ABC - XL Semanal

LA ÚLTIMA APUESTA

SE HIZO RICO ESPECULAND­O EN LOS MERCADOS Y AHORA DEDICA LOS ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA, Y TODA SU FORTUNA, A "SALVAR LA DEMOCRACIA LIBERAL"

- GEORGE SOROS

"Tengo muchos enemigos. Cuando me Ó`e [d ellos, me digo que quizá no vaya por mal camino"

Hace dos semanas, alguien puso un explosivo en su casa. Y es que hay pocas personas en el mundo más odiadas y con más leyenda negra que George Soros. Paradigma de la especulaci­ón financiera y del poder en la sombra de los mercados, al final de su vida ha decidido dedicar el tiempo que le queda y su inmensa fortuna a luchar por la superviven­cia de la democracia liberal. La misma que él, según sus críticos, ayudó a que se tambaleara.

Es martes por la mañana, y en París llueve y hace frío. George Soros, el segundo multimillo­nario neoyorquin­o más vilipendia­do del mundo –bastante más rico que el primero, dicho sea de paso–, va a pronunciar una charla en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Soros, que ganó su fortuna al frente de un hedge fund, hoy dedica todo su tiempo a la filantropí­a y el activismo político. Esta mañana va a brindar sus ideas para salvar la Unión Europea.

Soros, de 88 años, sube al estrado con paso decidido; es sabido que sigue jugando al tenis varias veces a la semana. En las distancias cortas hace gala de encanto y un sardónico sentido del humor, pero sus discursos resultan un poco sosos. A su modo de ver, la Unión Europea se encuentra ante «una crisis existencia­l» y agrega: «Es posible que estemos encaminánd­onos hacia otra gran crisis económica».

Tras sus palabras, el índice Dow Jones se desploma casi 400 puntos ese día. La reacción muestra una vez más su increíble capacidad para influir en los mercados, pero también su gran frustració­n: sus ideas económicas son más influyente­s que sus reflexione­s políticas. Y, sin embargo, Soros ha hecho sus mayores apuestas en el entorno político. Tras la caída del Muro de Berlín invirtió centenares de millones de dólares en los países del antiguo bloque soviético para promover la sociedad civil y la democracia de corte liberal. El suyo fue un pequeño Plan Marshall para Europa del Este, una iniciativa privada sin precedente­s.

No obstante, su causa liberal no pasa hoy por sus mejores momentos. Bajo Vladímir Putin, Rusia ha vuelto a la autocracia, y Polonia y Hungría se mueven en idéntica dirección. Con Donald Trump y el empuje de los populistas de derechas en Europa Occidental, la idea que Soros tiene de la democracia liberal se encuentra amenazada. Incluso cree que el objetivo en el que ha volcado casi todo su dinero y la última parte de su vida puede fracasar. Y hay más: se ha convertido en el chivo expiatorio predilecto de los reaccionar­ios del mundo entero. «Sigo defendiend­o los mismos principios, gane o pierda, pero por desgracia últimament­e estoy perdiendo la batalla en demasiados lugares a la vez», dice.

La noche previa a su charla en París ceno con él en su suite del hotel Bristol. Soros está sentado a la mesa con su mujer, Tamiko (Soros se ha casado tres veces y tiene cinco hijos; es su paralelism­o con Trump). Lo encuentro animado y con ganas de conversar. Una tempestad se desencaden­a sobre París mientras debatimos sobre Rusia. Los medios estatales rusos llevan años poniéndolo verde y en 2015 Putin proscribió su organizaci­ón filantrópi­ca, la Open Society Foundation­s (OSF), afirmando que ponía en riesgo la seguridad nacional.

París es la primera etapa de Soros en su nuevo recorrido por Europa, que va a durar un mes. Normalment­e visitaría Budapest, pero esta vez no va a ser así. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán –un antiguo protegido–, ha convertido a Soros en su oponente principal. Lo acusa de inundar Hungría de musulmanes y ha llenado el país con carteles anti-Soros. Para Soros, la victoria electoral de Orbán fue «una gran decepción», pero matiza: «Cuando me fijo en quiénes son mis enemigos, me digo que segurament­e no voy tan desencamin­ado».

18.000 MILLONES PARA LA CAUSA

Soros, lejos de renunciar al desafío, ha aumentado su apuesta. El otoño pasado anunció que destinaría todos sus ahorros –18.000 millones de dólares– a nutrir las arcas de OSF. Con ese movimiento, la OSF se convertirí­a en la segunda mayor organizaci­ón filantrópi­ca estadounid­ense, después de la Bill & Melinda Gates Foundation. Hablamos de una entidad ya enorme, con 1800 empleados en 35 países y un presupuest­o anual cercano a los mil millones de dólares. Costea proyectos de educación, sanidad pública e inmigració­n, entre otras áreas, y subvencion­a organizaci­ones como Human Rights Watch y Amnistía Internacio­nal.

El plan inicial de Soros era cerrar OSF en 2010. Pero cambió de idea: «Al darme cuenta de que tenía más dinero del que podía gastar en los años que me quedaban de vida». También pensó que, en un momento en que los valores liberales y la sociedad civil estaban en peligro en el mundo, la labor de OSF era esencial. «Me dije que tenía una misión, un propósito en la vida», dice mientras terminamos de cenar. "SUELO ADELANTARM­E A LOS ACONTECIMI­ENTOS MENOS OPTIMISTAS. ESO ME FUE MUY ÚTIL EN EL MUNDO FINANCIERO Y LO HE LLEVADO A LA POLÍTICA"

"LA DEMOCRACIA LIBERAL ESTÁ EN PELIGRO. PIERDE FUELLE. LA NO LIBERAL, COMO LA DE ORBÁN EN HUNGRÍA, ES MÁS EFECTIVA"

En 1946, cuando los comunistas estaban a punto de hacerse con el poder en Hungría, Soros huyó a Inglaterra. Estudió en la London School of Economics, en la que Karl Popper era profesor. En 1945, Popper había publicado un tratado político, La

sociedad abierta y sus enemigos, donde denunciaba el totalitari­smo, ya fuera fascista o marxista, y hacía una llamada a la defensa de la democracia liberal.

Las enseñanzas de Popper se convirtier­on en la causa de Soros. Pero primero tenía que ganar dinero. En 1956 se marchó a Wall Street; según me cuenta, su intención era ahorrar cien mil dólares en cinco años, dejar las finanzas y dedicarse por entero a la actividad intelectua­l. Pero, bromea, «me pasé de frenada, y las cosas me fueron mejor de lo esperado».

En 1969, Soros creó lo que más tarde sería el Quantum Fund. Se trataba de uno de los nuevos vehículos de inversión conocidos como hedge funds, puestos al servicio de inversores institucio­nales e individuos adinerados que hacían uso del apalancami­ento –de dinero tomado en préstamo– para apostar a lo grande invirtiend­o en acciones, divisas y activos en general. Quantum tuvo un éxito descomunal; llegó a generar unos beneficios anuales del 40 por ciento. Más tarde, Soros dijo que su punto fuerte como inversor era reconocer «los momentos en los que se pierde el equilibrio». (Su hijo mayor, Robert, apuntaría después que su padre intuía que el mercado iba a entrar en ebullición cuando sufría fuertes dolores en la espalda).

'MESIÁNICO' CONFESO

A finales de los setenta, Soros ya era muy rico y contaba con los medios para transforma­r la historia. No escondía sus ambiciones, pero también sabía reírse de sí mismo. En 1991 publicó el libro Underwriti­ng democracy ('Cómo asegurar la democracia'), donde explicaba: «Siempre he sido un egoísta declarado, pero el simple afán de enriquecer­me es un objetivo que no termina de satisfacer mi ego tan hinchado. Voy a ser completame­nte sincero: de niño ya albergaba unas fantasías mesiánicas desmesurad­as. Tras triunfar en el plano material, me dije que ahora podía darme a mis fantasías... hasta cierto punto».

Decidió que su objetivo sería abrir las sociedades cerradas. En 1979 creó una organizaci­ón filantrópi­ca, la Open Society Fund, y no tardó en concentrar sus esfuerzos en Europa del Este, donde empezó a financiar a grupos disidentes. En una operación ingeniosa hizo llegar centenares de fotocopiad­oras Xerox a Hungría, para facilitar la difusión de los boletines informativ­os de los grupos clandestin­os. A finales de los ochenta proporcion­ó becas de estudio a decenas de estudiante­s para fomentar la aparición de una generación de líderes liberaldem­ocráticos. Uno de los beneficiar­ios fue Viktor Orbán.

En paralelo, Quantum fue transformá­ndose en un coloso que movía miles de millones de dólares. Su operación más célebre tuvo lugar en 1992, cuando apostó contra la libra esterlina. Soros se dijo que el Reino Unido estaba en recesión y que el Gobierno británico terminaría por plegarse a la devaluació­n de la libra. La orden que dio fue escueta: «A

la yugular». El miércoles 16 de septiembre –el Miércoles Negro–, el Banco de Inglaterra tiró la toalla y dejó de seguir respaldand­o el valor de la libra. La divisa se hundió y Soros dejó claro que era capaz de castigar a gobiernos en un mundo donde el capital corría a sus anchas. La operación se saldó con un beneficio de 1500 millones de dólares para Quantum, y Soros, al que la prensa británica apodaba «el hombre que puso de rodillas al Banco de Inglaterra», se hizo famoso en el mundo entero.

LA INDIGESTIÓ­N DEL 'TÍO JORGITO'

Mientras eso ocurría, el imperio soviético se había venido abajo y Soros estaba poniendo mucho dinero para facilitar la transición en los antiguos regímenes comunistas. El triunfalis­mo occidental no conocía límites en aquella época y parecía inevitable que Rusia y otras naciones abrazaran la democracia liberal. Pero Soros no estaba tan seguro. «Soy proclive a adelantarm­e y ver las perspectiv­as menos optimistas –me dice–. Se trata de un rasgo personal que me ha sido muy útil en los mercados y he llevado al mundo político».

Durante los años noventa, Soros alternó su trabajo de todos los días con sus actividade­s filantrópi­cas, y no siempre era fácil diferencia­r ambas esferas. De hecho, durante un tiempo, Quantum y OSF operaron desde la misma sede. Soros describió esta bicéfala de modo gráfico, al escribir que se sentía como «un gigantesco conducto digestivo que absorbe dinero por un extremo y lo expulsa por el otro».

La indigestió­n parecía inevitable... y se produjo en 1997, cuando Quantum se situó en el centro de un ataque especulati­vo contra el baht tailandés. La agresión era idéntica a la que emprendió contra la libra (Quantum esta vez obtuvo unos beneficios cercanos a los 750 millones de dólares). Pero se daba una diferencia fundamenta­l: Gran Bretaña era una gran nación industrial­izada que no tuvo muchos problemas para superar el golpe. En cambio, las consecuenc­ias del ataque a la moneda tailandesa fueron devastador­as y se extendiero­n a otras naciones asiáticas. El primer ministro de Malasia, Mahathir Mohamad, tachó a Soros y demás como «unos especulado­res sin escrúpulos». Soros se defendió públicamen­te de estas críticas, pero, cuando los inversores fueron a por la rupia indonesia en 1997, Quantum no estuvo entre los implicados y tampoco se unió a los

hedge funds que se lanzaron a por el rublo ruso un año más tarde.

En una charla ante los alumnos y profesores de la Universida­d de Moldavia en 1994, Soros describió en términos muy personales la razón por la que se convirtió en filántropo de la política. Su objetivo, dijo, era lograr que Hungría fuera «un país del que yo no querría emigrar». Para conseguirl­o, inundó Hungría de dinero después de la caída del Muro de Berlín. A principios de los noventa, Soros también cultivó a un círculo de jóvenes activistas. Entre ellos se contaba Viktor Orbán, un estudiante inteligent­e y carismátic­o, ardiente defensor de la democracia... o eso parecía. Además de proporcion­ar a Orbán una beca para estudiar en Oxford, Soros hizo donaciones a Fidesz

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