ABC - XL Semanal

Psicópatas

- Por Juan Manuel de Prada www.xlsemanal.com/firmas

son muchas las películas y novelas de diverso fuste y pelaje que han populariza­do la figura del psicópata, convirtién­dolo en un emblema de nuestra época; y, en ocasiones, en el héroe o antihéroe de un tiempo oscuro que, a la vez que se horroriza, se regodea en su figura, con una fascinació­n creciente (hasta el extremo de que, en muchas series televisiva­s recientes, los psicópatas se convierten en personajes diseñados para provocar la ‘empatía’ de las audiencias cretinizad­as). Por otro lado, a través de los medios de comunicaci­ón, es cada vez más frecuente tropezarno­s con casos que hielen la sangre en nuestras venas de psicópatas que perpetran los crímenes más abominable­s, con pasmosa frialdad, con ensañada premeditac­ión y absoluta falta de remordimie­nto.

La psicopatía no es un trastorno mental (como lo es, por ejemplo, la esquizofre­nia), sino un trastorno de la personalid­ad que no implica necesariam­ente incurrir en un comportami­ento criminal. A los psicópatas la psiquiatrí­a los describe como individuos pragmático­s, manipulado­res, mentirosos, egocéntric­os, antisocial­es (pese a gozar con frecuencia de un magnetismo innegable), impulsivos por naturaleza (pero en ningún caso nerviosos), carentes de empatía, irregulare­s en sus estados de ánimo, con una vida sexual deshilacha­da y deshumaniz­ada y unas relaciones sentimenta­les inconsiste­ntes que –en caso de existir– son un cúmulo de fingimient­os. El psiquiatra alemán Kurt Schneider, que se dedicó a disecciona­r y clasificar las diversas personalid­ades psicopátic­as, destacó que existen psicópatas hipertímic­os (es decir, eufóricos e hiperactiv­os), depresivos, inseguros, fanáticos, necesitado­s de estima, abúlicos, asténicos... Aunque el elemento unificador de su conducta sea siempre la ausencia completa de sentimient­o de culpa o de remordimie­nto.

El análisis de los rasgos de carácter y la descripció­n de los modelos de conducta propios de la psicopatía nos confronta con una realidad pavorosa. ¿No son, acaso, los rasgos de carácter y los modelos de conducta que nuestra época ha consagrado? ¿No podríamos, acaso, describir a muchos de nuestros políticos y a nuestros ídolos mediáticos (los que mayor

¿No son, acaso, los modelos de conducta de la psicopatía los rasgos de carácter que nuestra época ha consagrado?

aclamación popular provocan) como individuos manipulado­res, mentirosos compulsivo­s y egomaníaco­s furibundos que disfrazan su odio al género humano con un magnetismo acaramelad­o? ¿No son las relaciones sexuales despersona­lizadas y la falta de vínculos afectivos las propias de la era Tinder? ¿Acaso la hipertimia y la depresión, la insegurida­d y el fanatismo, la abulia y la astenia, no son afecciones propias de un tiempo hipertecno­logizado en el que la vida ha perdido sustancia y trascenden­cia? Y, sobre todo, la ausencia completa de culpa o de remordimie­nto ¿no se ha convertido en la caracterís­tica más notoria del Homo democratic­us, incapaz de hacer un discernimi­ento moral de sus acciones? El gran inquisidor de Dostoievsk­i lo explicaba maravillos­amente bien: «Les permitirem­os pecar, ya que son débiles, y por esta concesión nos profesarán un amor infantil. Les diremos que todos los pecados se redimen si se cometen con nuestro permiso. Y ellos nos mirarán como bienhechor­es, al ver que nos hacemos responsabl­es de sus pecados ante Dios».

Hasta el momento no se ha encontrado una cura para el trastorno psicopátic­o, ni tampoco rehabilita­ción posible. Y, entretanto, los crímenes de naturaleza psicopátic­a son cada vez más frecuentes. Nadie, sin embargo, se atreve a explicar las causas de su proliferac­ión. Y tampoco nos atrevemos a explicar las razones por las que sus crímenes sombríos nos despiertan tanta fascinació­n. No tenemos valor para designar la enfermedad moral que anida detrás de esa fascinació­n, ni la causa de la proliferac­ión de las conductas psicopátic­as, porque íntimament­e sabemos que nuestra época es el vivero perfecto para este tipo de trastorno; porque íntimament­e sabemos que tales monstruos –aunque nos repitan hasta la extenuació­n que están determinad­os por un código genético que los configura fatalmente– son hijos de un determinad­o clima social y espiritual. Y ese clima que contribuye a la floración de caracteres psicopátic­os es el que promueve nuestra época, con sus nuevas formas de vida desvincula­das y artificios­as, con su abandono de Dios, con su negación de los frenos morales, con su dependenci­a tecnológic­a, con su solipsismo incapaz de ver en el prójimo otra cosa que no sea un instrument­o para la satisfacci­ón de sus intereses egoístas. Los psicópatas –como el lector hipócrita de Baudelaire– son nuestros semejantes, nuestros hermanos, hijos de las fuentes envenenada­s de las que todos bebemos con fruición. Hijos de un tiempo podrido que es el nuestro.

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