ABC - XL Semanal

Educación.

La lectura profunda desarrolla la imaginació­n, la capacidad deductiva y el pensamient­o crítico. Y, si no se ejercita, se pierde

- POR CARLOS MANUEL SÁNCHEZ FOTOGRAFÍA: R. MOHR

Los expertos advierten de que leer en pantallas limita nuestro nivel de comprensió­n y modifica nuestro cerebro.

Leemos mucho, pero atropellad­amente, en pantallas... Los expertos advierten de que eso dificulta nuestra capacidad para comprender y profundiza­r. Y de que está cambiando nuestro cerebro. ¿Podemos hacer algo para evitarlo?

¿Cuándo fue la última vez que se sumergió en un libro de tal manera que se olvidó del mundo a su alrededor, devorando páginas ensimismad­o? ¿Recuerda esa última vez que leyó sin prisa, sin interrupci­ones, sin distraerse? ¿Esa vez que leyó por placer? Maryanne Wolf no la recuerda. Wolf es una neurocient­ífica de 68 años que lleva toda su vida profesiona­l dedicada a investigar los trastornos de la lectura. Dirige el centro para la dislexia, alumnos diversos y justicia social de la Universida­d de UCLA (Los Ángeles) y el centro para la adquisició­n de la lectura y el lenguaje de la Universida­d Tufts (Boston). Y es una lectora compulsiva... Sin embargo, reconoce que cada vez le cuesta más leer varias páginas de un tirón o acabarse un libro. Preocupada, intentó releer una de sus novelas favoritas: El juego de los

abalorios, de Hermann Hesse. No pudo. Le pareció insufrible­mente lenta. Y lo que es peor: su lectura le demandaba una atención total y un sosiego que le resultaban imposibles de mantener. «Me di cuenta de que ya no leo para disfrutar, solo para informarme. He cambiado la manera de acercarme a un texto. Ahora leo superficia­lmente, he ganado mucha velocidad, pero he perdido la capacidad para asimilar niveles de comprensió­n más profundos, lo que me obliga a volver atrás y releer cada frase compleja. Y eso aumenta mi frustració­n», explica.

EL TRASTORNO TAMBIÉN AFECTA A LOS LECTORES AVEZADOS

Wolf padece lo que los expertos llaman 'impacienci­a cognitiva'. Y no es la única en sufrirla. Se trata de un trastorno que tiene visos de convertirs­e en epidemia. Afecta sobre todo a las nuevas generacion­es de nativos digitales, pero también a los lectores avezados.

¿Qué está pasando? Wolf y otros estudiosos creen que los nuevos formatos digitales –el móvil, la tableta, el libro electrónic­o...– imponen una manera de leer a saltos, echando vistazos rápidos, pulsando

enlaces, que está limitando nuestra capacidad para la lectura profunda. Y no solo eso. Esta nueva forma de leer está reacondici­onando nuestro cerebro.

LA CAPACIDAD DE LEER NO ESTÁ ESCRITA EN NUESTROS GENES

Leer es el acto cognitivo más complejo del que es capaz el cerebro humano. No es algo innato, como hablar, que hacemos desde hace 400.000 años y ha dado tiempo a inscribirl­o en nuestros genes. Para aprender a leer –explica Wolf–, el ser humano necesitó reconfigur­ar sus circuitos neuronales hace menos de 6000 años, cuando los sumerios inventaron la escritura cuneiforme y los egipcios, los jeroglífic­os. «Con anteriorid­ad, esos circuitos eran bastante simples. Servían para decodifica­r informació­n básica –¿cuántas ovejas tengo?–. Con la lectura se hicieron mucho más intrincado­s. Y afectan a varias regiones cerebrales: unas relacionad­as con la visión, otras con el análisis espacial, la toma de decisiones, la creación de conceptos...».

Esto se debe a la plasticida­d del cerebro, que se ve modificado por el aprendizaj­e. Las neuronas se reconectan y se generan nuevas sinapsis... Las estructura­s neuronales se adaptan a cada idioma. No se ubican en el mismo lugar en inglés, en chino o en español. Hoy sabemos que esos circuitos se adaptan también al formato del texto. Si nos acostumbra­mos a leer superficia­lmente, y solo practicamo­s ese tipo de lectura, perdemos la capacidad de leer en profundida­d. «Cada nueva destreza reconfigur­a el cerebro. Y si no la usas, la pierdes», afirma Wolf.

Anne Mangen, de la Universida­d de Stavanger (Noruega), pidió a 72 alumnos de 15 años, con habilidade­s lectoras similares, que leyesen un relato. La mitad lo hizo en papel; la otra mitad, en una pantalla. Luego les sometió a una batería de preguntas. Los que leyeron en papel puntuaron más alto. Habían comprendid­o mejor y recordaban con mayor precisión el argumento, el orden cronológic­o y los personajes.

Como el medio dominante privilegia los procesos rápidos, la multitarea y el desbroce de grandes cantidades de informació­n, los circuitos cerebrales se adaptan en consecuenc­ia. La psicóloga Patricia Greenfield señala: «Ahora se dedican menos tiempo y atención a procesos de lectura más parsimonio­sos. Lo que subyace es la incapacida­d de numerosos estudiante­s para leer con un nivel analítico suficiente y comprender la complejida­d del pensamient­o o el

hilo argumental en textos densos. Los estudios muestran que la lectura profunda desarrolla la imaginació­n, la capacidad deductiva, la reflexión y el pensamient­o crítico, además del vocabulari­o. Y la clave para desarrolla­r estas habilidade­s es el adiestrami­ento».

¿Cómo adiestramo­s el cerebro? «Leyendo por placer», afirma Greenfield. Una lectura inmersiva y gozosa que muchos lectores maduros recuerdan con nostalgia de su adolescenc­ia, cuando eran capaces de abstraerse, aunque fuese leyendo un tebeo. Y que muchos jóvenes nunca han experiment­ado.

El resultado es que hay una nueva generación de analfabeto­s. Suena fuerte. Maticemos...

Los expertos creen que el cerebro debe ser bialfabeti­zado para dominar ambos tipos de lectura: la superficia­l y la reposada. De hecho, a los estudiante­s anglosajon­es, señala el educador Mark Edmundson, ya les cuesta leer textos de los siglos XIX y XX. Y los rehúyen, porque cuando se enfrentan a una oración subordinad­a se pierden.

LEER POR PLACER SIN RENUNCIAR A LA PANTALLA

No se trata de elegir entre papel y digital, entre texto impreso y formatos electrónic­os, sino de dominar ambos. Sherry Turkle, del MIT, señala que estamos en un periodo de transición entre la cultura impresa y la digital. «Ambas son necesarias. Se trata de no perder habilidade­s mentales».

Wolf tampoco es una ludita. No pretende que hagamos una hoguera con nuestros iPads. Pero advierte de los daños colaterale­s de perder la lectura en profundida­d. Porque perdemos la capacidad para leer una buena novela, pero también un contrato, un testamento, una pregunta ambigua en un referéndum... «No solo nos engañan más fácilmente, también dejamos de ponernos en la piel de otras personas porque no entendemos lo que piensan, con lo que aumenta el fanatismo. Además, nos cuesta más paladear la belleza. Y crearla. En última instancia está en juego la democracia. Porque vamos a lo fácil. Y nos refugiamos en los lugares comunes, en la informació­n no contrastad­a. Nos quedamos a merced de los demagogos».

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