LA TRAGEDIA NUNCA VISTA
DESASTRE DE ANNUAL
Diez mil soldados españoles muertos en poco más de 15 días y sus cadáveres mutilados y sometidos a todo tipo de vejaciones. Cuando se cumplen 100 años del Desastre de Annual, revivimos con las voces de sus protagonistas y fotos coloreadas en exclusiva esta sangrienta derrota cuyo eco marcaría dramáticamente la historia de nuestro país.
«Cuerpos mutilados, momias cuyos vientres explotaron. Sin ojos o sin lengua, sin testículos, violados con estacas de alambrada, las manos atadas con sus propios intestinos, sin cabeza, sin brazos, sin piernas, serrados en dos», así relata el sargento de Ingenieros Arturo Barea lo que encontraron al reconquistar el territorio perdido tras Annual. El diputado Indalecio Prieto prosigue con la macabra descripción: «Cadáveres degollados; en la pared de una casa, un español crucificado». El panorama se vuelve desolador cuando los testigos de la hecatombe hablan de las torturas antes de las ejecuciones: españoles quemados vivos, con sus carnes laceradas, despellejados, flagelados, con sus uñas arrancadas… ¿Cómo se llegó a esto?
DE AMÉRICA A ÁFRICA
Aunque África está separada en su punto más estrecho por algo menos de 15 kilómetros de España, ese continente no fue un decidido objeto de deseo hasta tiempos recientes. Es verdad que, tras la expulsión de los musulmanes de la Península Ibérica en 1492, hubo una serie de incursiones militares en el Magreb, pero el descubrimiento de América desvió las energías castellanas más allá del Atlántico. Unos cuatro siglos después, en 1898, España perdió los últimos restos de su imperio ultramarino y la mirada imperial de la vieja potencia peninsular se tornó hacia las abrasadas tierras africanas. Marruecos aparecía ante destacados sectores españoles como el recambio de América. No hay que perder de vista que estamos a finales del siglo XIX y principios del XX, momento de enorme agresividad en las relaciones internacionales. Era la época del darwinismo social: el más fuerte sobrevive. Es decir, la potencia débil constituía la carnaza con la que se alimentaba y crecía la potencia vigorosa. En el caso marroquí, los feroces carnívoros que se disputaban la presa eran Francia y Alemania. España trataba de parecer un carnívoro, sin mucho éxito, pero contaba con la nada desinteresada ayuda británica para reivindicar su pequeño bistec.
El sultanato de Marruecos no había sido objeto de reparto en la Conferencia de Berlín de 1884-1885, que congregó a las grandes potencias para dividirse el continente africano. Era una región codiciada, puesto que contenía la llave meridional del estrecho de Gibraltar, un punto geoestratégico fundamental para el comercio y dominio naval del mundo. Gran Bretaña dominaba 'La Roca' y no quería la bandera de una potencia de primer orden ondeando en su contraparte sureña: su ruta a la India podía peligrar. Por ello, Londres decidió apoyar a España en sus aspiraciones territoriales en Marruecos. Mucho mejor tener españoles, con artillería desfasada y graves problemas estructurales en su ejército,
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