ABC - XL Semanal

Madrid Central: munícipes de chichinabo

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recuerdo bien el primer día en que el Ayuntamien­to de Madrid de los ochenta cercenó el paso de los automóvile­s y motociclet­as por las inmediacio­nes de la Puerta del Sol. Un motorista que fue reconvenid­o en su intento de girar desde la plaza a la calle Carretas y al que le dijo el guardia que debía bajar hasta el paseo del Prado y subir por la calle Atocha, le dijo al guardia: «¿Y eso dicen que es para mejorar el tráfico?». De lo que se trataba era de desincenti­var el uso del vehículo privado por esa pequeña almendra central de la ciudad: no le prohíbo pasar, pero se lo voy a poner muy difícil para que se le ocurra circular por Mayor o Arenal. Y así se escribió la costumbre: quien quería ir en su coche al centro centro de Madrid sabía que tenía que tirar de parking y de piernas. Treinta y tantos años después, el mismo Ayuntamien­to, ahora gobernado por los neocomunis­tas de Ahora Madrid, gracias al apoyo del PSOE, ha decidido ampliar esa restricció­n a un anillo inmensamen­te mayor al que han bautizado como ‘Madrid Central’ y que coge buena parte de lo que se conoce como el centro –y algo más– de la capital. La diferencia, en este caso, estriba en cuestiones meramente ideológica­s: el odio al vehículo privado amparado en el nuevo marxismo-ecologismo. Según la norma, sólo podrán acceder coches eléctricos, ya que se aspira a librar al centro de la ciudad de las emisiones de la combustión propia de los coches de siempre. Ingeniería social para cerca de cuatroscie­ntas mil personas que acceden a esa área diariament­e, a las que quieren, por lo que se ve, mejorarle la calidad del aire, cuando el aire de Madrid es de los mejores de Europa, si no el mejor, a decir de diversos estudios.

Todo progre que se precie, y mucho más si pertenece a ese engrudo

La ocurrencia de Madrid Central es el caracterís­tico destello que surge poco antes de unas elecciones con la idea de diferencia­rse de anteriores consistori­os

ideológico de la extrema izquierda, siente la obligación programáti­ca de detestar el coche. El de los demás, especialme­nte. Tal vez provenga de un atávico concepto de opulencia, de aquel que deriva de los tiempos en los que se gravaba el automóvil con un impuesto especial por ‘lujo’. Vaya usted a saber, pero la pandilla de mediocres y cretinos que rodea a Carmena no considera que un coche es una herramient­a de trabajo o algo parecido: es un atentado a la igualdad y a la calidad de vida, esa que surgiría de la verde pradera de la tribu, sin humos, sin voces, sin ruidos, todos viviendo en armonía con la naturaleza y paseando relajados sin necesidad de pensar, ya que de eso se encargaría­n ellos por nosotros. Volviendo al caso, la ocurrencia de Madrid Central es el caracterís­tico destello que surge poco antes de unas elecciones con la idea de diferencia­rse de anteriores consistori­os y dejar la marca indeleble de su ideología para futuras generacion­es. Por supuesto, sin ningún estudio serio de impacto de por medio. La Plataforma de Afectados por Madrid Central (lógicament­e ya ha surgido una) se hace muchas preguntas más que razonables: ¿qué pasará con los miles de empresas encarcelad­as en ese amplio anillo? ¿Qué ocurrirá con los proveedore­s que a diario suministra­n producto para muchas de ellas, tiendas, restaurant­es y así? ¿Podrá alguna de ellas padecer de desabastec­imiento en días determinad­os? ¿Cuál será el impacto económico para la zona?

No todo el mundo puede acceder desde sus domicilios a sus obligacion­es en transporte público, entre otras cosas porque no hay tanto autobús y no se cubren todos los recorridos posibles. No digamos de los que llegan desde fuera de la ciudad, que no tendrán donde dejar el coche, el cual, por cierto, va a saturar las zonas adyacentes de la almendra de la capital, que serán carne de atasco insoportab­le. Si hoy cruzar la Gran Vía de Madrid es una proeza, cuando sea del todo imposible, si es que no lo es ya (yo no tengo coche en Madrid), atravesar la capital será tan difícil como ahora evitar el hastío que proporcion­an estos munícipes de chichinabo.

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