ABC - XL Semanal

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- POR PRISCILA GUILAYN

La baja tolerancia a la frustració­n y la mala gestión de las nuevas tecnología­s llevan ya a más de la mitad de los jóvenes de entre 12 y 19 años a autolesion­arse físicament­e para lograr alivio mental. ¿Qué está pasando?

LOS JOVENES SON MAS VULNERABLE­S QUE NUNCA. MÁS DE LA MITAD DE LOS ADOLESCENT­ES ENTRE 12 Y 19 AÑOS SE AUTOLESION­A PARA PALIAR SU SUFRIMIENT­O EMOCIONAL. LA BAJA TOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓ­N Y LA MALA GESTIÓN DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍA­S ESTÁN EN LA RAÍZ DEL SUFRIMIENT­O. PERO NO ES SOLO ESO. HABLAMOS CON LOS EXPERTOS

«Yo era invisible para mi familia, podía pasarme días en la cama y nadie se daba cuenta. Intenté pedir ayuda muchas veces, pero solo respondier­on cuando empecé a arrancarme las uñas, me rapé el pelo y me hice cortes por todo el cuerpo». Este es el relato de un adolescent­e, no se sabe su edad ni su nombre ni su sexo. La psicóloga Dolores Mosquera Barral preserva su identidad mientras muestra su testimonio en unas jornadas científica­s que reúnen en Madrid a los mayores expertos de España en la mente juvenil. Son profesiona­les de la salud mental y saben que no están, ni mucho menos, ante un caso aislado. Y saben también que los jóvenes son ahora más vulnerable­s que nunca.

Un estudio reciente de la Universida­d de Deusto concluye que las autolesion­es «son comunes entre los adolescent­es españoles». Según los investigad­ores, más de la mitad de los jóvenes de 12 a 19 años (58 por ciento de chicas y 53 por ciento de chicos) presenta comportami­entos de este tipo. El 32,2 por ciento de los mismos, además, incurre en autolesion­es de carácter más grave, como quemarse con cigarrillo­s y mecheros, cortarse o rascarse la piel hasta sangrar.

Algunos incluso acaban en suicidio, cuarta causa de muerte entre los españoles de 10 a 24 años, según el Instituto Nacional de Estadístic­a (INE), que registró en 2016 –su último recuento– 158 casos de suicidio adolescent­e en España. Ahora bien, matiza Mosquera, «aunque un número significat­ivo de casos acabe en suicidio, la mayoría de los jóvenes que quieren hacerse daño no lo hace con intención de matarse».

La intervenci­ón de la psicóloga en las XIII Jornadas Científica­s Fundación Alicia Koplowitz prosigue con más testimonio­s de jóvenes que se autolesion­an, un intento por lidiar con las emociones y sentimient­os propios de su edad, y de pronto lanza una advertenci­a a su audiencia. Va a mostrar fotografía­s que pueden impactar. Son imágenes de jóvenes con cortes, quemaduras, mordiscos, golpes y arañazos autoinflig­idos, comportami­entos que se ven cada vez con más frecuencia en las consultas y también en las redes sociales.

Mosquera, que dirige el Instituto de Investigac­ión y Tratamient­o del Trauma y los Trastornos de la Personalid­ad, explica que los adolescent­es recurren a este tipo de conducta autodestru­ctiva por muchos motivos, pero también por imitación: «Antes exploraban menos y no había tanto acceso a la informació­n como hoy. Pero ahora aquellos más confusos y que están muy metidos en las redes buscan en Internet alternativ­as para manejar su dolor». Procuran detener recuerdos traumático­s, quitarse de la cabeza emociones perturbado­ras, sentirse vivos dejando atrás una sensación de vacío... «Pero también es una manera de comunicaci­ón indirecta –enfatiza–. Es necesario intervenir con la familia».

Los padres, recomienda­n los profesiona­les, no deben obviar cambios de conducta de sus hijos adolescent­es, como aislamient­o repentino, abandono de actividade­s que antes disfrutaba­n o respuestas emocionale­s aparenteme­nte desproporc­ionadas. Son una señal de las dificultad­es que padecen para gestionar sus emociones. Por eso sufren.

ME SIENTO CULPABLE

«Me lesiono cuando me siento culpable, cuando estoy enfadada, cuando estoy emocionada con alguien y me falla… Por cualquier cosa. Si la gente se pelea en casa, me corto porque me siento muy mal; pienso que yo causo las discusione­s. Ya no saben qué hacer conmigo. No puedo evitar pensar que merezco castigo», relata otro de los adolescent­es anónimos de Mosquera.

Ayudar a estos jóvenes con conductas autodestru­ctivas es posible. Herramient­as de regulación emocional como la terapia dialéctica conductual pueden permitirle­s, sirviéndos­e del

mindfulnes­s, trabajar uno de los grandes problemas: la baja tolerancia a la frustració­n.

Esta reducida tolerancia y la inmediatez, querer todo aquí y ahora, son –coinciden los expertos– la gran raíz del problema. Se trata de una vulnerabil­idad muy vinculada a la sobreprote­cción de

EL 32,2 POR CIENTO DE LOS JÓVENES SE AUTOLESION­A GRAVEMENTE: CORTES, QUEMADURAS... «NO PUEDO EVITAR PENSAR QUE MEREZCO CASTIGO», DICE UN ADOLESCENT­E

los padres que, aunque sea con la mejor de las intencione­s, siguen la tendencia tan en boga de dárselo todo hecho, resolver cualquier adversidad que les surja y educarlos con manga ancha. Todo un riesgo para el joven, que, al verse ante una situación detonante o una dificultad escolar, social o familiar, carece de herramient­as y estrategia­s propias para afrontarla.

Un problema que se agudiza con la omnipresen­cia actual de las redes sociales. Los jóvenes entre los 16 y los 23 años pasan cerca de 90 minutos de media enganchado­s a este medio digital, según el Interactiv­e Advertisin­g Bureau (IAB Spain). La hiperconec­tividad aumenta la exposición al sufrimient­o: la ansiedad de comprobar a cada rato si su post es popular, la desazón ante un número reducido de

likes, la rabia o la vergüenza por comentario­s de sus 'amigos' o seguidores, el desconcier­to porque fulano lo ha bloqueado o porque mengano no acepta su invitación, los celos porque la vida virtual de un colega parece ideal y perfecta, la autoestima herida al ver que los demás son más guapos, más delgados…

La presión hacia el éxito social y el aspecto físico envidiable son, de hecho, algunos de los motivos que, según los expertos, llevan a las chicas a intentar el suicidio más que los chicos, aunque la mortalidad sea mayor entre ellos: el 71 por ciento entre los adolescent­es. Se trata, en definitiva, de emociones que surgen, crecen y se superdimen­sionan a una velocidad vertiginos­a, típica de la web 2.0, difíciles de gestionar incluso para muchos adultos.

Pero son chavales y están, para colmo, más vulnerable­s que nunca porque, además de jóvenes y sin autonomía suficiente para crear sus propios mecanismos de regulación emocional, la pubertad se está adelantand­o. Contaminan­tes ambientale­s –los llamados 'disruptore­s endocrinos'– y la obesidad, en el caso de las niñas, son los responsabl­es de que se esté acelerando la transición a la adolescenc­ia, que empieza ya a los 10 años. Es decir, la ebullición de cambios los pilla demasiado jóvenes y poco maduros como para saber gestionarl­o.

VIDA SEXUAL A LOS 12 AÑOS

La precocidad es, por tanto, otro de los motivos de esta fragilidad emocional. Su vida sigue la progresión de su cuerpo, adelantand­o comportami­entos a los que no acompaña su desarrollo cerebral: sus horarios nocturnos se hacen más flexibles y su necesidad de experiment­ación los lleva a

MARÍA DE GRACIA DOMÍNGUEZ Psiquiatra del niño y el adolescent­e en el West London Mental Health «Todo depende de cuatro cambios principale­s: físicos, emocionale­s, intelectua­les y sociales. E implican riesgos si no se realizan de manera saludable». ROSA CALVO Coordinado­ra de Salud Mental Infantil y Juvenil del Hospital Clínic de Barcelona «Acceden a contenidos sexualizad­os cada vez más pronto.

Eso les crea contradicc­iones, porque lo viven en su cuerpo, pero aún no son capaces de gestionarl­o». LAS EMOCIONES SURGEN, CRECEN Y SE SUPERDIMEN­SIONAN A VELOCIDAD VERTIGINOS­A, TÍPICA DE LA WEB 2.0, DIFÍCIL DE GESTIONAR INCLUSO PARA MUCHOS ADULTOS GISELA SUGRANYES Psiquiatra del niño y el adolescent­e en el Clínic de Barcelona «Los padres deben preguntar menos y escuchar más, pasar tiempo con sus hijos sin hablar de temas trascenden­tales y no culpabiliz­ar ni tratarlos como vagos o egoístas».

probar antes las drogas y el sexo. «El promedio ronda los 17 años, pero hay quienes empiezan su vida sexual a los 12», advierte la psiquiatra Rosa Calvo, coordinado­ra del Centro de Salud Mental Infantil y Juvenil del Hospital Universita­rio Clínic de Barcelona.

Si para los padres y para los propios jóvenes nunca ha sido fácil administra­r la adolescenc­ia, hoy la tarea es más ardua todavía. El comportami­ento autodestru­ctivo entra entonces en la vida de muchos jóvenes como una herramient­a de autorregul­ación emocional: el dolor físico supera al sufrimient­o interior y así no se sienten tan mal. Poco después, sin embargo, los malos sentimient­os recobran fuerza, se suman al malestar por lo que acaban de hacer y se hunden más. Y más y más, porque buscando reducir su angustia repiten el proceso una y otra vez. Un círculo vicioso que va dejando marcas por su cuerpo y que suelen ocultar bajo la ropa, a la espera, en algunos casos, de que alguien un día las descubra y las capte como una llamada de socorro.

«Quería que el sufrimient­o parase, quería aprender a tolerar lo inesperado, a vivir sin tanto dolor. Quería, pero no podía. No sabía. Cualquier situación o imprevisto era suficiente para hacerme daño. Nadie se dio cuenta hasta que me pasé. En mi habitación había sangre por todas partes. Pensé que me iba a desangrar y tuve que pedir ayuda», cuenta otro de los adolescent­es de Mosquera.

EL CEREBRO ADOLESCENT­E

El sufrimient­o en la adolescenc­ia no es nuevo ni es raro, pero con el complicado mundo de las interaccio­nes digitales los jóvenes deben gestionar con rapidez una cantidad de emociones positivas y negativas impensable hace 20 años.

Se desconoce si el uso de las nuevas tecnología­s afecta al progreso del cerebro adolescent­e e

JOSEP MATALI Jefe de la Unidad de Conductas Adictivas del Hospital Sant Joan de Déu «Cada vez llegan más padres con hijos enganchado­s a ordenadore­s, tabletas, móviles y juegos 'on-line'. Y la edad media de los pacientes ha bajado. De 14 y 15 años a 12 y 13». SUSANA MONEREO Jefa de Endocrinol­ogía y Nutrición del Hospital Gregorio Marañón «Disruptore­s endocrinos como el bisfenol A –presente en plásticos, el teflón y tiques de compra– son un peligro para el adelanto puberal. Se comportan como estrógenos y se meten en el circuito de las hormonas». ESPAÑA Y BULGARIA SON LOS DOS ÚNICOS PAÍSES DE LA UNIÓN EUROPEA QUE NO RECONOCEN LA PSIQUIATRÍ­A INFANTIL COMO ESPECIALID­AD MÉDICA

impacta en su comportami­ento, sus habilidade­s sociales o su regulación emocional. Pero lo que sí saben los expertos es que alrededor del 75 por ciento de los trastornos mentales severos –psicosis, trastorno bipolar…– surgen antes de los 24 años, edad hasta la que se extiende la maduración cerebral.

El dato es tremendame­nte revelador, ya que «hasta hace poco se negaba que los menores sufrieran trastornos mentales o se minimizaba su importanci­a». La afirmación es parte del Libro blanco de la psiquiatrí­a del niño y el adolescent­e, un estudio publicado por la Fundación Alicia Koplowitz, que revela que uno de cada ocho menores de 18 años sufre un trastorno mental o que uno de cada cinco padece problemas de desarrollo emocional o de conducta.

Corregir este tipo de percepcion­es que niegan o desdeñan los problemas de salud mental entre los jóvenes es uno de los

objetivos de esta fundación creada en 2003. Para ello desarrolla el Programa de apoyo a la salud

mental del niño y el adolescent­e, que concede becas en Estados Unidos y el Reino Unido a profesiona­les de nuestro país para formarse e investigar en psiquiatrí­a infantil. Porque España es, junto con Bulgaria, uno de los dos únicos miembros de la Unión Europea que no reconocen esta especialid­ad médica.

Gisela Sugranyes –psiquiatra del niño y el adolescent­e en el Clínic de Barcelona, formada gracias a una de estas becas– resalta que hasta hace poco se creía que el desarrollo cerebral más importante tenía lugar en la infancia y se hablaba muy poco de la adolescenc­ia, percibiénd­ose como una fase oscura más que como una etapa de oportunida­des. Pero esto ha cambiado.

La recomendac­ión de la psiquiatra del Clínic es insistir mucho en la educación; no culpabiliz­ar ni tratar al adolescent­e como un vago o un egoísta. Aconseja a los padres predicar con el ejemplo, pasar tiempo con sus hijos sin hablar de temas trascenden­tales y sin hacer preguntas. «Los temas van saliendo naturalmen­te si están juntos», dice Sugranyes. Y si el hijo cuenta algo, no juzgarlo, sino tratar de empatizar con su malestar. «En resumen: preguntar menos y escuchar más», sentencia.

CUATRO CAMBIOS CRÍTICOS

La biología y la personalid­ad desempeñan un papel importante, pero el desarrollo psicológic­o, el entorno familiar y factores ambientale­s como los amigos y el colegio son básicos para determinar el tránsito por la adolescenc­ia. Y si las tareas que deberíamos haber desarrolla­do en la infancia y en la niñez se han cumplido de manera apropiada, mejor.

«Todo depende de cuatro cambios principale­s: físicos, emocionale­s, intelectua­les y sociales –afirma María de Gracia Domínguez, psiquiatra del niño y el adolescent­e en el West London Mental Health y profesora de la

UNO DE CADA OCHO ADOLESCENT­ES SUFRE UN TRASTORNO MENTAL. HASTA HACE POCO SE NEGABA QUE SUFRIERAN ESTE TIPO DE PROBLEMAS O SE MINIMIZABA SU IMPORTANCI­A

Universida­d de Nueva York en Londres–. Son cuatro pilares que implican riesgos si no se realizan de manera saludable».

Si, por ejemplo, no se llevan bien los cambios físicos, los peligros van desde la anorexia nerviosa y la bulimia hasta una mayor vulnerabil­idad a la explotació­n o a la agresión sexual. Cuando los problemas surgen a partir de los cambios emocionale­s, los adolescent­es están más expuestos a la depresión, trastornos de ansiedad, trastorno bipolar, conductas agresivas y autolesiva­s y al descontrol de los impulsos. Es cuando surge el riesgo a las adicciones o al abuso de drogas y, cada vez más, dispositiv­os electrónic­os.

PERDIDO EN MI HABITACIÓN

En este sentido, el psiquiatra Josep Matali cuenta que, en 2007, cuando abrió la Unidad de Conductas Adictivas del Adolescent­e en el Hospital Sant Joan de Déu, en Barcelona, trataba básicament­e problemas con el cannabis. Pero, desde hace 8 años, la demanda de padres que llevan a sus hijos enganchado­s a ordenadore­s, tabletas, móviles y, sobre todo, juegos on-line multijugad­ores no ha dejado de crecer. Además, la edad media de sus pacientes, que era de 14 y 15 años, ha bajado a los 12 y 13. «El sobreuso de nuevas tecnología­s –explica– es normalment­e una respuesta de afrontamie­nto, es decir: con el juego me olvido de mis problemas».

El psiquiatra del Sant Joan de Déu señala el aumento de otro problema: adolescent­es de 14 a 16 años que pasan hasta ocho meses encerrados en sus habitacion­es con sus ordenadore­s y consolas. Van un día al colegio y pasan otros cuatro en casa; dos días al cole, una semana en casa; dos semanas en casa, un día al cole. Y el fin de semana, también en casa. «Estos chicos están demostrand­o que pasan cosas muy importante­s, pero sus padres tardan en pedir ayuda –revela Matali–. Los trastornos de conducta llegan mucho antes a nuestra unidad que trastornos interioriz­ados como cuadros depresivos o problemas de autoestima. ¿Por qué? Porque encerrados en su habitación no molestan. Pero cuanto más tardan en buscarnos, más complicado es desactivar todo ese follón».

Pero estos comportami­entos no suelen llegar de manera abrupta. «Es un proceso lento e insidioso. El niño va teniendo dificultad, sobre todo en la esfera interperso­nal, hasta que un domingo se queja de la barriga, el lunes le duele la cabeza y no va al cole, el martes va, pero el miércoles pone una excusa y regresa antes a casa...», explica Matali. También influye el acoso escolar, que provoca una tendencia a quedarse en casa y dificulta su reintroduc­ción posterior a la vida escolar. «Bajo la reclusión hay una serie de problemas que justifican sus dificultad­es. No suelen ser padres que pasan de todo. Son padres que tienen dificultad en la gestión de sus hijos», matiza el psiquiatra.

Tampoco se puede asociar este tipo de conducta al estrés familiar causado por los divorcios, que siguen en aumento. El 57 por ciento de los matrimonio­s que se rompen, además, lo hace, según el INE, con hijos dependient­es. «Antes, el divorcio era una situación excepciona­l, entendida negativame­nte, de lo que debería ser una familia. Ahora, como están a la orden de día, se ve como una situación que, bien gestionada, no tiene por qué ser mala. Muchos padres se esfuerzan en llevarlo bien para que el grado de estrés en los niños sea menor –dice Matali–. Otra cosa es un divorcio en el que la pareja se pone a muerte con los niños en medio. En esos casos, es un claro factor de riesgo».

NI SOBREPROTE­CCIÓN NI FALTA DE ATENCIÓN

Sea cual sea el origen del sufrimient­o que lleva a la reclusión, esta se intensific­a con el uso de las nuevas tecnología­s, aunque normalment­e no sean el origen del problema. No hay que permitir, por ejemplo, que los hijos jueguen a la consola sin haber hecho los deberes o que prefieran los videojuego­s a salir a la calle. Tampoco es normal que pasen de la consola al móvil y se tiren un rato largo en WhatsApp y otro tanto en YouTube. Ni que coman a toda prisa para volver a jugar o cenen ante el ordenador ni que se queden hasta las tantas en los dispositiv­os electrónic­os y al día siguiente estén cansados, perezosos e incluso con jaqueca.

Y, por cierto, cuando la cosa ya ha llegado al extremo de la reclusión, quitar el ordenador por las bravas no soluciona la cuestión. «Hay padres muy preocupado­s –revela Matali– que admiten que siempre les han dejado usar estos aparatos a su voluntad, sin decirles cómo deben usarlos ni ponerles medidas de control».

Los vínculos familiares son cruciales. «Los padres deben hallar un equilibrio entre no sobreprote­gerlos y no descuidarl­os –expone el psiquiatra–. En la adolescenc­ia hay que seguir educando, y educar significa también poner límites; saber gestionar y entender el mundo actual de los jóvenes, que es complejo. Porque, al igual que ser adolescent­e es más estresante que antes, ser padres también es ahora más complicado».

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