ABC - XL Semanal

El acorazado del río

- POR Benjamín Lana @uncomino Próximo domingo: Carlos Maribona

EL VERANO TRAE TANTO calor como nostalgia. Hoy son las cazuelas de cangrejos de río las que me asaltan. Es sentir cerca San Fermín y rememorar el sabor profundo de aquellos acorazados de patas blancas con los que disfrutába­mos alrededor de las cazuelas de barro plenas de salsa de tomate, cebolla y jamón. Chupar sus cabezas y ensuciarno­s las manos era tan divertido como recorrer los ríos de la infancia, el Ega o el Cadagua, arriba y abajo cargados de reteles para su pesca. El olor limpio y profundo a fondo de río que exhalaban sus cuerpos y sus coletazos al caer en la cesta es uno de los más singulares e inolvidabl­es que llevo conmigo. Solo alguna tarde de lluvia sobre suelo seco aflora alguno que se le parece. Recuerdos de tiempos que no volverán porque no se puede tener diez años de nuevo, ni tampoco aquellos cangrejos europeos de patas blancas (Austropota­mobius pallipes) viven en los ríos de los que eran dueños y señores. Fueron desplazado­s hasta su práctica aniquilaci­ón por dos primos invasores americanos portadores de un hongo que provocaba afanomicos­is, enfermedad con un índice de mortalidad del cien por cien para aquellos europeos que llamábamos 'autóctonos'. Lo curioso es que no eran ibéricos, como creíamos. Fueron introducid­os por el ser humano como los que siglos después acabaron con ellos. Un estudio del CSIC demostró hace unos pocos años que nuestro querido patas blancas es de origen toscano y fue introducid­o en España por expreso deseo del rey Felipe II, quien disfrutaba del sabor de su carne tanto como nosotros. A lo largo del XVII y XVIII se introdujo en la Meseta Norte y Valle del Ebro y así hasta ocupar todas las zonas calizas con aguas puras de la Península. Nada es lo que parece.

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