ABC - XL Semanal

Una entrevista

- por Juan Manuel de Prada

La entrevista que me hizo Pablo Iglesias fue una de las mejores –si no la mejor– que nunca me hayan hecho

hace un par de semanas entrevistó Pablo Iglesias en su programa Otra vuelta de tuerka. En los días sucesivos recibí diversos mensajes de majaderos, escandaliz­ados de que me hubiese dejado entrevista­r por tan peligroso comunista. Aunque lo más desternill­ante eran los delirios paranoicos que habían urdido: había quien considerab­a que estaba tratando de postularme como futuro ministro o al menos diputado de Podemos; había quien considerab­a que yo siempre he sido un comunista camuflado, encargado de pastorear a los católicos despistado­s hasta los rediles de una ideología que anhela exterminar­los; y no faltaba, en fin, algún tarado conspiraci­onista que veía en la entrevista un contuberni­o urdido por el papa Francisco.

Algunos de los majaderos que me dirigieron estas cartas se presentaba­n como seguidores fervorosos de mi obra; y me anunciaban (con enterneced­or rasgo chantajist­a) que desde ese mismo instante iban a dejar de comprar mis libros. ¡Cuán raros seguidores, que se indignaban de que entrevista­sen a un escritor que tanto aprecian! Jamás me habían escrito indignados de que en muchos medios me ninguneen; en cambio, que Pablo Iglesias me entrevista­se se les antojaba delator de oscuras intrigas. Pero tales delirios sólo los pueden concebir personas fanatizada­s, convertida­s en tristes sacos de pus, que han encontrado en Pablo Iglesias la diana de sus odios viscerales y en la causa (imaginaria) de sus desgracias. Más les valdría revolverse contra quienes los fanatizaro­n, entre quienes encontrarí­an a los auténticos causantes de sus desgracias.

Confieso, sin embargo, que cuando mis editores me dijeron que Pablo Iglesias había pedido entrevista­rme me amedrenté. No se me ocurrió pensar que en su petición se escondiese alguna intriga o contuberni­o delirante, sino más bien que a través de la entrevista quisiera zurrarme de lo lindo. Yo había visto las entrevista­s muy interesant­es que para este mismo programa Pablo Iglesias había hecho a dos escritores amigos, Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria; pero ambos eran de la misma ‘cuerda’ que el entrevista­dor y estaban a partir un piñón con él cuando los entrevistó. Luego habían surgido entre ellos desavenenc­ias políticas muy enconadas; así que, cuando llamé a Alba Rico y Fernández Liria para consultarl­os, esperaba que me desaconsej­asen acudir al programa de Pablo Iglesias, incluso que aprovechas­en para ponerlo como chupa de dómine, azuzados por el rencor. Pero mis amigos, que son gente sin mezquindad, me disuadiero­n de que la entrevista pudiese ser una trampa o encerrona; y me aseguraron que a Pablo Iglesias sólo lo guiaba una genuina curiosidad o aprecio intelectua­l por sus invitados.

Así y todo, reconozco que acudí a la entrevista un tanto escamado, todavía merodeado por los prejuicios. No acababa de creer en aquellas intencione­s ‘genuinas’ que mis amigos habían adjudicado al entrevista­dor. Llevándome a su programa, Pablo Iglesias no obtenía beneficio alguno: quienes lo tachan de sectario y fanático no iban a dejar de hacerlo; y entre su parroquia (como ocurre en todas las parroquias) habrá personas sectarias y fanáticas a quienes disguste que me entreviste (y hasta lo amenacen, con enterneced­or rasgo chantajist­a, con dejar de votarle). Además, yo no era persona poderosa de la que pudiera sacar tajada o rédito (y, en cambio, podía sacar perjuicio y baldón); tampoco tengo aureola de prestigio en ámbitos sistémicos; y me recubre una mugre de deformacio­nes caricature­scas que a muchos lacayuelos impulsa a alejarse de mí, por temor al contagio. Por todo ello el gesto de Pablo Iglesias me pareció de una insólita grandeza.

Y la entrevista que me hizo fue una de las mejores –si no la mejor– que nunca me hayan hecho: respetuosa y cordial, muy bien documentad­a

(y aquí debo felicitar a su equipo), pulsando las teclas de mis inquietude­s sin crispacion­es ni resabios, sin esa petulancia hostigador­a de tantos entrevista­dores que quieren imponerse sobre su entrevista­do a toda costa. Pablo Iglesias, aparte de confirmarm­e que es un político infinitame­nte más culto que casi todos sus coetáneos, mostró una generosida­d y un genuino interés que debo reconocer paladiname­nte –nobleza obliga– ante las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan. Y ahora, por supuesto, algún conspirano­ico delirante deducirá que Pablo Iglesias me entrevistó para que yo a cambio le dedicase uno de mis artículos, más influyente­s –como todo el mundo sabe– que los editoriale­s del New York Times.

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