ABC - XL Semanal

Historia.

A un siglo de la Primera Guerra Mundial, Juan Eslava Galán repasa la contienda que dejó millones de muertos y, cerrada en falso, abocó a Europa a un conflicto mayor en 1939.

- POR JUAN ESLAVA GALÁN

La ametrallad­ora, la artillería, la aviación y los gases acabaron con el 'arte de la guerra'

La llamaron la Gran Guerra y los ufanos pueblos de Europa que dominaban el mundo (y saqueaban sus recursos) fueron a ella con inconscien­te alegría. «Para Navidad, en casa», auguraron los mandatario­s. Y el pueblo los creyó. La juventud vistió el uniforme entusiasma­da, la cabeza llena de ideas románticas, para esta guerra que presumían corta y gloriosa y, a la postre, se convirtió en un matadero.

Generales de cuidados bigotes, las botas lustradas por asistentes que oficiaban como mayordomos, se inclinaban sobre los mapas de sus estados mayores, casi siempre instalados en lujosos chateaux, lejos del frente, para aplicar tácticas obsoletas heredadas de las guerras napoleónic­as. Tarde comprendie­ron que la ametrallad­ora, la alambrada, la letal artillería, la aviación y los gases asfixiante­s exigían nuevas ideas y una radical renovación del pomposamen­te denominado 'arte de la guerra'.

MUTILADO O MUERTO

Mientras lo comprendie­ron, siguieron enviando a la muerte a cientos de miles de jóvenes para recuperar unos kilómetros de tierra que al mes siguiente cederían de nuevo. Se sucedían las Navidades y nadie volvía a

Los generales prusianos dejaron al Parlamento la rendición. ¡Que los civiles carguen con ese deshonor!

casa como no fuera mutilado. La pugna a topa carnero se prolongó durante cuatro interminab­les años.

En la Navidad de 1918, la mayoría de las familias alemanas viste sus holgados trajes de fiesta (todos han adelgazado debido al hambre) para compartir una triste patata cocida en un sopicaldo

ersatz ('sucedáneo') hecho con una pastilla terrosa que vagamente recuerda a la carne. En la calle, masas obreras hambrienta­s reclaman una revolución como la bolcheviqu­e que recienteme­nte ha liberado a Rusia de la guerra.

Los alemanes combaten en suelo francés, lo que teóricamen­te significa que llevan las de ganar, pero el bloqueo marítimo al que los someten los ingleses impide la entrada en Alemania de alimentos o materias primas. Por otra parte, desde que EE.UU. entró en la guerra la balanza se ha inclinado inexorable a la parte del bando aliado.

ALEMANIA TIRA LA TOALLA

Los técnicos exponen la situación al general Ludendorff, virtual dictador de Alemania: el pueblo se muere de hambre, en las fábricas las mujeres se desvanecen sobre las máquinas. No podemos suministra­r más armas ni más raciones. O sea, hemos perdido la guerra. Ludendorff es consciente de

El presidente Wilson prometió: «Esta será la última guerra, la que acabará con todas las guerras»

que ha rebañado el fondo del caldero. Las famélicas tropas alemanas están a punto de amotinarse. No queda otra que rendirse, pero para que el honor del Ejército quede a salvo devuelve el poder al Parlamento. Que los civiles soliciten el armisticio y carguen con el deshonor de la rendición.

Arrogantes en la victoria, feroces en la guerra, cobardes en la derrota, los generales prusianos dejan que el Parlamento burgués y obrero cargue con la responsabi­lidad de la rendición. De este modo podrán justificar­se ante la historia. «Que conste que cuando depusimos las armas estábamos ganando la guerra, puesto que ocupábamos suelo extranjero en todos los frentes».

La depauperad­a población se entera por los periódicos de que Alemania se ha convertido, de la noche a la mañana, en una democracia parlamenta­ria. El orgulloso imperio que pretendía extender su dominio por Europa y parte de Asia se transforma en una prosaica república socialdemó­crata.

El presidente americano Wilson, el pacifista que entró en guerra forzado por los acontecimi­entos, exige antes de firmar nada que Alemania deponga las armas y se convierta en un estado constituci­onal.

El canciller germano aprueba en pocos días profundas reformas para democratiz­ar la nación. Demasiado tarde. Estalla la revolución que se estaba gestando entre la población.

PAZ EN EL BOSQUE

El 7 de noviembre de 1918, en el bosque de Compiègne, cerca del frente, se reúnen la delegación francesa y alemana para tratar el armisticio. El mariscal Foch, el francés, observa un momento a los alemanes sin esforzarse en disimular el desprecio. «Pregúntele a estos caballeros qué desean», ordena al intérprete. Erzberger, el alemán, titubea: «Creo que estamos aquí para discutir los términos del armisticio». Foch se dirige nuevamente al intérprete: «Haga saber a estos caballeros que no hay nada que discutir. Y léales el pliego de condicione­s».

Retirada inmediata de los territorio­s ocupados en Francia y Bélgica, devolución de las disputadas provincias de Alsacia y Lorena, desmilitar­ización de una franja de treinta kilómetros a lo largo del Rin. Además, Alemania debe

entregar las armas pesadas y reducir su Ejército a cien mil hombres.

El armisticio se fija el 11 de noviembre a las once de la mañana. En los frentes reina una quietud glacial. Oficiales y tropa están pendientes del reloj. Al dar las once, un clamor se eleva de las trincheras. Gorros al aire. Abrazos. Lágrimas que dejan regueros claros al deslizarse por rostros atezados de mugre e intemperie. Los camiones de la munición acarrean vino y raciones suplementa­rias. A lo largo de todo el frente, los uniformes caquis se mezclan con los grises en tierra de nadie y se abrazan bailando y saltando.

El presidente Wilson pronuncia unas palabras históricas: «Les prometo que esta va a ser la última guerra, la guerra que acabará con todas las guerras».

El 28 junio de 1919, quinto aniversari­o del asesinato de Sarajevo que lo empezó todo, los representa­ntes de los aliados se reúnen en el Salón de los Espejos del palacio de Versalles (París) para ajustarle las cuentas a Alemania. El alma de las deliberaci­ones es Clemenceau, apodado el Tigre, e impone condicione­s draconiana­s: Alemania cederá sus colonias y parte del territorio nacional. Además, tendrá que abonar a los vencedores una enorme indemnizac­ión.

GERMEN DEL NAZISMO

Los aliados creen haberse asegurado de que la vencida Alemania no volverá a levantar cabeza para disputarle­s los mercados internacio­nales, pero el desproporc­ionado castigo y la humillació­n llevarán al pueblo alemán a aceptar el liderazgo revanchist­a de Hitler, lo que conducirá fatalmente a la Segunda Guerra Mundial, aún más mortífera y destructiv­a que la Primera. En realidad, globalment­e considerad­as, las dos guerras fueron una misma con un descanso intermedio o, en otros términos, el suicidio de Europa.

La Primera y la Segunda Guerra Mundial fueron en realidad una misma con un intermedio

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 ??  ?? MATAR DE HAMBRE A ALEMANIA Este era el fin del bloqueo británico económico-militar a Berlín. Cerca de 500.000 alemanes murieron de hambre.
MATAR DE HAMBRE A ALEMANIA Este era el fin del bloqueo británico económico-militar a Berlín. Cerca de 500.000 alemanes murieron de hambre.
 ??  ?? LA IMPLOSIÓN GERMANA En los últimos días de la guerra, Alemania vivió una revolución en las calles. El káiser cayó.
LA IMPLOSIÓN GERMANA En los últimos días de la guerra, Alemania vivió una revolución en las calles. El káiser cayó.
 ??  ?? SOLDADOS, AL MATADERO La batalla de Verdún (Francia) fue la más larga de la guerra y la segunda más sangrienta tras la del Somme.
SOLDADOS, AL MATADERO La batalla de Verdún (Francia) fue la más larga de la guerra y la segunda más sangrienta tras la del Somme.
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Y ALEMANIA SE RINDIÓ Washington, noviembre de 1918. Americanos celebran la rendición de Alemania.
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EL AMERICANO IMPASIBLE El presidente Woodrow Wilson fue neutral hasta abril de 1917, cuando EE.UU. entró en guerra.
 ??  ?? LA 'GENERACIÓN AMPUTADA' La guerra produjo millones de mutilados, más de la mitad de los heridos. El desastre propició, de hecho, el mayor salto tecnológic­o en el campo de las prótesis.
LA 'GENERACIÓN AMPUTADA' La guerra produjo millones de mutilados, más de la mitad de los heridos. El desastre propició, de hecho, el mayor salto tecnológic­o en el campo de las prótesis.

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