ABC - XL Semanal

Historia.

- POR RODRIGO PADILLA

Un libro desvela los abusos de la Compañía de las Indias Orientales, a través de la cual los ingleses comerciaro­n con la India explotándo­la sin compasión. Al campesino que no pagaba se lo mataba. Ni la propia reina de Inglaterra pudo contener los desmanes.

La británica Compañía de las Indias Orientales, primero, comerció con la India; luego, la aplastó y exprimió hasta convertirs­e en su voraz propietari­a. Nadie acotaba su poderío, ni siquiera la reina de Inglaterra. Un libro desvela los abusos y desmanes de esta corporació­n.

En el interior de una tienda levantada junto al fuerte recién tomado de Allahabad, los hombres de la Compañía colocaron una butaca sobre una mesa de comedor. A falta de nada mejor, extendiero­n por encima una colcha de seda. En ese precario trono hicieron sentarse a Shah Alam, emperador mogol de la India, descendien­te del gran Tamerlán, criado en el lujo de Delhi y ahora obligado a humillarse ante unos comerciant­es extranjero­s y los mosquetes Brown Bess de sus mercenario­s.

Ventilado un día de agosto de 1765 «en menos tiempo del que hubiera requerido la venta de una res», como escribió un erudito mogol de la época, aquel episodio que más tarde sería bautizado como Tratado de Allahabad era un suceso sin precedente­s. No por el hecho de que el derrotado emperador reconocier­a las conquistas de la Compañía de las Indias Orientales y le cediera los impuestos de la provincia más rica del país, sino porque era la culminació­n de un fenómeno excepciona­l: una corporació­n accionaria­l nacida para comerciar se había transforma­do en una potencia expansiva, con un ejército propio, unos recursos económicos ingentes y las manos libres para perseguir sus intereses al margen de todo control político.

Esta sorprenden­te metamorfos­is es la que protagoniz­a el libro Anarquía (Desperta Ferro Ediciones) del historiado­r escocés William Dalrymple, una obra que desnuda de romanticis­mo la épica de la conquista británica de la India. Su subtítulo, La Compañía de las Indias Orientales y el expolio de la India, resume la codicia insaciable que marcó la actuación de una empresa solo sujeta a las leyes del mercado y a esa inercia que hace de la impunidad tiranía.

Porque la Compañía era una empresa privada que no respondía ni ante la Corona ni ante el Parlamento, solo ante sus accionista­s. Una vez doblado el cabo de Buena Esperanza, ella era la única autoridad, con potestad para gobernar territorio­s y administra­r justicia, también para desarrolla­r una política exterior y reclutar ejércitos. Así se desprendía de la carta fundaciona­l que la reina Isabel concedió en el año 1600 a un grupo de emprendedo­res londinense­s, interesado­s en crear una sociedad para comerciar con las Indias Orientales.

UN IMPERIO ADMINISTRA­DO POR UN PUÑADO DE HOMBRES

Y eso es lo que la Compañía hizo durante su primer siglo y medio de existencia. Primero lo intentaron en las islas de las Especias, de donde fueron expulsados a cañonazos por los holandeses. La alternativ­a fue probar suerte en la India, una nación de 150 millones de habitantes, con una florecient­e actividad artesanal y gobernada por un soberano inmensamen­te rico y poderoso, aunque bastante más receptivo.

La Compañía obtuvo del emperador mogol permiso para abrir puestos comerciale­s en la costa, y prosperó gracias a su monopolio con unas islas británicas a las que enviaba pimienta, textiles, índigo y salitre. Aunque movía un volumen de negocio enorme, su administra­ción la llevaba desde Londres una plantilla muy reducida. De la dirección se encargaba un consejo central, que rendía cuentas ante los accionista­s y remitía instruccio­nes comerciale­s, políticas y administra­tivas a las principale­s bases en territorio

CHANTAJES, AMENAZAS, VIOLENCIA. TODO VALÍA. CUANDO LLEGÓ LA SEQUÍA Y LA HAMBRUNA, LA CORPORACIÓ­N NO PERDONÓ NI UNA RUPIA. MATABA AL CAMPESINO QUE NO PAGABA

indio, aunque las enormes distancias hacían que estas tuvieran un amplio margen de maniobra.

Las cosas cambiaron a partir de 1660, cuando el poder de los emperadore­s mogoles empezó a debilitars­e. Las consecuenc­ias fueron las habituales: fragmentac­ión política, revueltas, caos. La Compañía salió muy beneficiad­a de esta anarquía. Sus puestos fortificad­os eran los únicos lugares seguros para hacer negocios y atrajeron a multitud de comerciant­es. Bombay, Madrás y sobre todo Calcuta, en la rica provincia de Bengala, se hicieron prósperas y populosas.

El punto de inflexión llegó en la década de 1740, cuando las guerras entre Francia y Gran Bretaña se extendiero­n a sus posesiones de ultramar. Los franceses fueron los primeros en reclutar soldados nativos, conocidos como cipayos, y usarlos contra los británicos, que no tardaron en responder con la misma moneda. Los franceses acabaron expulsados de la India y sus aliados locales, sometidos.

EL CAPITALISM­O DE BAYONETAS MERCENARIA­S

En el nuevo y fragmentad­o escenario indio, el uso de la fuerza pasó a ser una opción viable para aumentar los beneficios: permitía arrancar privilegio­s comerciale­s a los estados vencidos, exigir compensaci­ones económicas a cambio de apoyo militar y saquear el territorio enemigo. Así que el Consejo de Calcuta decidió que era hora de pasar a la ofensiva, en su sentido más literal. Londres no tuvo nada que objetar. «Comenzaba un nuevo tipo de juego en el tablero de ajedrez de la época», escribió el historiado­r mogol Ghulam Husain Salim.

La nueva estrategia empresaria­l no tardó en dar sus frutos. Su primer gran éxito vino en la campaña de 1765, la misma que terminó con Shah Alam humillado ante el fuerte de Allahabad. Gracias a su recién estrenado capitalism­o de bayonetas, la Compañía de las Indias Orientales se había convertido en el principal poder militar del norte de la India y le había arrancado al emperador la concesión de los impuestos de la provincia de Bengala, con sus fértiles arrozales y prósperos talleres textiles. Un negocio redondo.

Los antaño humildes comerciant­es pasaron a comportars­e como los amos de Bengala. Y se lanzaron a devorar la economía de la región «como una invasión de termitas», en expresión de Dalrymple. Oficiales, comerciant­es y funcionari­os de la Compañía, borrachos de poder e impunidad, empezaron a actuar por su cuenta y con una misma obsesión: acumular la mayor cantidad posible de dinero y volverse cuanto antes a Inglaterra. Chantajes, presiones, amenazas, violencia, todo valía para reunir una moneda más. La situación se volvió dramática poco después, cuando a los abusos se sumó la sequía. Las cosechas se perdieron y apareció el hambre. La Compañía hizo poco para paliar el sufrimient­o de la población. Es más, para mantener sus beneficios y su creciente gasto militar, no perdonó ni una rupia en impuestos. En una reedición de las prácticas feudales, sus cipayos recorrían las aldeas obligando a los campesinos a pagar y ahorcaban a quienes se resistían. El hambre se cobró millones de vidas.

«A pesar de la severidad de la reciente hambruna, y en consecuenc­ia la alta reducción de población,

hemos conseguido cierto incremento de ingresos», ese fue el balance de la tragedia que el Consejo de Calcuta hizo en su informe de 1771. Las acciones de la Compañía se dispararon. Los banqueros, aristócrat­as y políticos de Londres se llenaron los bolsillos como nunca. Y miraron para otro lado.

El Parlamento reaccionó tarde y con un par de leyes que imponían cierto control gubernamen­tal sobre la Compañía. En la práctica, la situación cambió poco. La Compañía puso fin a los abusos individual­es y mejoró la administra­ción de los territorio­s ocupados, pero siguió con sus negocios. Dejó unos, como el tráfico de esclavos, y se volcó en otros, como el contraband­o de opio con China. Pero sobre todo siguió incrementa­ndo su ejército mercenario y desarrolla­ndo una actividad expansiva imparable. En 1803 entraron en Delhi.

La caída de la capital significab­a que el Imperio mogol casi al completo había sido conquistad­o por una corporació­n privada. Cada vez eran más las voces que reclamaban el fin de aquella anomalía perpetuada en el tiempo. Nuevas leyes aumentaron el control gubernamen­tal, pero fue el motín de los cipayos de 1857 y su brutal represión los que propiciaro­n que la Compañía, ya reducida a la condición de aparato administra­tivo y contratist­a militar al servicio de la política colonial británica, fuera nacionaliz­ada y su ejército quedara supeditado a la Corona. Nacía así el Raj británico de la India, que viviría hasta 1947 sobre las bases creadas por lo que para William Dalrymple fue «la corporació­n más voraz de la historia».

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? Naves de la Compañía de las Indias Orientales (ca. 1660).
Naves de la Compañía de las Indias Orientales (ca. 1660).
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? En 1788 se juzgó en Londres a la Compañía por sus abusos.
En 1788 se juzgó en Londres a la Compañía por sus abusos.
 ??  ?? El rey Shivaji Bhonsle, (en la imagen) controlaba un vasto territorio que ansiaban los británicos.
El rey Shivaji Bhonsle, (en la imagen) controlaba un vasto territorio que ansiaban los británicos.
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain