Lo que comemos genera el 25 por ciento de los gases de efecto invernadero. Una astrofísica ha logrado calcularlo y nos aconseja cómo reducir nuestra huella de carbono.
¿QUÉ ES PEOR PARA EL PLANETA: UN TAZÓN CON CEREALES O UN CAFÉ CON LECHE? ¿UN SÁNDWICH DE POLLO O UNA 'PIZZA'? LOS ALIMENTOS QUE CONSUMIMOS GENERAN EL 25 POR CIENTO DE LOS GASES DE EFECTO INVERNADERO. EL CÁLCULO ES COMPLEJO, PERO UNA ASTROFÍSICA HA LOGRADO REALIZARLO. ELLA MISMA NOS LO CUENTA.
SARAH BRIDLE es una autoridad mundial en la materia oscura. Hasta ahora su campo era la astronomía, y su especialidad se centraba en una de las cuestiones más importantes sobre el universo: ¿por qué –y cómo– se expande? Sin embargo, hace cinco años decidió dar un giro a su trayectoria profesional. «La astrofísica me apasionaba, pero me dije que tenía que hacer algo para mejorar el planeta; que ya estaba bien de mirar hacia arriba y que me tenía que centrar en lo de aquí abajo». Así que, aunque el cambio climático no era su tema, decidió estudiar el impacto que ejercen la comida, la agricultura y su propia dieta alimenticia en el medioambiente.
Hasta ahora evaluar el impacto de nuestro régimen alimenticio en el planeta resultaba engorroso. Los factores en juego son muchos: transporte, formas de agricultura, residuos, empaquetado, tipos de ganadería, dieta animal, flatulencia animal… Pero, como subraya Bridle, lo que comemos produce el 25 por ciento del total de emisiones de gases de efecto invernadero –si se tienen en cuenta todos los pasos del campo a la mesa–. La buena noticia es que hay incontables maneras de modificar nuestra dieta, fáciles de asumir, para reducir los daños. Ha tenido que ser una astrofísica quien nos lo explique.
Sarah se dio cuenta de que la falta de datos comprensibles dificultaba que los consumidores pudieran pensárselo dos veces antes de incluir este u otro ingrediente en su cesta de la compra. «La gente sabe qué productos son
convenientes y cuáles no. El problema es la escala. Todo el mundo entiende que un filete con patatas fritas genera más gases de efecto invernadero que una patata al horno con judías. ¡Lo que no se sabe es que la diferencia es 20 veces mayor!».
¿Cuál es el desayuno que más gases causa? ¿Un tazón con cereales, un café con leche o dos huevos duros? Para sorpresa generalizada, lo más dañino es el café con leche, que emite más del doble de gases de efecto invernadero que los huevos, y el doble y medio que los cereales. No por culpa del café, sino por la leche. Mira tú por dónde.
Todavía más reveladora es la opción entre tres sándwiches: ¿pollo, queso o mantequilla con mermelada? En principio, puede parecer que el pollo es el malo de la película. Nada de eso. Es el queso, un malo malísimo. «Para hacer un kilo de queso hacen falta 10 litros de leche», explica Bridle. Y cada litro de leche precisa de una vaca que no cesa de emitir metano y dióxido de carbono mientras engulle 4 kilos de hierba. En lo tocante al cambio climático, la carne de ternera no es un poco más perjudicial que la del pollo. Es cinco veces peor».
Después de hacer estos primeros cálculos, Bridle se quedó tan anonadada que ella y su familia –sus hijos hoy tienen 8 y 11 años– comen pocas cosas de origen animal. Según cuenta, anoche, para cenar, preparó 'pastel de leopardo'. «Es pastel de carne y puré de patatas, pero con lentejas en vez de carne. Le doy ese nombre para que suene mejor. Las lentejas las preparo a fuego lento, con
"Todo el mundo sabe que un filete con patatas fritas genera más emisiones que unas patatas con judías, ¡lo que no se sabe es que son 20 veces más!"
una 'salsa de tomate' especial, de zanahoria y cebollas casi por entero. Pero nadie lo nota».
Su propuesta es difundir todos estos datos sobre el efecto de los alimentos en el medioambiente, con gráficos fácilmente comprensibles, y añadirlos en el etiquetado. Hay quien propone que cada ser humano se debe comprometer a generar menos de 3 kilos de emisiones invernadero al día (el promedio mundial ahora está en 6 kilos por persona, el volumen generado por un coche pequeño). Esta científica, sin embargo, no cree que se deban llevar las cosas al límite. «No quiero que nadie me tome por una fanática. A la hora de escoger lo que vas a comer, las emisiones de carbono tan solo suponen un aspecto. También tenemos que disfrutar de la vida».