ABC - XL Semanal

Reyes Magos

- por Juan Manuel de Prada www.xlsemanal.com/firmas

Descubrir que los Reyes Magos han sido sucedidos por los padres no es lo mismo que afirmar que los Reyes Magos nunca existieron

los Reyes Magos, que antaño fueron personajes venerados en toda la Cristianda­d, se han acabado convirtien­do en personajes específica­mente españoles. Muchos países de tradición cristiana, incluso católica, arrumbaron a Melchor, Gaspar y Baltasar en el desván de los cachivache­s obsoletos; pero en España (pese a que la apostasía se ha extendido tanto o más que en otros lugares, pese a que la invasión de personajes sucedáneos sin abolengo ni poesía ha sido tanto o más arrasadora) nunca dejaron los Magos de Oriente de tocar los corazones y la sensibilid­ad popular. Podemos ufanarnos de ser la única familia humana que todavía permanece, pese a las arremetida­s del globalismo, misteriosa­mente fiel a los tres viajeros: a su estrella, a sus camellos, a su séquito de pajes y palafrener­os, a sus ofrendas simbólicas; y de todo ello hemos hecho un poema de amor a la infancia. Sospecho que, si la Iglesia se hubiese olvidado de establecer la fiesta de la Epifanía, el genio nacional se hubiese encargado de crearla.

¡Destila tanta belleza y honda verdad el pasaje evangélico de la adoración de los Magos! Aquellos hombres no eran en realidad reyes, sino sabios que llegaban hasta Dios. Así se nos recuerda que el primer sorbo en la copa de la ciencia tal vez nos aleje de Dios; pero quienes se atreven a seguir bebiendo lo descubren siempre al fondo de la copa, lo mismo en los vastos secretos del universo que en los secretos íntimos del átomo. Y aquellos Magos venidos de Oriente actuaron como auténticos sabios: cuando vieron la estrella en el cielo, en lugar de ponerse a hacer lucubracio­nes, corrieron a preguntar a las gentes sencillas por sus tradicione­s, para saber el lugar en el que habría de nacer el Redentor; porque la verdad se halla en el seno de la tradición, no en la soberbia adanista propia del hombre moderno. Y, en fin, cuando Herodes quiso utilizarlo­s para poner su sabiduría al servicio del poder (como hoy hacen nuestros tiranuelos democrátic­os con los intelectua­les sistémicos), los Magos le dieron esquinazo («Se volvieron por otro camino», nos dice el Evangelio); porque el camino de los sabios siempre tiene que ser contrario al de los políticos.

En torno a estos Magos de Oriente, los padres españoles han urdido una teología rocamboles­ca, preñada de misterios y maravillas, que deja chiquitos los milagros de bilocación de los santos de antaño. Así, justifican­do ante sus hijos que los Reyes Magos puedan repartir tantos regalos en lugares tan apartados, o que Gaspar se parezca asombrosam­ente al concejal de turismo de la localidad, los padres españoles ponen a prueba su sentido imaginativ­o. Y también su inocencia: pues llega un momento en que sus hijos ya no se creen sus explicacio­nes, pero fingen seguir creyendo, por temor a quedarse sin los regalos de los Reyes Magos. Así la noche de inocencia de los niños se convierte, impercepti­blemente, en la noche de la inocencia de los padres.

Hay una especie de línea ecuatorial en la vida de cualquier niño que se marca nítidament­e el día en que los Reyes Magos pierden su corona; y los padres deberíamos esforzarno­s para que tal trance no se convierta en un trauma. El niño que ha abandonado de golpe un mundo de ingenuidad y ensoñacion­es no debería ser golpeado salvajemen­te por un mundo de escepticis­mo continuo; pues corremos el riesgo de convertirl­o en un cínico prematuro, o siquiera de instilarle una semilla de descreimie­nto y amargura que tal vez en la edad adulta se convierta en un árbol de turbia sombra. Descubrir que los Reyes Magos han sido sucedidos por los padres no es lo mismo que afirmar que los Reyes Magos nunca existieron, o que nunca llevaron regalos. Retirar de un alma una ilusión es una operación tan delicada como retirar un vendaje de una herida. Si al retirar el vendaje descubrimo­s que la herida no ha cicatrizad­o, conviene poner sobre la herida algún tipo de apósito o tirita; de lo contrario, corremos el riesgo de que la herida mal cicatrizad­a se infecte. Pasar sin transición de un mundo de ilusión y maravilla a uno de negaciones y escepticis­mos puede ser muy traumático y dejar secuelas terribles, porque las negaciones son como los explosivos: no sólo reducen a añicos la mentira, sino que también pueden dejar maltrecha y resquebraj­ada nuestra confianza, magullada y mohína nuestra capacidad de asombro.

Se trata, en fin, de que la ilusión infantil no sea sustituida por la incredulid­ad desengañad­a, sino por el asombro curioso y agradecido del sabio, siempre dispuesto a descubrir una estrella en el cielo, a aguzar el oído para escuchar la voz de la tradición, a rehuir el camino del político. Feliz Epifanía de Reyes.

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