Maestros
Los maestros ya no nos asustamos de nada. Estamos acostumbrados a que nuestro horario incluya todo lo que no funciona: educación para la salud, igualdad, inclusión (tantas cosas por incluir), ¿ciudadanía?, tolerancia (también sexual) y cualquier cosa que se les ocurra... a ustedes y a sus señorías. Todo es responsabilidad del maestro. Desde 1985 hemos nadado en el oleaje de –y sobrevivido a– las sucesivas leyes orgánicas: LOECE, LODE, LOGSE, LOCE, LOE y LOMCE. Al fin y al cabo solo –y solos– somos los parias de la educación: maestros de primera enseñanza, profesores de EGB, graduados en educación: gente sin nota en selectividad. Y, entre nosotros, alguien se encarga de alimentar las diferencias: funcionarios de la pública, trabajadores de la concertada o profesionales (todos los somos) de la privada. Por fortuna, aún nos une una palabra: magisterio. Enseñar lo que hay que hacer es una forma de docencia. Otra es enseñar lo que no. Eso lo hacen muy bien nuestros gobernantes. Entre ellos hay de todo: diputados con currículum engordado a base de títulos dudosos; imputados o encausados; ganapanes y macarras con vocabulario soez; vividores y listillos; evasores de impuestos. Quizá estos sean la minoría ruidosa. Los maestros somos la mayoría silenciosa, la que acata, cumple, se adapta siempre. Ah, se me olvidaba: la noticia importante es que Fernando Alonso ha dejado la Fórmula 1.