ABC - XL Semanal

¿Somos tan buenos como creemos?

La ciencia ha demostrado que la inmensa mayoría de la humanidad parte con un defecto de fábrica que condiciona sus decisiones: los prejuicios inconscien­tes. ¿La buena noticia? Es una avería que se puede reparar. O, por lo menos, parchear. ¿Cómo? El camino

- POR CARLOS MANUEL SÁNCHEZ / FOTOGRAFÍA: PETER YANG

Se considera usted una buena persona? Si es así, enhorabuen­a. Sobre todo, por usted. El ser humano necesita creer que es una buena persona para sentirse bien.

Para creérselo del todo, también necesita ser visto por los demás como una buena persona. El problema es que quizá los demás no estén de acuerdo y piensen que usted no es tan justo, generoso, altruista y respetuoso como parece. Pueden ser pocos o muchos los que discrepen. Da igual, con que haya alguien que cuestione su bondad se pondrá a la defensiva. Se sentirá tratado injustamen­te.

La mala noticia es que los demás tienen razón. Usted no es tan bueno como cree. La ciencia ha demostrado que la inmensa mayoría de la humanidad 'padece' de prejuicios inconscien­tes. Pero tiene remedio. Al menos, eso piensa Dolly Chugh, una científica social estadounid­ense que estudia la psicología de la gente buena. Chugh es profesora de la Escuela de Negocios Leonard Stern de la Universida­d de Nueva York y lidera un equipo de investigac­ión sobre la conducta. «¿Y si le digo que nuestro apego a ser buenas personas se interpone en el camino para que seamos mejores personas? ¿Y si le digo que el camino hacia ser una persona mejor comienza dejando de ser una buena persona?», plantea.

Para explicar esto hay que entender primero cómo funciona la mente humana. «El cerebro depende de 'atajos' para hacer gran parte de su trabajo», prosigue Chugh. Eso significa que la mayoría de las veces los procesos mentales ocurren sin que nos demos cuenta.

LA RACIONALID­AD LIMITADA

Los científico­s suponían que el cerebro humano tendría una gran capacidad de procesamie­nto. En cada momento debe leer unos once millones de bits. Solo descifrar la informació­n que le llega a través de los ojos y convertirl­a en imágenes supone diez megas (diez millones de bits); los receptores de la piel le envían un millón de bits por segundo. Y el resto de los sentidos, unos cientos de miles... Todos esos 'megas' se ejecutan de manera automática, sin que nos demos cuenta. Lo que los investigad­ores no se esperaban es la paupérrima capacidad de la mente humana para procesar datos de manera consciente. Como máximo –por ejemplo, un pianista leyendo una partitura– es capaz de asimilar cincuenta bits por segundo.

Esta es la premisa de la que parte la racionalid­ad limitada, que estudia el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman y que ha dado lugar a una rama científica que toca la sociología, la psicología, la teoría de la informació­n y la conducta económica. En resumen, la mente humana tiene recursos limitados de almacenami­ento y un poder de procesamie­nto muy justito. Y, como resultado, necesita salirse por la tangente para hacer la mayor parte de sus tareas. «¿Alguna vez ha tenido un día muy ocupado en el trabajo, condujo a casa y, al llegar a la puerta, se ha dado cuenta de que no sabe cómo ha llegado allí? Esto sucede porque la mayoría de las funciones cerebrales funciona en segundo plano. Vamos con el piloto automático», expone Chugh.

LOS' ATAJO S' DE NUESTRA MENTE PARA PRO CESAR DATOS MÁS RÁPIDO TAMBIÉN AFECTAN A LA ÉTICA: SON LOS PREJUICIOS

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