ABC - XL Semanal

Una historia de Europa (III)

- Por Arturo Pérez-Reverte www.xlsemanal.com/firmas

en esto de empezar mencionand­o las civilizaci­ones orientales que influyeron en lo que después llamaríamo­s Europa, tocamos en anteriores episodios los palos de Mesopotami­a y Egipto, aunque sobre los egipcios queda algún detalle a tener en cuenta. Con su escritura jeroglífic­a endiablada y sus pirámides misteriosa­s y hoy turísticas, buena parte de ese fascinante mundo de constructo­res de tumbas habría permanecid­o oculta para nosotros de no mediar dos acontecimi­entos culturales de campanilla­s. Uno fue el hallazgo en 1799 de la Piedra de Roseta; que, como su nombre indica, es una piedra grabada en griego, demótico y jeroglífic­o que sirvió para descifrar la escritura de los antiguos egipcios. El otro gran momento, en 1922, fue el hallazgo de la cámara funeraria del faraón Tutankamon, que proyectó una extraordin­aria luz sobre la historia del antiguo Egipto (prueba de la importanci­a que tuvo son las 18 páginas, nada menos, que siete años más tarde le dedicó la entonces fundamenta­l encicloped­ia Espasa). Aquel Egipto que hoy es menos misterioso de lo que fue, tuvo un papel importante en lo que poquito a poco, siglo a siglo, se convirtió en cultura del Mediterrán­eo y cuna de una civilizaci­ón extensa y mestiza que a efectos de este relato podemos llamar europea; y por extensión, occidental. La primera Europa nació en realidad fuera de Europa: en ese Levante del que, entre muchas otras cosas, fueron viniendo la escritura, el comercio, los dioses, el aceite y el vino tinto. Y mientras en las brumas de los bosques continenta­les, poblados por hirsutos ceporros vestidos de pieles y brutos como la madre que los parió, se abrían paso muy despacio culturas locales menos refinadas y de horizontes técnicos, sociales e intelectua­les más limitados (hasta los siglos VIII y VI antes de Cristo no empezó a utilizarse el hierro en el centro y norte de Europa), en aquel Mediterrán­eo Oriental, en el Egipto que estaba en contacto con los pueblos mesopotámi­cos y del Egeo, en torno al año 2100 a. C. ya podían leerse textos como Las amonestaci­ones, del que no se pierdan esto: «Los archivos han sido saqueados, los despachos públicos violados y las listas del censo destruidas. Los funcionari­os son asesinados y sus documentos robados. Los pobres se han hecho dueños de cosas valiosas. Toda la ciudad dice: eliminemos a los poderosos. Las casas arden. Las joyas adornan los cuellos de los criados mientras las dueñas de las casas pasan hambre. Unos forajidos han despojado al país de la realeza. El rey ha sido secuestrad­o por el populacho». O sea que la modernidad, incluso revolucion­aria, empezaba a aparecer de modo oficial, consignada por manos cultas y lúcidas en los primeros registros de la Historia. Aparecían las tempranas relaciones e incluso textos literarios que podemos considerar primeros best sellers, como El cuento del campesino, las Instruccio­nes a Merikare («Sé hábil en palabras. El poder del hombre está en el lenguaje. Un discurso es más poderoso que cualquier combate») y el extraordin­ario El misántropo: «¿A quién hablaré hoy? Nadie se acuerda del pasado. Nadie devuelve el bien a quien ha sido bueno con él. La muerte está ante mí como cuando anhelas una casa propia tras haber estado prisionero muchos años». Y lo que es todavía más importante, por el precedente que supuso: la religión establecid­a de modo oficial con sus arcanos y privilegio­s. La clase sacerdotal adquirió una enorme influencia, los dioses fueron ya palabras mayores y el culto a los muertos y al Más Allá impregnó la vida local. Allí surgió también una de las más notables, si no primera, herejías de la Antigüedad: la del faraón Amenofis IV, que decidió cepillarse el gallinero de dioses egipcios para imponer el culto a uno nuevo y único: Atón, rey del universo, de quien el faraón (que se cambió el nombre por Akenatón) era hijo y encarnació­n torera en la tierra. La idea no fue original, pero sí lo fue su puesta en práctica por las bravas. Duró, todo hay que decirlo, mientras vivió ese faraón, porque a su muerte lo borraron hasta de los monumentos funerarios (los sacerdotes no le perdonaron haberlos dejado sin empleo). Sin embargo, la idea de un dios único y un monarca como su representa­nte en la tierra siguió dando vueltas por ahí, y tendría un gran futuro aquí. Aunque de momento, y todavía, iban a pasar otras cosas interesant­es que

La primera Europa nació fuera de Europa: en aquel Levante del que fueron viniendo la escritura, el comercio, los dioses, el aceite y el vino tinto

acabaron influyendo mucho en la historia de Europa. Una de ellas, que todavía nos pillaba lejos pero no tanto como parece, fue la lucha de los faraones contra un pueblo que emigraba desde Asia Menor: los pelest, también llamados filisteos. Que, rechazados por Egipto, se instalaron en un lugar de la costa mediterrán­ea al que dieron su nombre: Palestina.

Q[Continuará].

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