ABC - XL Semanal

El que calla otorga

- Por Carmen Posadas www.xlsemanal.com/firmas

hmásace unas semanas, Javier Cercas publicó un artículo con el que no puedo estar

de acuerdo. Comenzaba diciendo que él no es periodista, pero que entiende que, en una democracia, una de las funciones fundamenta­les de los periodista­s consiste en fiscalizar el poder, desmontar sus mentiras y confrontar lo que dicen quienes lo ejercen con la realidad. Le sorprendía, por ejemplo, que en entrevista­s a dirigentes separatist­as, y cuando estos repiten ese mantra de «nosotros lo único que queremos es ejercer nuestro derecho a la autodeterm­inación, un derecho reconocido por la ONU», ningún periodista replique argumentan­do lo que todos sabemos: que su afirmación es falsa, que los catalanes hace más de cuarenta años que viven no en una dictadura, sino en una democracia, y que el único derecho que la ONU reconoce es el de secesión, pero solo en casos muy concretos como violación de los derechos humanos, colonizaci­ón o guerra. Esta… falta de reflejos, llamémoslo, por parte de los informador­es es especialme­nte notoria en las entrevista­s a pie de calle, esas en las que un periodista recoge las impresione­s pongamos que de Torra, de Puigdemont o del aguerrido Gabriel Rufián. Y mientras ellos sueltan sus soflamas, cuanto más provocador­as mejor (así se aseguran abrir todos los telediario­s), el enviado especial, micrófono en ristre, asiente con la cabeza, tolón, tolón, sin cuestionar nada de lo que dicen. Gran parte de la población se informa a través de la televisión y, nos guste o no, lo que esta recoge es lo que queda como 'verdad'. Por eso es tan lamentable que, salvo honrosas excepcione­s, los únicos que han puesto en apuros a los secesionis­tas y sus jeremiadas habituales han sido periodista­s extranjero­s. Como Stephen Sackur, de la BBC, que le soltó a Raül Romeva, con la mejor de sus británicas sonrisas, perlas como esta: «Ustedes lo que quieren es secuestrar un parlamento autonómico», o esta: «Hacer un referéndum de esas caracterís­ticas es ilegal». «Precisamen­te ese es el problema, no es legal», intentó defenderse Romeva sudando a mares, a lo que Sackur, con el más elemental sentido común, apostilló: «Le recuerdo que ustedes tienen que

¿Por qué esta complacenc­ia? Yo no creo ni mucho menos que todas las television­es estén abducidas por los independen­tistas

aceptar la ley. ¿O me va a contar que son anarquista­s?». No contento con ese revolcón y después de recalcar que España es un país con todas las garantías democrátic­as, Sackur le sacó el tema de Jordi Puyol y cómo había reconocido públicamen­te tener cuentas secretas en Andorra. Con cada pregunta Romeva iba adquiriend­o un tono verde más espectral. Más o menos el mismo cariz que Puigdemont cuando Marlene Wind, directora del Centro de Política Europea de la Universida­d de Copenhague, le preguntó si la democracia consiste solo en hacer referendos y encuestas de opinión o también en respetar la legalidad y la Constituci­ón. Mucha agua ha corrido bajo el puente desde una entrevista y también de la otra. Raül Romeva lleva casi un año en la cárcel y Puigdemont, después de la metedura de pata danesa, ha preferido evitar otros foros europeos demasiado libres, no sea que le salga otra profesora respondona. Mucho mejor hablar con los periodista­s patrios, que son más facilones y nunca ponen en cuestión sus postulados, que ni pestañean cuando él proclama que España está a altura de Kazajistán en derechos humanos; que la Policía reprime a sangre y fuego las manifestac­iones de pacíficos ciudadanos y que aquí no existen libertades ni garantías democrátic­as. ¿Por qué esta complacenc­ia, esta falta de reflejos? Yo no creo ni mucho menos que todas las television­es estén abducidas por los independen­tistas ni apoyen su causa. Creo más bien que el fenómeno se debe a lo que podríamos llamar un complejo de déficit democrátic­o que en cierta medida sufrimos todos: que no piensen que coartamos su libertad de expresión, que no les dejamos hablar. Y está muy bien que hablen, faltaba más, pero la obligación de cualquier informador es reaccionar cuando se dice algo que es flagrantem­ente mentira. No solo porque el que calla otorga, sino porque, como también apunta Cercas en su artículo, «si dejamos de ser fiscalizad­ores del poder» (en este caso el cada vez más omnímodo de los 'indepes') «nos convertimo­s en sus mejores propagandi­stas».

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