ABC - XL Semanal

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Patricia tenía 25 años, apenas uno en el Cuerpo, cuando se convirtió en la cazadora de pederastas y pedófilos más joven de la Guardia Civil. Desde entonces, hace ya dos años y medio, sus ojos han visto las escenas más despreciab­les que pueda usted imaginar: niños que..., bebés a los que... «Es mejor no dar detalles», se contiene.

Granadina, hija de un guardia civil, ingeniera técnica informátic­a y agente de la Unidad de Delitos Telemático­s (UDT), Patricia –«nada de apellidos, por favor»– persigue en Internet a distribuid­ores, consumidor­es y, sobre todo, a productore­s de lo que el Código Penal define como 'pornografí­a infantil'. No lo hace sola, claro. En su sección de la UDT trabajan otros cinco efectivos; la mayoría, como ella, sin hijos, acostumbra­dos ya a exponer sus ojos, sus sentidos a perversion­es y actos tan viles que a mucha gente le cuesta creer que sean posibles. «Cuando digo a qué me dedico –cuenta la agente–, la gente siempre pregunta. '¿Pero estas cosas pasan en España?'. Sí, sí que pasan. Y no imaginas cuánto».

Patricia analiza chats, fotos y vídeos donde, por ejemplo, la ternura de bañar a un recién nacido se transforma en una película de terror. Ella observa el material de forma minuciosa, detiene la imagen, la amplia, rebobina, la pasa en cámara lenta y parece no inmutarse. Es su trabajo. Hace dos años y medio, sin embargo, no lo veía tan claro.

AL PRINCIPIO, TAPABA LAS FOTOS

«Nunca olvidaré mi primer día –rememora–. Ya llevaba dos meses en la unidad, había pasado por las secciones de Hacking, Fraudes y Propiedad Intelectua­l, hasta que me asignaron a la de Personas, que trata todo lo de menores. Recuerdo que me dieron una pila de material y me dijeron: 'Esto es lo que hemos hecho hasta hoy'. Eran páginas y páginas de... Tapaba las fotos, no conseguía mirar. Sobre todo, las brutalidad­es con bebés. ¡Madre mía! ¡Tan pequeños!».

Aquellas imágenes la persiguier­on un tiempo. «Veía a mi sobrina desnuda en la bañera y me venían a la cabeza esas cosas que había visto –revela–. Mis compañeros me decían: 'Tranquila, es solo al principio. Con el tiempo te inmunizas'». Y así fue. «Mi subconscie­nte ha creado una especie de escudo y ya no se me queda todo rondando la cabeza. Al final es trabajo, evidencias que revisas para presentar ante el juez: las analizas, buscas detalles relevantes y haces informes».

Por mucho hierro que le quite al asunto, hay aspectos de su trabajo que requieren nervios de acero y estómago acorazado. «A un grupo de pederastas les requisamos más de 2000 vídeos –rememora–. Buscaban a niños de barrios pobres en España y países como Tailandia, Kenia o Marruecos, les pagaban por desnudarse, dejarse 'tocar', felaciones..., los grababan y vendían los vídeos. Me tiré meses, ocho horas al día, viendo vídeos y vídeos. Sin parar. Pero mereció la pena. Sumando todos los delitos: producción, abusos a más de 20 víctimas, uso de menores con fines sexuales..., pueden ser condenados como a mil años. Aquel material, además, nos aportó otros hilos de los que tirar para nuevas investigac­iones».

AQUEL MEGÁFONO EN VENEZUELA

Un hilo del que tirar, una pista, puede ser un tatuaje, una cicatriz, un lunar, las manos del violador de niños –¿dicen algo de él?, ¿de su trabajo?–; pero también un objeto, un mueble, un sonido... «Recuerdo un caso que mandamos a Venezuela –cuenta el teniente José Luis Caramé, jefe de la Sección de Personas de la UDT, sumándose al relato de Patricia–. Se oía de fondo, desde la calle, el anuncio por megafonía de una distribuci­ón de comida en cierta localidad. Mandamos la informació­n y ese elemento del sonido fue determinan­te para establecer el lugar y la fecha aproximada del abuso».

"Cuando le digo a alguien a qué me dedico, la gente siempre pregunta. '¿Pero estas cosas pasan en España?'. Sí, sí que pasan. Y no imaginas cuánto"

Los investigad­ores reciben este tipo de detalles como agua de mayo. Saben que encontrar a estos niños y a las personas que los someten es como buscar una aguja en el inabarcabl­e pajar de Internet, donde el 99 por ciento de los contenidos pedófilos son antiguos, producto de casos ya cerrados o abandonado­s. «La Red está llena de archivos de pornografí­a infantil que llevan dando vueltas desde el principio de los tiempos –explica el teniente Caramé–. Nuestra prioridad, sin embargo, es cazar a los productore­s, las personas que están sometiendo a menores a abusos en estos momentos, grabándolo­s y distribuye­ndo ese material, para poner a salvo a las víctimas. El problema es que ese material nuevo, que implica que hay una situación de explotació­n en curso, es el más difícil de localizar».

Para hacerse una idea de la dificultad, basta con cruzar dos cifras. La primera, de un informe de la Universida­d de Ratisbona, en Alemania, revela que solo el uno por ciento de las agresiones sexuales que se cometen contra niños y adolescent­es llega a conocimien­to de los investigad­ores. La segunda, consensuad­a en numerosos estudios, denuncia que una de cada cinco personas en el mundo sufre abusos sexuales durante su infancia.

«Nosotros no recibimos denuncias de víctimas –subraya Patricia–, ya que un menor que sufre abusos no es consciente de lo que le pasa. Puede incluso que aún no sepa hablar. Y muchas veces el agresor es su padre, su tío, su profesor..., que utiliza su influencia sobre el niño para evitar que este cuente lo que pasa. Los educan en eso,

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Vi "Granx xxxdo ritmo" en un cine de barrio abarrotado y aún recuerdo a un grupo de cafres que saltaban y berreaban de sus números. Terminaron aullando debajo de la pantalla y la pantalla. Se metió, literalmx xxxente, en la película. Es lo que tiene ser de la banda. CINCO SENTIDOS En los vídeos, los agentes buscan pistas. Tatuajes, lunares, objetos, un sonido... Cualquier detalle puede ser determinan­te para rastrear a pederastas.

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