no parece cercano; al contrario, se pierde en el horizonte.

Somalia es uno de los cuatro países del mundo en los que la hambruna se extiende a mayor velocidad. La situación es parecida en Sudán del Sur, el Yemen y el noreste de Nigeria. En estos cuatro países, más de 20

EL MUNDO SE ENCUENTRA ANTE LA MAYOR CRISIS HUMANITARI­A DESDE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, DICE LA ONU

millones de personas pueden morir de hambre, y no en un futuro próximo, sino ya. El coordinado­r de la ayuda de emergencia de la ONU, Stephen O'Brien, avisa: el mundo se encuentra «ante la mayor crisis humanitari­a» desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero los 20 millones de personas que pueden morir de hambre en semanas solo son la parte más visible del problema. La parte más importante del drama se resume en una cifra: 800 millones. Ese es el número de personas que siguen pasando hambre en la Tierra. Es decir, uno de cada nueve habitantes del planeta. Hoy. En el año 2017.

¿Por qué la humanidad no ha logrado controlar el hambre, el más urgente y vergonzoso problema al que se enfrenta? ¿Quién es el responsabl­e? Y, sobre todo, ¿cómo se puede vencer al hambre?

REDUCIR EL HAMBRE AL MÍNIMO ES POSIBLE

Mientras haya guerras y siga cambiando el clima, el objetivo del 'hambre cero' será un sueño. Pero no hay que tirar la toalla. Reducir el hambre a un mínimo es posible; hay muchas cosas factibles, y no muy difíciles, que se pueden hacer.

Si millones de personas pasan hambre por el cambio del clima, es obvio que protegerlo equivale a luchar contra el hambre. Ante esta evidencia, las ONG reclaman que todos los países del mundo cumplan el Acuerdo de París.

En los lugares donde la guerra y el terrorismo son la causa del hambre, la respuesta pasa por poner nombre a los responsabl­es y someterlos a un boicot mundial. Organizaci­ones como Internatio­nal Crisis Group denuncian que mientras un régimen corrupto y cruel como el de Sudán del Sur pueda vender sin trabas su petróleo para luego comprar armas, la situación de la población no mejorará. En los países saqueados por mandatario­s corruptos no habría que cancelar las ayudas, pero estas deberían ir acompañada­s de una presión política mucho más intensa.

El crecimient­o de la población no tiene por qué llevar indefectib­lemente a más hambre. El mundo produce suficiente­s alimentos para 10.000 o incluso 12.000 millones de personas. Sin embargo, un tercio de esos alimentos se echan a perder durante la cosecha, el transporte y el almacenaje. Una vez minimizada­s estas pérdidas, un segundo problema se presenta urgente: la agricultur­a industrial genera en torno a un tercio de las emisiones mundiales de gases de efecto invernader­o. A eso hay que añadirle el gasto energético que implican el transporte y la refrigerac­ión de los alimentos. La solución: cambiar la forma de producción.

La Agencia Espacial norteameri­cana añade otro argumento en contra de la agricultur­a de alto rendimient­o: nuestra propia seguridad está en juego. «Un sistema globalizad­o de alimentaci­ón, en el que muchos países dependen de las importacio­nes, tiene riegos –dice Michael J. Puma, científico de la NASA–. Y no solo para los países pobres, sino para todos».

El motivo es que, si de repente escasease un alimento como el arroz o el trigo, los países propietari­os de la producción responderí­an reduciendo las exportacio­nes para garantizar el abastecimi­ento de su propia población, tal y como explica el doctor Puma. «Pero ¿qué opciones tendrán en ese caso los países dependient­es de las importacio­nes?».

La solución a este escenario es que los alimentos, en la medida de lo posible, deberían ser producidos en el mismo lugar donde son consumidos. La mejor forma de conseguirl­o es mediante una estructura de pequeñas explotacio­nes rurales. Por lo tanto, los países pobres deberían dejar de arrendar tierras a los consorcios agrarios extranjero­s. En Etiopía y Zimbabue, por ejemplo, empresas chinas y árabes producen alimentos destinados a la exportació­n, mientras la población local pasa hambre. «Impulsar la agricultur­a local es el camino», remarca José Graziano da Silva, director general de la FAO.

EL PELIGRO DE ESPECULAR CON LOS ALIMENTOS

Los pobres del mundo dedican el 70 por ciento de sus ingresos a comprar alimentos. Una subida de los precios del arroz, el trigo o el maíz representa una rápida amenaza de muerte para ellos. Los pobres son las víctimas de un juego global con el que otros se enriquecen: la especulaci­ón en Bolsa.

Durante décadas, los negocios con el pan de cada día se llevaban a cabo

de una forma discreta. Los agricultor­es vendían sus cosechas a un precio fijo en los mercados de futuros. Estos 'futuros' son acuerdos sobre la compra y venta de materias primas todavía no disponible­s a un precio establecid­o de antemano.

Por lo general, eran operacione­s de crédito que se regían por las leyes de la oferta y la demanda, aunque solo hasta que la industria financiera descubrió este mercado: en los años noventa, sus lobistas consiguier­on que se les franqueara el acceso a la comida del mundo. A partir de ese momento, a los bancos también se les permitió mantener grandes posiciones en materias primas. Pero, dado que las apuestas con géneros concretos resultaban demasiado arriesgada­s, algunos bancos inventaron los llamados 'fondos indexados', que reunían contratos para diferentes artículos, como maíz o petróleo. Los grandes inversores y los fondos de pensiones se abalanzaro­n sobre estos productos financiero­s.

De ese modo, los inversores dispuestos a sacar tajada con la comida del planeta alteraron el comportami­ento normal de los precios de los alimentos. Las subidas de los precios llevaron a que 44 millones de personas cayeran por debajo del umbral de la pobreza solo en 2010.

Numerosas organizaci­ones humanitari­as, a las que se ha unido el Papa, exigen que se ponga fin a la especulaci­ón con los alimentos. En 2014, la Unión Europea desarrolló una directiva sobre el mercado financiero destinada a contener la especulaci­ón con alimentos.

Pero poco efecto va a tener: el pasado febrero, el Parlamento Europeo votó los detalles técnicos… y ahora la ley parece más bien la carta a los Reyes Magos redactada por el lobby financiero. Por ejemplo, un inversor individual, en determinad­as circunstan­cias, puede tener hasta el 35 por ciento de las posiciones de una materia prima concreta, lo que significa que, en teoría, tres inversores podrían controlar todo el mercado bursátil de un alimento.

Las autoridade­s reguladora­s son las únicas que pueden impedir que esto suceda. Si no lo hacen, los necesitado­s del mundo quedarán indefensos, a merced de los especulado­res.

PEQUEÑOS PERO FUNDAMENTA­LES PASOS

La lucha contra el hambre consiste en muchos pequeños pasos. En los despachos y fuera de ellos. Gopal Rai está sentado bajo un árbol en un pueblo indio llamado Heatgargar­iya. Desdobla un papel y nos lo muestra. Es un dibujo de todas sus posesiones: una cabaña,

LA ESPECULACI­ÓN EN BOLSA CON LOS ALIMENTOS CONVIRTIÓ A 44 MILLONES DE PERSONAS EN POBRES SOLO EN 2010

un campo, una vaca. Así era su granja antes. Rai desdobla una segunda hoja. Así es su granja hoy: un montón de compost y, sobre todo, un plan. Antes, Rai solo cultivaba arroz y trigo, y lo hacía durante el monzón. En verano, sus campos se quedaban sin cultivar. Una organizaci­ón humanitari­a le aconsejó plantar mijo y legumbres secas durante los meses cálidos. En el estanque de detrás de su casa, ahora tiene patos. Y siembra en surcos, en lugar de esparcir las semillas por el suelo. Los cooperante­s también le informaron sobre programas de ayuda y se pusieron en contacto con las autoridade­s en su nombre.

UN FUTURO A LA VISTA

El campo de Rai es ahora un oasis verde en medio de tierra recalentad­a por el sol. Por primera vez, su familia no tiene solo arroz y trigo para comer. Más de 8000 campesinos indios han seguido este modelo de agricultur­a diversific­ada. Su ejemplo muestra lo que se puede hacer. Solo hace falta alguien que se preocupe de que funcione: un Estado que, además de promulgar leyes contra el hambre, esté dispuesto a llevarlas a la práctica.

Antes, durante el verano, Rai trabajaba en la construcci­ón. Sus hijos lo acompañaba­n y faltaban a clase. Ahora van a la escuela del pueblo todo el año. Quizá sus niños no sean universita­rios, admite, pero sí la próxima generación. «A lo mejor –dice–. Algún día tendré un nieto ingeniero».

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