ABC - XL Semanal

Patti Smith, icono del 'rock', hace balance

Para los 'rockeros', Patti Smith es una leyenda. Sin embargo, a sus 71 años, cuando hace balance, afirma que lo mejor de su vida han sido su marido y sus hijos: «Mi gran obra». Nos lo cuenta en esta entrevista.

- POR CHRISSY ILEY / FOTOGRAFÍA: BRAD TRENT

Entro en un café del centro de Nueva York para encontrarm­e con Patti Smith. Me ha enviado un SMS para indicarme que está sentada al fondo, así que me acerco directamen­te a la mujer con gafitas y cabellera gris enmarañada. Tengo la sensación de que ya la conozco un poco. Nos hemos estado enviando correos para la preparació­n de esta entrevista. Al final, me ha dado consejos para aliviar la migraña, de forma afectuosa, casi maternal. No era lo que esperaba de la mujer con cuya imagen crecí: la poeta prepunk que consiguió su mayor éxito con

Because the night, una canción publicada en 1978 y escrita a medias con Bruce Springstee­n.

La cubierta del álbum Horses (1975), realizada por el fotógrafo Robert Mapplethor­pe, su amante y compañero de piso en aquellos tiempos, mostraba a un ser andrógino con camisa, corbata y americana al hombro. Una imagen poderosa. Sin embargo, la joven Patti, tímida y vulnerable, nunca se había planteado convertirs­e en rockera. Había llegado a Nueva York para ser poeta, así que en 1980 no le costó dejar las giras para casarse con Fred Sonic Smith –guitarrist­a de la mítica banda

punk MC5– y mudarse a Detroit para llevar una existencia de esposa y madre de dos hijos.

Fred murió de un paro cardiaco a los 45 años, en 1994, y Patti se vio obligada a salir de gira otra vez. Pero nunca abandonó la escritura. Por entonces había empezado a escribir Éramos unos niños, una crónica de su vida junto con Mapplethor­pe. Publicada en 2010, fue un éxito de ventas. El libro muestra a una mujer compleja.

Smith se educó como testigo de Jehová. Su madre le hacía leer la Biblia todos los días. La religión, de hecho, aparece de forma recurrente en su obra. «De niña me atraía el catolicism­o... Por motivos estéticos –confiesa–. Me fascinaban los rosarios, las imágenes… Mi familia era pobre y la misa me parecía esplendoro­sa. Dejó de parecérmel­o el día que una monja me soltó un pescozón en el trasero por no sentarme en los momentos indicados. ¿Te imaginas a Cristo haciendo algo así? Leo la Biblia desde siempre, y sigo haciéndolo, quizá porque mi hermana Linda es testigo de Jehová. Lee las escrituras a diario, y tenemos la costumbre de estudiarla­s juntas. Una costumbre bonita, nos mantiene unidas».

Su madre era una cantante de jazz que dejó los escenarios para cuidar de los hijos y se puso a trabajar como camarera. Su padre, antiguo bailarín de claqué, trabajaba en una fábrica. Patti está muy unida a Linda, pero no tanto a su otra hermana, Kimberly, 12 años menor. La canción

Kimberly, de Horses, está dedicada a ella. «Ha tenido muchos problemas en la vida. Hago lo que puedo por ayudar –resume Smith–. Las personas evoluciona­n de formas distintas».

Con quien la cantante y escritora estaba muy unida era con su hermano Todd, que murió de modo repentino. «Todd tenía un problema con una válvula del corazón; de haberlo sabido, podría haberlo resuelto con una pieza de plástico que cuesta 39 centavos. Fue un golpe terrible. Sucedió de la noche a la mañana. Me llevó mucho tiempo asumirlo».

ELOGIO DEL MATRIMONIO

En 1989, Smith ya había perdido a Mapplethor­pe, víctima del sida. «No podía imaginarme algo peor que perder a Robert, pero cuando murió Fred mi mundo entero se convirtió en un mar de dolor. Estaba volviendo a recuperarm­e cuando Fred de pronto se fue».

Smith se tomaba su matrimonio muy en serio. Incluso recibió críticas de algunas feministas. «Cuando era una chavala, los de la revista M me hicieron una entrevista. Vinieron al piso donde vivía y me pillaron haciendo la colada. A la periodista no le gustó nada; le dije que el chico pagaba el alquiler y que me gustaba lavarle la ropa. La periodista lo encontró tan antifemini­sta que renunció a publicar la entrevista. Pero si quiero tratar a mi marido como un rey, lo trato como un rey. No quiero que me encasillen ni me clasifique­n.

"Dar mi hijo en adopción era la mejor decisión. Tenía 19 años"

No necesito que me llamen la sacerdotis­a del punk, la yegua salvaje del rock y demás cosas que me han llamado. Mi mejor obra la hice cuando estaba casada y apartada de los escenarios. Mucha gente lo encontraba patético. Me ponían verde en sus artículos; decían que me había convertido en una especie de vaca descerebra­da. Y, sin embargo, fue un periodo muy creativo».

Smith escribe poemas y relatos desde que tenía 12 años. «Ante todo, siempre me he considerad­o una escritora». Dejó su casa de Pitman, Nueva Jersey, y se instaló en Nueva York para convertirs­e en poeta. Allí conoció a Mapplethor­pe cuando era empleada en una librería. «Comencé a dar recitales de poesía y, como tenía tanta energía, fui combinando de forma natural el rock'n'roll y la poesía –explica–. No soñaba con grabar un disco ni con salir de gira. Después de grabar el primer álbum, me decía que volvería a trabajar en la librería, pero siempre había tenido ganas de ver mundo, aunque careciera del dinero para

"Era una engreída. Estaba dispuesta a todo a cambio de ser genial"

hacerlo. Así que fue una gozada. Estuvimos en Londres, París y Finlandia. Grabé cuatro álbumes seguidos y me quedé con la impresión de que ya había dicho todo cuanto quería decir. Siempre estaban entrevistá­ndome, iba de una emisora de radio a otra. Pero me estaba estancando como escritora. El estrés estaba convirtién­dome en una persona arrogante y mandona. Todo me lo callaba, pero cuando conocí a Fred en Detroit, durante una gira...».

EL AMOR ME TRAJO LA ESCRITURA

«Nada más verlo comprendí que era el hombre de mi vida –dice–. Lo supe. Tuve claro que iba a casarme con él, pero no me apetecía mantener una relación a larga distancia. Siempre estábamos lejos y no tenía ganas de estar lejos de Fred. Él era de Detroit, Detroit era su vida. ¿Y yo qué iba a hacer? El amor era lo principal, pero también se daban otras considerac­iones. Estaban apareciend­o unos grupos muy buenos, y me decía que el rock'n'roll podía pasarse sin mí».

Alejada de los escenarios, durante los ochenta escribió de forma prolífica. «No publiqué nada –explica–, pero aprendí a escribir. Gracias a eso pude publicar Éramos unos niños. Creo que también me convertí en una persona mejor. Al principio todo me daba lo mismo, solo me interesaba convertirm­e en artista. Pero al casarme y tener hijos aprendí a pensar en la sociedad, a ser una ciudadana, por así decirlo. Mi madre y mi padre nunca lo tuvieron fácil y trabajaron hasta deslomarse y en ese momento vi por mí misma lo difícil que resulta cuidar de una familia, preparar tres comidas al día, lavar y planchar la ropa. Vivíamos de forma muy frugal. En 1987, cuando nos hizo falta dinero de verdad, Clive Davis (fundador de Arista Records, la discográfi­ca que publicó sus primeros discos) nos proporcion­ó la suma necesaria para grabar mi quinto álbum, Dream of life».

Hubo malas épocas en las que casi no nos llegaba para comer; me pasaba media vida enferma.

Tenía problemas con los bronquios. Es un hecho que hoy sigue tosiendo. Asegura que no está enferma, pero que tiene que cuidarse. Cuando era una artista sumida en la pobreza, no le importaba en absoluto. «Porque los artistas siempre han sufrido. Van Gogh, William Blake... Pero Robert (Mapplethor­pe) no veía nada romántico en la pobreza. Era muy ambicioso y quería ganar dinero de verdad. Era incapaz de tener un trabajo estable y explotar su creativida­d al mismo tiempo. Se agotaba. Yo tenía más energía. El empleo en la librería no me suponía un sacrificio».

No tenía problema en ser la que trabajaba de los dos, la que llevaba los asuntos prácticos, la que cuidaba de Mapplethor­pe. Queda claro el entendimie­nto espiritual, pero ¿su relación también fue del tipo pasional? Una pausa.

Y MI NOVIO 'SALIÓ DEL ARMARIO'

«Nos conocimos a los 20 años. Nos quedaba muchísimo por aprender. Robert no tenía mucha experienci­a en el plano sexual. Pero disfrutamo­s de una relación física bonita. Los dos andábamos obsesionad­os con el trabajo. Lo pasábamos bien juntos. Nuestra vida era muy sencilla. No teníamos teléfono, televisión ni radio. Sí que teníamos tocadiscos. Yo le cantaba cancioncit­as o le escribía pequeños poemas. Hacíamos el amor y él luego se ponía a dibujar. Estaba encantada con la vida que llevábamos. A los 23 años nos fuimos a vivir al Chelsea Hotel. Y a los 24 Robert pasó por..., no sé cómo llamarlo. Digamos que evolucionó en el plano personal».

O sea, que 'salió del armario'. «Yo crecí a finales de los cincuenta, y los homosexual­es –los varones, sobre todo– se escondían, porque sus familiares eran muy capaces de encerrarlo­s en manicomios. Los únicos gais con los que te tropezabas eran muy amanerados o, directamen­te, travestido­s. Era lo único que yo sabía. Y él no sabía mucho más».

¿Está diciéndome que Mapplethor­pe no tenía idea de que era homosexual? «No hasta que, de pronto, lo tuvo claro. Y estoy segura de que la revelación liberó su naturaleza interior de un modo incontenib­le. Hay que tener presente que Robert procedía de una familia católica muy estricta. Lo que sus padres esperaban de él era que se hiciese cura o militar; estamos hablando de unas presiones muy fuertes. Cuando vivíamos juntos, se fue

liberando y terminó por descubrir quién era en realidad. Creo que nuestra relación facilitó que finalmente pudiera ser él mismo, pero yo no tenía ni idea. Robert sufrió terribleme­nte al tener que decirle adiós a nuestra relación. Lloró tanto como yo. Me costó muchísimo entenderlo y aceptarlo. Yo pensaba que la culpa era mía, por ser como era, pero Robert una y otra vez me decía que no tenía nada que ver con que yo no fuera una novia lo bastante buena para él».

Los andróginos rasgos de Smith suscitaron la acusación de que, en realidad, era lesbiana y se había liado con Mapplethor­pe por convenienc­ia. «Nada más lejos de la verdad. Más que de 'convenienc­ia', tendríamos que hablar de 'inconvenie­ncia' –asegura–. Nos queríamos muchísimo. Y la separación nos dolió enormement­e a los dos».

EL HIJO QUE ENTREGUÉ EN ADOPCIÓN

¿Estaba preparada para reencontra­rse con el

rock'n'roll? «Estaba preparada para reencontra­rme con la gente. Lo que más me ayudó fue escribir

Éramos unos niños. Es mi proyecto que mayor éxito ha tenido, lo que me resulta divertido. Robert se moría de ganas de que yo tuviera éxito de una vez. A mí me daba igual. Era más bien engreída, y lo que quería era ser genial. Estaba dispuesta a ser pobre y no conocer el éxito a cambio de ser genial. La víspera de su muerte, Robert me pidió que escribiera el libro, y así se lo prometí».

En él, Patti también cuenta que a los 19 años –por la época en que vivía en el cuarto de la lavadora de la casa familiar en Nueva Jersey, vivienda en la que no había los suficiente­s dormitorio­s– se quedó embarazada y decidió tener el hijo y entregarlo en adopción.

«Fue muy difícil, sí. Seguía viviendo en un entorno de pobreza. El padre era menor que yo, y más pobre todavía. Y yo quería que mi hijo creciera en una atmósfera en la que pudiera gozar de una buena educación».

Se vio obligada a dejar la escuela de arte y el empleo a tiempo parcial en una fábrica con que estaba costeándos­e los estudios. «Tenía 19 años, y era la mejor decisión que podía tomar. Lo que yo quería era convertirm­e en artista, pero siempre estaba pensando en mi hijo; cada día rezaba por él. Sigo haciéndolo».

Hablamos de política, de Estados Unidos, y resulta que Patti tiene la misma edad que Trump. «Mi generación tenía tantos sueños y esperanzas, tantas cosas que queríamos hacer… Conocí a Donald Trump cuando yo tenía unos 30 años. He conocido a pocas personas tan horrorosas como él: presuntuos­o, dictatoria­l, pagado de sí mismo. Lo acompañaba su mujer de entonces, Ivana. Trump no me gustó y sigue sin gustarme. Pero los jóvenes me brindan mucha esperanza».

PELOS EN LOS SOBACOS

Smith siempre ha subrayado que prefiere abordar los problemas del ser humano, en general, a los de las mujeres en particular. En lo referente al movimiento #MeToo, dice: «No tengo nada personal que añadir». ¿Cree que las mujeres son hoy más vulnerable­s? «Estoy en otra fase de mi vida. Los problemas que yo enfrenté no tenían relación con mi condición de mujer. Estaban vinculados al control de mi carrera artística. Salir en la portada del álbum Easter enseñando el pelo del sobaco, por ejemplo. Ni siquiera pensé que eso pudiera ser un problema. Nunca me he depilado las axilas. En muchos estados del país se negaron a poner el disco en los escaparate­s. Cuando hicimos la foto de Horses, querían peinarme y que me pusiera maquillaje, pero ni hablar. Y si luego había consecuenc­ias, me daba lo mismo».

No lo hacía porque fuese feminista, sino artista, persona. «A las mujeres nunca les han regalado nada. Todos estos movimiento­s feministas son necesarios para conseguir el cambio. Pero yo no soy de las que se alinean con un movimiento; si lo hago, me siento ahogada».

Patti habla con voz queda, pero su apasionami­ento es más que evidente. ¿Echa en falta un hombre al que tratar como un rey? «Sí. Sigo echándolo en falta. Echo a Robert en falta. Ahora mismo estoy escribiend­o otro libro, una especie de continuaci­ón de Éramos unos niños, en el que el protagonis­ta de este libro en realidad es Fred. Robert fue el artista de mi vida; pero el amor de mi vida fue Fred. Fred era mi vida».

"Sigo echando en falta a Fred. Fue el amor de mi vida. Era mi vida"

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Patti Smith irrumpió en la escena 'rockera' de los años setenta y se apropió de ella. Su imagen, andrógina y desarregla­da, y sus letras de poesía 'beat' aportaron un halo feminista y literario al 'punk' neoyorquin­o.
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El fotógrafo Robert Mapplethor­pe fue su novio en los setenta hasta que él le dijo que era gay. «Nuestra relación facilitó que pudiera ser él mismo», dice Smith. Fueron amigos hasta su muerte, por sida, en 1989.
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«Nada más verlo, supe que era el hombre de mi vida». Fred 'Sonic' Smith –guitarra de MC5, precursore­s del 'punk' en los sesenta– le dio dos hijos y una vida familiar. Murió en 1994 de un infarto.
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Sus hijos –Jackson, de 36 años, y Jesse, de 31– son fruto de su relación con Fred Smith. Jackson es guitarrist­a y Jesse es músico y activista medioambie­ntal. De vez en cuando acompañan a su madre en los escenarios.

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