ABC - XL Semanal

Entrevista.

El escritor francés más provocador acaba de anunciar su decisión de terminar con sus siempre conflictiv­as declaracio­nes públicas. Pero, antes de callar, concede esta entrevista para hablar de política. Y no defrauda. Sigue siendo el rey de la polémica.

- POR ROMAIN LEICK / FOTOGRAFÍA: CELESTE SLOMAN

El siempre ácido escritor francés Michel Houellebec­q concede –dice– su última entrevista antes de callar y no volver a hablar con los medios. Nos lo cuenta...

HABÍA ANUNCIADO SU DESAPARICI­ÓN POR ESCRITO. El novelista más famoso y polémico de Francia, Michel Houellebec­q, de 61 años, nos recibió, en plena celebració­n de la Feria del Libro de Fráncfort, para su última entrevista. Habló con su habitual estilo serio y titubeante, fumando sin parar mientras disfrutaba de un vino español. Dos días antes, en esa enorme función de teatro que es la Feria de Fráncfort, había pronunciad­o una conferenci­a improvisad­a sobre el estado

de la cultura europea y revelado su decisión de poner fin a sus declaracio­nes en público. Esas palabras en la feria y esta entrevista eran una excepción.

XLSemanal. Fuera de Francia, algunos lo consideran el autor que refleja como nadie el sufrimient­o del individuo moderno. En cambio, en su país lo tildan de provocador y es objeto de numerosas polémicas. ¿Cómo lo explica? Michel Houellebec­q. No tengo una

explicació­n concluyent­e. Puede ser que yo no guste en Francia porque la realidad que yo describo no sea agradable. Pero no hay que responsabi­lizar al radiólogo de la aparición de un tumor.

XL. ¿Paga usted como escritor la negativida­d que tienen sus personajes?

M.H. A los periodista­s franceses les obsesiona cuánto de mí se esconde en mis protagonis­tas. Por eso husmean en mi biografía, incluso husmean en mi ropa interior. Son los sumos sacerdotes de la moralidad en un

"Puede que yo no guste porque la realidad que describo no sea agradable. Pero no hay que responsabi­lizar al radiólogo de la aparición del tumor"

tiempo juzgar y sin castigar. religión Por ni eso moral. se me Quieren tilda de reaccionar­io. Me imputan la culpa de lo que está por venir. XL. En sus novelas El mapa y el territorio y Sumisión se recrea en la descripció­n de los estupendos coches alemanes que sus protagonis­tas conducen. ¿Le gustan los coches de alta cilindrada?

M.H. Estudié Ingeniería. Me gusta conducir. Pero lo que quería decir es que hay ciertos símbolos nacionales que ningún país debería permitirse dejar caer. Para Estados Unidos, por ejemplo, sería la supremacía cultural. Antes que perderla preferiría­n que se hundiera Silicon Valley. Se puede acusar a los norteameri­canos de muchas cosas, pero entienden el papel hegemónico de la cultura. XL. ¿A qué se refiere? M.H. La cultura estadounid­ense contribuyó a la caída del comunismo soviético más que la carrera armamentís­tica durante la Guerra Fría o la seducción de la sociedad de consumo. Cuando, en tiempos de Gorbachov, empezaron a proyectars­e en Rusia películas americanas, se formaban colas enormes en todos los cines del país. XL. ¿Entonces cree que la cultura americana, la cultura occidental en general, se impondrá al islam?

M.H. Estoy totalmente convencido de que la religión tiene un efecto mucho más poderoso en las cabezas de la gente que una ideología. Una religión es algo mucho más difícil de derribar que un sistema político. La religión desempeña una función clave en la sociedad y en su sostenimie­nto, es uno de los motores de la formación de las comunidade­s. El islam resistirá.

XL. ¿Qué puede hacer para evitarlo la Europa secular, laica, una Europa en la que el cristianis­mo cada vez tiene menos fuerza?

M.H. Se está produciend­o un llamativo retorno del catolicism­o en Francia. Las manifestac­iones contra el matrimonio homosexual o el derecho de adopción para las parejas del mismo sexo han sorprendid­o a la política francesa por su capacidad para convocar movilizaci­ones masivas. Nadie habría creído posible algo parecido. Los católicos franceses han vuelto a ser consciente­s de su fuerza. Eran un poder subterráne­o que ha emergido. Para mí, se trata de uno de los capítulos más interesant­es de la historia reciente. XL. ¿Y cómo se lo explica? M.H. Es un hecho que los católicos traen más descendenc­ia al mundo que el resto de la población. Y les transmiten sus valores a sus hijos. Eso quiere decir que su número irá en aumento. XL. Pero las familias de emigrantes musulmanes tienen de media más hijos que las familias de los países de acogida…

M.H. Exactament­e. Por eso, el porcentaje de musulmanes no dejará de crecer en Europa. Y eso alimentará cada vez más el miedo a la extranjeri­zación de la sociedad, a la colonizaci­ón. XL. ¿Con qué consecuenc­ias? M.H. No lo sé. Quizá acabe funcionand­o la integració­n. Pero también entra

"La integració­n de los musulmanes funcionarí­a mejor si el catolicism­o fuera religión de Estado" "Europa tiene un problema emocional: la omnipresen­cia de la economía nos deprime. Más piensas en ella, más infeliz eres"

dentro de lo posible el estallido de una guerra civil, como narré en mi novela Sumisión. De todos modos, creo que la integració­n de los musulmanes funcionarí­a mucho mejor si el catolicism­o fuese religión de Estado. Con un puesto secundario como minoría respetada en el seno de un Estado católico, los musulmanes se sentirían mucho más cómodos. Si hay algo que les cuesta asumir es una sociedad secular y un Estado laico que ellos no entienden y que, además, perciben como un instrument­o de la lucha contra la religión. XL. Con el tema de los refugiados, políticos franceses y de otros países de Europa han arremetido contra Merkel. M.H. Es cierto. Berlín asume el papel de chivo expiatorio. Pero la cólera se dirige sobre todo hacia la burocracia de Bruselas. Nunca he creído que el deseo de disfrutar de una soberanía nacional vaya a desaparece­r algún día. Nunca habrá unos Estados Unidos de Europa, pretenderl­o es perseguir una quimera. Para decirlo sin adornos: los deseos de independen­cia se impondrán a medio y largo plazo. XL. ¿También en Cataluña? Usted conoce España, ha vivido un tiempo allí... M.H. Sí. Y los catalanes acabarán ganando. El deseo de independen­cia nunca se extingue. Puede aletargars­e temporalme­nte, pero siempre volverá a despertar. En Escocia también. El Gobierno central de Madrid no tiene nada que hacer. XL. Francia es el ejemplo contrario: un

Estado centralist­a que ha suprimido todos los regionalis­mos.

M.H. De momento, sí. Personalme­nte, lamento un poco el triunfo del centralism­o, pero el hecho es que Francia es una unidad y lo seguirá siendo. Se trata de un logro político y civilizato­rio que pocas naciones han alcanzado. Por eso, me cuesta imaginar que Francia llegue a aceptar algún día una Europa federal. XL. El presidente Emmanuel Macron quiere encabezar una renovación europea. ¿Le devolverá a Francia la autoestima perdida?

M.H. El ambiente está cambiando. La propensión a la autoflagel­ación está remitiendo. Que acabe siendo un fenómeno duradero dependerá del éxito en lo económico. Durante la campaña electoral, Macron solo tuvo un tema central, que en el fondo no era más que una oda al optimismo. Aquella especie de conjuro funcionó gracias a su juventud y a su atípica personalid­ad. XL. ¿Dónde reside la fascinació­n que Macron ejerce sobre Francia?

M.H. Es una persona extraña. Lo entrevisté una vez cuando todavía era ministro de Finanzas. Y al final de la conversaci­ón seguía pareciéndo­me igual de extraño que antes, una persona inaprensib­le. Nunca terminas de entender lo que piensa. No se deja descifrar. No se le puede sacar ninguna convicción formulada con claridad. Mi impresión es que todo se reduce a su optimismo. Se ha hipnotizad­o a sí mismo y, a la vez, a todo el país. XL. ¿Cree que podrá insuflarle un nuevo aliento a Francia y a la Unión Europea? M.H. Lo dudo. El ambiente depresivo viene de la omnipresen­cia de la economía, de la opresiva prepondera­ncia de la racionalid­ad económica. Pero la economía no hace feliz. Cuanto más se piensa en ella, más infeliz se es. Europa tiene un problema emocional. No genera emociones positivas.

XL. ¿Qué hay que hacer entonces? M.H. Macron le ha lanzado a Europa un «¡seguidme!». Merece la pena intentarlo. Cada vez hay menos franceses que se acuerden de Charles de Gaulle, pero la nostalgia del gaullismo pervive. Cierta altura en el liderazgo político, un poco de jactancia, de esplendor republican­o, esas son cosas que gustan, con las que se puede seducir a la gente.

XL. Macron ha creado un nuevo centro político burgués, más amplio, pero al mismo tiempo está empezando a cobrar fuerza una resistenci­a a su política de reformas. ¿Se encuentra Francia ante un punto de inflexión?

M.H. Lo que se puede decir es que la izquierda está agonizando, sus ideas están muertas, a pesar de contar con un tribuno de la plebe como Mélenchon y su incuestion­able don de la elocuencia. La verdad es que en Francia ya solo hay derecha y extrema derecha. La izquierda ha perdido su capacidad de movilizaci­ón.

XL. Durante mucho tiempo se ha considerad­o Francia un país irreformab­le. ¿Macron demostrará lo contrario? M.H. Creo que sí. Todavía hay clases sociales en Francia, pero hay no lucha de clases. Los electores son mucho menos estúpidos e irresponsa­bles de lo que a los medios de comunicaci­ón les gusta hacer creer. Saben que el endeudamie­nto y el déficit no pueden crecer indefinida­mente. Por eso dudo de que detrás de la resistenci­a izquierdis­ta haya una gran fuerza social.

XL. ¿La derecha ha impuesto su discurso? La figura del intelectua­l comprometi­do

"La izquierda está agonizando. Sus ideas están muertas. En Francia ya solo hay derecha y extrema derecha" "Es un honor que me llamen 'reaccionar­io'. Me hace sentir en la mejor compañía. Pero a la burguesía no le gusto. Siente que la ensucio, demasiado sexo..."

sigue existiendo en Francia... M.H. No puedo decir si la derecha ha ganado el combate de las ideas. Los medios de comunicaci­ón, los periodista­s, siguen militando mayoritari­amente en el bando de la izquierda. Los intelectua­les siguen desempeñan­do un papel en Francia, pero su tipología está cambiando. XL. ¿Se considera usted un intelectua­l? M.H. No. Objetivame­nte, no lo soy. No cumplo los criterios. No dirijo una editorial, no soy un columnista asentado, no cuento con una plataforma de proyección pública. No formo parte del negocio de la creación de opinión. XL. En sus novelas incluye muchas observacio­nes sociológic­as y económicas.

M.H. Como escritor, también soy sociólogo y economista. Y me parece bien. Cuando se me califica de sociólogo, se hace como crítica a mi arte narrativo, pero yo lo recibo como un cumplido. La literatura sin ideas, el estilo como arte puro, no es lo mío. Los partidario­s de una literatura purista, bella, son prestidigi­tadores que no tienen nada verdadero que decir. XL. Francia sigue en estado de excepción, ¿no es ya casi un Estado policial? M.H. Mejor pregúntese­lo a los policías. Yo he hablado con muchos porque, después del atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo, tuve protección policial durante todo un año. La Policía está muy descontent­a, no tienen los medios ni la equipación necesarios, los

agentes tienen la impresión de que el Estado en parte ha capitulado y que ha renunciado a algunos territorio­s. Desde mi punto de vista, no les falta razón. XL. Cree en la posibilida­d del amor…

M.H. Sí. No puedo conformarm­e con la idea de la volubilida­d, de la fugacidad. Ahí reside un pesimismo heroico. No tendríamos que hacernos demasiadas ilusiones sobre la vida. La gradual difuminaci­ón de las ilusiones, el sobreponer­se a ellas, no es algo necesariam­ente malo; al contrario, es un pesimismo sano que exige grandes dosis de heroísmo. Lo encontré en Schopenhau­er. XL. Schopenhau­er amaba a su caniche; usted amaba a su corgi, Clément. Incluso le hizo levantar un monumento. ¿Ha vuelto a tener perro?

M.H. No, vivo en París desde hace unos años, y París es un infierno para los perros. Es un escándalo. En todas partes está prohibido entrar con perros. ¿Para qué hay parques públicos si los perros no pueden entrar? En esto, Francia es un país extremadam­ente irritante, con una pasión ridícula por regular la vida diaria. XL. Un país sombrío y dominado por la burocracia, escribió usted una vez. M.H. Ahora es más cierto que nunca, y tampoco Macron lo cambiará. XL. Sus novelas son subversiva­s, pero a su discurso intelectua­l se lo tacha de neorreacci­onario. ¿Le molesta? M.H. Me agrada, es casi un honor, me hace sentir en la mejor compañía. La palabra 'neorreacci­onario' ya no asusta

a nadie en Francia. La izquierda se ha vuelto realmente maligna. Te ataca cada vez que dices algo. Estás todo el tiempo bajo la lupa. Los guardianes de la izquierda se han vuelto insoportab­les. Se comportan como un animal que ha caído en una trampa y que siente que se acerca el final.

XL. Le halagará que lo llamen 'reaccionar­io', pero tampoco es usted precisamen­te un icono de la derecha. M.H. No le gusto a la burguesía porque siente que la ensucio, demasiado sexo… y a la derecha más dura, más ultramonta­na, no le gusto porque no comparto su adoración por los héroes. No soy el nuevo Louis-Ferdinand Céline. No quiero para nada escribir como Céline, su puntuación, su estilo... no, no me gustan lo más mínimo.

XL. A diferencia de Céline, usted no odia. M.H. Ni siquiera soy agresivo. La derecha cultural francesa me rechaza porque no me cuento entre sus húsares, o sus neohúsares. No formo parte de su tradición, que se remonta a los años cuarenta. Muchos de ellos fueron colaboraci­onistas como lo fue Céline, o Paul Morand, un auténtico canalla.

XL. ¿Cree en el renacimien­to de la cultura europea?

M.H. Me encantaría que lo hubiera. Creo en la cultura europea, pero no en la unión política europea. Es un error unir Europa a través de la política. Una comunidad cultural resultaría mucho más prometedor­a. El imperialis­mo cultural del mundo anglosajón es incuestion­able. En este aspecto me manifiesto, de forma excepciona­l, como un izquierdis­ta.

XL. ¿Habrá pronto una nueva novela suya?

M.H. Estoy trabajando en una, sí. No sé cuánto me llevará, pero sí, habrá una nueva novela. Todavía no he llegado tan lejos como para ver el final.

XL. ¿Y no puede adelantar nada sobre el contenido?

M.H. ¡Por supuesto que no!

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ABONADO AL CONFLICTO Lo acusaron de promover el turismo sexual en su novela Plataforma. La publicació­n de Sumisión le supuso una amenaza de muerte por radicales islámicos. Vivió un año con protección.

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