Huérfano en mis recuerdos
Después de toda una vida dedicada a la docencia ha llegado el día que, por motivos de edad, tengo que abandonarla. El centro está vacío, es un centro sin alma en estos momentos. Sentado en mi mesa, en un aula, con un silencio sepulcral, que casi duele, veo los pupitres vacíos y doy libertad a mi imaginación, recorro todos los años transcurridos, evoco muchos recuerdos, buenos la mayoría. Han pasado muchas estaciones viendo su transcurso a través de los cristales de las ventanas, la luz, el sol, el tintineo de las gotas de la lluvia contra los cristales, sensación que siempre me ha encantado, el firmamento de un azul rutilante o de un gris plomizo. Oigo mi voz a través de estas cuatro paredes, a veces de forma estruendosa me llega el eco de los conceptos como: complemento directo, predicativo, los géneros literarios, la prosa, el verso, los cantares de gesta, el Romancero… Queridos alumnos, sois el alma, me habéis hecho reír, llorar, cantar; he pasado por todo tipo de sensaciones. Me he entregado a vosotros en cuerpo y alma, pero es verdad que llevo en el corazón clavada una espina, la espina de no haber dedicado más tiempo a aquellos que necesitaban mi atención. Lo siento y os pido perdón, este ha sido mi fallo. Estoy seguro de que otro vendrá y lo llevará a cabo. Pero puedo decir que he sido muy feliz ejerciendo esta maravillosa profesión que es la docencia. Se abre la puerta de la clase y mi compañera Cristel entra y me dice: «Mariano, baja de la nube». Despierto y pienso que ha sido bonito y embriagador este momento. Estos recuerdos siempre los tendré, pero me sentiré huérfano porque vosotros no estaréis.