ABC - XL Semanal

ESTOY TAN CERA,

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tan cerca…», se dijo el escalador Mark Synnott. «He llegado demasiado lejos como para volverme atrás. Voy a resolver este puñetero misterio de una vez». Synnott estaba en 'el tramo de la muerte' del Everest. Allí donde el aire está tan enrarecido que no permite sobrevivir mucho tiempo, y se disponía a soltarse de la cuerda fija, a abandonar toda seguridad.

Sus anonadados compañeros lo contemplar­on descender a solas, por un terreno inexplorad­o formado por heladas paredes de roca y cornisas angostas.

Synnott, un profesiona­l de la escalada con décadas de experienci­a, se había embarcado en una cruzada: encontrar el cadáver del alpinista británico Andrew Irvine, que, con

George Mallory, intentó coronar el Everest en 1924. Aquella expedición resultó nefasta: Irvine desapareci­ó mientras bajaba precisamen­te por la ladera que Synnott estaba abordando. Synnott sabía que estaba jugándose la vida, pero confiaba en su capacidad técnica. Si dominaba los nervios, quizá lograría solventar el mayor misterio del Everest.

Dos años antes, el Everest no estaba entre los proyectos de Synnott. Pero todo cambió en 2017, cuando acudió a una charla de su amigo Thom Pollard, un especialis­ta en el Everest. Pollard fue camarógraf­o en la expedición oficial de 1999, que tenía como objetivo encontrar la cámara Kodak que Mallory, de 37 años, e Irvine, de 22, llevaban al desaparece­r.

Noventa y siete años después sigue sin saberse si los británicos llegaron a la cumbre. Si lo hubieran logrado, habrían sido los primeros en conseguirl­o, 29 años antes que el neozelandé­s sir Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay. Si la Kodak apareciera y se pudieran revelar las fotos, si las imágenes mostraran a Mallory o a Irvine en la cumbre… entonces habría que reescribir la historia de la montaña más alta del mundo.

El último que los vio con vida, desde la distancia y a 250 metros por debajo de la cima, fue su

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compañero Noel Odell. Se cree que la cámara la llevaba Irvine, el mejor fotógrafo de los dos. De pronto, una nube se arremolinó alrededor de los dos alpinistas. Cuando se disipó, los dos británicos se habían esfumado sin dejar rastro.

La expedición de 1999 en la que se embarcó Pollard no halló la cámara, pero sí el cuerpo de Mallory, blanco como el mármol y parcialmen­te vestido. El cadáver yacía por debajo del piolet de Irvine, que otra expedición había encontrado en 1933. Los posteriore­s intentos de dar con el cadáver de Irvine fueron en vano.

¿Qué pasó aquel día? La familia dijo que Mallory llevaba una foto de su mujer, Ruth, con intención de dejarla en lo alto del Everest. Sin embargo, cuando se recuperó el cuerpo, aunque había otras pertenenci­as personales, esa foto no apareció. ¿Quizá porque efectivame­nte logró dejarla en la cumbre?

UNA IMAGEN QUE OBSESIONA Y LLEGA AL ALMA

Las diapositiv­as que proyectó Pollard durante su charla despertaro­n la curiosidad de Synnott. Una imagen lo fascinó: el cuerpo de Mallory con los brazos extendidos y el pie derecho todavía calzado con una bota de cuero de suela claveteada. «Me maravillab­a que alguien intentará el asalto a la montaña más alta de planeta equipado con esas botas. Por supuesto, conocía la historia de Mallory e Irvine, pero, de pronto, me llegó al alma. Me obsesioné. No hacía más que pensar en ello».

Durante los siguientes 18 meses, Synnott –que hoy tiene 51 años– se enfrascó en el estudio de la legendaria expedición. Estaba dispuesto a dejar a su mujer y sus cuatro hijos –que tenían entre 3 y 20 años– para emprender el peligroso ascenso por la terrorífic­a cara norte del pico, en compañía de otros seis escaladore­s y un grupo de apoyo de 12 sherpas y personal de campamento. Iba «en busca de un fantasma».

No era la primera vez que alguien trataba de encontrar el cadáver, ni mucho menos, pero Synnott creía contar con dos ventajas. Pollard le había presentado a un explorador llamado Tom Holzel, quien en 1986 había liderado una expedición en busca de Mallory e Irvine. Este alpinista contaba ahora con un documento de suma importanci­a: una foto aérea ampliada donde estaba señalado el punto exacto donde un solitario alpinista chino aseguraba haber visto en 1960 un cadáver encajonado en una cavidad de la roca, a unos 8380 metros de altura. El alpinista chino, que llegó a la cumbre por un atajo, no reveló su descubrimi­ento hasta 2001 y nadie había tratado de comprobar la veracidad de sus palabras. La otra ventaja con la que contaba Synnott era que iba a usar una flota de drones para fotografia­r el punto señalado por Holzel. Tenía la esperanza de que el cuerpo, congelado y protegido en la grieta, estuviera casi intacto, como el de Mallory.

Synnott cuenta que nada más llegar al Everest quedó prendado de su embrujo. «Estaba empeñado en llegar a la cima como fuese». El amanecer del día en que el equipo la coronó –el 30 de mayo de 2019– fue de una belleza espectacul­ar. «Una de las experienci­as más hermosas que conservo en la memoria», describe. Luego vendría lo complicado: el descenso y la búsqueda del cuerpo de Irvine. Dos horas después, a eso del mediodía, el GPS le indicó que estaba a 60 metros del punto indicado por Holzel. Llegaba el momento de soltarse de las cuerdas fijas y torcer por el arriesgado desvío en busca de Irvine y su cámara. El sherpa que iba en cabeza era contrario a desviarse de la ruta prefijada. Demasiado peligroso, decía. El guía y líder de la expedición tampoco lo veía claro. «No lo hagas, Mark –insistió–. No vale la pena».

En aquel momento, todos estaban al límite de sus fuerzas. Synnott se sentía débil y con náuseas. Apenas había pegado ojo en las últimas 48 horas. Llevaba días alimentánd­ose de carne liofilizad­a y anacardos. Sin embargo, a 8440 metros de altitud daba la impresión de que el aire era más compacto, de pronto sentía energías renovadas. Puedes hacerlo, se dijo. Se desenganch­ó de la cuerda fija, iba a hacerlo. Synnott reconoce que estaba quebrantan­do la promesa a su familia de no volver a jugarse la vida. «Pero el misterio de la desaparici­ón de Irvine me resultaba irresistib­le».

Avanzó por una estrecha cornisa cubierta de placas calizas medio sueltas, clavando los crampones en dirección a la cavidad señalada por Holzel. Tras recorrer 30 metros, Synnott miró para abajo y vio una sima mareante que moría casi dos kilómetros por debajo. «Un paso en falso y correría la misma suerte que Irvine y Mallory –recuerda–. Ponía toda mi atención; quería salir vivo de allí, pero, a la vez, el ansia de llegar a mi destino me resultaba abrumadora. Estaba nervioso, el corazón me latía a mil. Traté de calmarme. Estaba consumiend­o más oxígeno de lo recomendab­le».

Con cuidado, midiendo los pasos al milímetro, fue bajando por el barranco. Cuando llegó abajo, se detuvo y miró alrededor. A tres metros a su derecha localizó un recoveco en la pared rocosa. El GPS le indicó que se trataba de la cavidad visible en las fotos tomadas por los drones. «Creo que nunca he estado tan alterado en mi vida».

Pero hasta ahí llegó el ensueño: se trataba de una ilusión óptica. La cavidad apenas tenía 20 centímetro­s de anchura. Estaba vacía, claro. El cuerpo no estaba. «Me quedé estupefact­o –cuenta–. Pero estaba determinad­o a no correr la misma suerte que Mallory e Irvine, así que reaccioné. Allí no había nada, entendido. No tenía tiempo de pensar en nada, más que en clavar los crampones en el hielo para salir de allí sin un resbalón, que significar­ía mi muerte segura». El recorrido en solitario duró menos de una hora. Pero la hora más larga de su vida.

La verdadera decepción tuvo lugar cuando volvió a sentirse arropado por la seguridad de la cuerda fija y sus compañeros. Su obsesión había muerto en una insignific­ante grieta. «De pronto me sentí hundido. ¿Qué sentido tenía todo aquello? ¿Había valido la pena? Lo único que quería era estar en casa con mi familia». La expedición había durado dos meses. Habían pasado por momentos durísimos, como una ventisca ciclónica que se cernió sobre el grupo a 7000 metros de altura, devastando el campamento y casi precipitán­dolos montaña abajo. Uno de los expedicion­arios sufrió unas graves embolias pulmonares que obligaron a su evacuación por helicópter­o a Katmandú.

BOICOT CHINO, UNA HIPÓTESIS INQUIETANT­E

Pese a todo lo vivido y a la decepción final, el proyecto ha sido un éxito para Synnott. Ha publicado un libro sobre la expedición –The third pole–, editado un documental –Lost on Everest– y sobre todo, dice, ha creado unos estrechísi­mos vínculos con Mallory e Irvine. «A cada nueva pisada que daba, me maravillab­a de que pudieran haber hecho este recorrido en 1924, calzados con botas con tachuelas, vestidos con simples prendas de lana y tela de gabardina… Lo que hicieron es alucinante, uno no puede ni imaginárse­lo».

Y bien, ¿qué más se sabe del misterio central, la ubicación del cuerpo de Irvine? Synnott sigue consideran­do posible que termine por aparecer y también la Kodak. Hay muchas teorías sobre lo que pudo haber pasado. Muchos creen que una avalancha los borró del mapa para siempre. Pero hay una teoría más inquietant­e. Algunos defienden que un grupo de alpinistas chinos se adelantó a Synnott y llegó antes al punto señalado por Holzel. Una vez allí, retiraron el cadáver de Irvine de la montaña. ¿El objetivo de esta supuesta operación? Apuntalar la versión oficial de que el equipo chino de 1960 fue el primero en llegar a la cima por la ladera norte.

¿Es posible que el cuerpo de Irvine se encuentre en Lhasa, donde está la sede de la asociación china de alpinismo? Synnott acariciaba el proyecto de viajar a China para comprobarl­o, pero entonces llegó la pandemia. Midiendo sus palabras, apunta: «Es muy posible que alguien –y aquí estoy refiriéndo­me a un funcionari­o chino de alto nivel– sepa más que nosotros sobre el caso». Prefiere no decir más... por el momento.

SE DICE QUE L S CHIN S HAN RETIRAD EL CADÁVER DE IRVINE PARA APUNTALAR LA VERSI N DE QUE ELL S LLEGAR N PRIMER A LA CIMA DEL EVEREST P R LA LADERA N RTE

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George Mallory
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Esta es la última imagen conocida de George Mallory y Andrew Irvine. Antes de salir hacia la cima del Everest, Mallory escribió que iba «en pos de la victoria o la derrota final».
VICTORIA O FINAL Esta es la última imagen conocida de George Mallory y Andrew Irvine. Antes de salir hacia la cima del Everest, Mallory escribió que iba «en pos de la victoria o la derrota final».

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