Entrevista.
Henry Marsh –una eminencia en neurocirugía– lo dejó todo en Londres para marcharse a Nepal, donde opera gratis a la gente y escribe libros. Hablamos con él.
Es una de las mayores eminencias del mundo en neurocirugía. Dejó el gran hospital de Londres donde trabajaba y ahora opera gratis en Nepal y escribe libros. Continúa poniendo el dedo en la llaga. De sus agudas reflexiones no se libran ni sus colegas ni los pacientes.
Sus manos,
grandes y callosas por el trabajo con la madera (fabrica muebles), han hurgado en más de 15.000 cerebros durante sus cuatro décadas de neurocirujano en la sanidad pública británica. Hace tres años se jubiló: no estaba de acuerdo en cómo se hacían las cosas en los hospitales. Pero a sus 68 años no ha abandonado los quirófanos. Opera (gratis) y enseña a nuevos neurocirujanos en centros de Ucrania y Nepal. Lo cuenta en sus libros. Del primero, Ante todo no
hagas daño, ha vendido un millón de ejemplares. Ahora publica Confesiones (Salamandra). Sigue siendo un rebelde.
XLSemanal. Cuenta en Confesiones que tiene un kit de suicidio.
Henry Marsh. Lo tengo. Si lo usaré o no, eso no lo sé. Morir puede ser fácil, rápido y sin dolor o puede ser horrible.
XL. ¿Teme el dolor?
H.M. El dolor normalmente no es un problema, se puede manejar con cuidados paliativos. Lo que me asusta es la pérdida de autonomía, de dignidad, verme tumbado en una cama con incontinencia... perder mi identidad.
XL. Dice que la muerte no es lo peor.
H.M. Lo peor es morirse, no la muerte. O el saber que te mueres. Yo no quiero ser una carga para mis hijos. Trato de llevar una vida sana. Corro casi todos los días, no fumo, no tengo sobrepeso, bebo demasiado [se ríe]... hay que cometer algún pecado. Bebo para relajarme. La BBC, la tradición empírica en filosofía y el gin-tonic son las contribuciones británicas a la cultura mundial.
XL. ¿Cree que pronto veremos un nuevo descubrimiento sobre el cerebro?
H.M. No, porque en ciencia no se puede predecir lo que va a suceder. Leo artículos que hacen grandes vaticinios y me parecen bobadas. La revolución más grande en biología en los últimos años es CRISPR, la edición de los genes. Va a tener un impacto enorme en la vida, en la agricultura, en medicina, en todo... Ahora está en sus comienzos.
XL. Hay quienes hablan de trasplantes de cerebro.
H.M. Ese es un idiota de Italia. Son tonterías. Entre otras cosas no sabemos qué pasa si cortamos los nervios vagos y son muy importantes. Además, incluso si fuera posible, ¿lo necesitamos?
XL. Hay investigaciones muy avanzadas en inteligencia artificial.
H.M. En unos años los ordenadores serán más listos que nosotros, puede que sí. No es lo deseable. Pero ni siquiera hemos comenzado a entender cómo funciona el cerebro. Cuando hay gente como Elon Musk o Stephen Hawking diciendo que la inteligencia artificial es una enorme amenaza para la humanidad, creo que probablemente es una tontería. No creo que ni un solo neurocientífico piense eso porque no sabemos si el cerebro funciona como un ordenador. Sabemos muy poco sobre cómo funciona el cerebro. Es demasiado complejo.
XL. En Occidente...
H.M. Hay una obsesión en prolongar la vida. Sobre todo en Silicon Valley. ¡A los billonarios les da miedo envejecer! Quieren vivir para siempre. Yo soy escéptico con eso. Creo que el optimismo americano se está volviendo loco.
XL. ¿El optimismo americano?
H.M. Me gusta el positivismo de la cultura americana, pero a menudo no es realista. Parece que la muerte es opcional: el tratamiento excesivo es uno de los problemas de la medicina americana.
XL. ¿Qué otros problemas hay?
H.M. La medicina cada vez es más cara y hay más gente mayor –me incluyo yo mismo– y más casos de
"LOS TRASPLANTES DE CEREBRO SON UNA TONTERÍA, COSA DE UN IDIOTA DE ITALIA. ADEMÁS, SI FUERAN POSIBLES... ¿LOS NECESITAMOS?"
cáncer, demencia... Y no tenemos una respuesta para esto.
XL. ¿Le asusta la demencia?
H.M. Mucho. ¡Estoy aterrorizado!
XL. Porque su padre la padeció.
H.M. Por mi trabajo, por mi padre, por todo. Los grandes laboratorios están abandonando la investigación sobre la demencia porque no hay progresos. Si vives hasta los 80, tienes un 45 por ciento de posibilidades de padecerla; si llegas hasta los 90, las posibilidades son de un 75 por ciento. En Europa, la población con demencia no para de crecer.
XL. ¿Qué se puede hacer?
H.M. No hay respuestas fáciles a esto. Soy un defensor ferviente de la muerte asistida. No se trata de dar una licencia a los médicos para matar a los pacientes, sino de darles el derecho a decir: «Quiero que mi vida acabe ahora de una manera digna, no miserablemente drogado en un hospital». No entiendo por qué no podemos tener ese derecho.
XL. No le gustan los hospitales.
H.M. La mayoría son como fábricas, lugares muy antipáticos para estar enfermo.
XL. Se acaba de jubilar de su trabajo en el Saint George's de Londres.
H.M. Estaba harto. He sido un ferviente defensor del sistema público sanitario, pero acabé desesperado con la burocracia. Ahora es un mundo muy encorsetado: no nos permitían ni ir vestidos con traje y corbata; era obligatorio que todos lleváramos bata blanca. Decidí irme. Pero todavía me gusta mi trabajo. Así que llamé a un viejo amigo y colega de Nepal y me ofrecí a trabajar con él en su clínica de Katmandú.
XL. ¿Los pacientes de Nepal aceptan mejor el que una operación fracase?
H.M. No, al contrario. Lo aceptan peor. Les cuesta asumir que a veces no tiene sentido continuar un tratamiento y que la gente puede sufrir daño cerebral. Tampoco aceptan la muerte cerebral. Es paradójico, porque sucede igual que en América, la gente no es realista.
XL. En Confesiones recuerda el triste caso de una niña.
H.M. No me siento orgulloso de los casos que han salido bien: era mi trabajo. Me acuerdo mejor de los casos que salieron mal. Todavía me persiguen. Tengo muchas tumbas en mi cementerio interior, todos los cirujanos las tenemos. El gran reto de los médicos es mantener la relación de confianza con los pacientes y sus familias cuando las cosas salen mal.