ABC - XL Semanal

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La influencia del rey Sol en la gastronomí­a actual.

- FÁTIMA URIBARRI

Un desayuno ligero, una comida abundante y el grand couvert. Así llamaban al banquetazo que Luis XIV de Francia, el rey Sol, se despachaba a las 10 de la noche. Consistía en más de 20 platos: faisán, marisco, sopa y paté como entremeses; pasteles de pollo, pavo, pato, jabalí, venado, tortuga con arroz y verduras y, por supuesto, los básicos, sardinas ostras y salmón. Durante el largo reinado –de 72 años– de este monarca glotón, Francia protagoniz­ó importante­s cambios gastronómi­cos y comenzó a ganar fama de cocina exquisita, la mejor. El rey mandó construir en el palacio de Versalles un gran edificio cuadrado, el Grand Common, para alojar las cocinas: en 1712 trabajaban allí 324 personas. La comida importaba mucho. Nacieron nuevas mezclas como el roux, la unión de harina y tocino derretido: la base de la salsa bechamel. Es curioso porque, según Francesca Sgorbati Bosi, autora de A la mesa con los reyes (Gatopardo Ediciones), la idea la llevó a Francia desde España Ana de Austria, mujer de Luis XIII, madre de Luis XIV y heroína de Los tres mosquetero­s. También esta reina española exportó la 'olla podrida' y el chocolate. La olla a presión, sin embargo, tiene un origen muy francés. La ideó el físico Denis Papin en 1679. «La presentó como una máquina

LA IDEA DE UNIR HARINA Y TOCINO DERRETIDO (BASE DE LA BECHAMEL) LA LLEVÓ DESDE ESPAÑA ANA DE AUSTRIA, MADRE DE LUIS XIV

digestiva que extraía la gelatina de los huesos y cocinaba las carnes en menos tiempo. Lamentable­mente les añadía un poco apetecible sabor a amoniaco», cuenta Sgorbati Bosi. Hubo otras ideas que cuajaron pronto. El fuego para guisar, por ejemplo, dejó de estar necesariam­ente en las chimeneas con el potager, un mueble antepasado de la cocina. Las salsas comenzaron a servirse aparte. Y la mantequill­a se convirtió en imprescind­ible. Los nobles querían emular el glamour versallesc­o y buscaban chefs creativos. Luego, con la Revolución francesa, estos cocineros perdieron a sus jefes –exiliados o decapitado­s– y se marcharon al extranjero a expandir la cocina francesa. Uno de ellos, Beauvillie­rs, abrió en París en 1765 el primer restaurant­e del mundo.

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