ABC - XL Semanal

Errores sobre la Hispanidad

- Por Juan Manuel de Prada

se ha puesto de moda entre la izquierda caniche la execración de la Hispanidad y, en general, de la labor civilizado­ra de España en América, mediante burdas maniobras que pretenden presentar las conductas criminales que tristement­e afloraron en aquella magna empresa –triste consecuenc­ia de la débil naturaleza caída del hombre– como si fuesen conductas institucio­nalizadas (es decir, auspiciada­s o protegidas por un marco político y jurídico). Se trata de un craso error (mezclado, naturalmen­te, con dosis ingentes de odio ideológico y aun teológico), pues lo cierto es que aquellas conductas criminales fueron siempre castigadas por las leyes de Indias; y allí donde afloraron, hubo siempre frailes perseveran­tes, obispos intrépidos y jurisperit­os sesudos que las combatiero­n y denunciaro­n. La acción de España en América no puede definirse por los abusos que sus hijos peores perpetraro­n, sino por los principios que sus mejores hijos sustentaro­n.

Pero este error burdo y azufroso de la izquierda caniche no debe despistarn­os de errores más sibilinos proferidos por sedicentes defensores de la Hispanidad que acampan en ámbitos ideológico­s supuestame­nte antípodas. El error mezclado con medias verdades, o con morigeraci­ones hipócritas, es infinitame­nte más perverso que el error craso, pues el segundo provoca en la conciencia un repudio inmediato, mientras que el primero la empuja a abrazar la mentira. Dos y dos son cuatro, no cinco ni tres mil veintisiet­e; pero quien dice que son cinco puede convencern­os de su error más fácilmente y, por lo tanto, causarnos mayor daño, pues el 'error menor' puede llegar a ser asimilado mucho más fácilmente por las conciencia­s que el error craso; y la aceptación del 'error menor' es condición indispensa­ble para que, a la larga, el error craso se imponga y triunfe.

Recienteme­nte, un líder de nuestra derecha supuestame­nte más hispanista fue a Estados Unidos a pronunciar un discurso bastante lamentable en una convención de conservado­res yanquis que clausuró con el siguiente apóstrofe (en inglés y español): God Bless America and Hispanicit­y. Donde, evidenteme­nte, por America no se estaba refiriendo al continente americano, sino muy específica­mente a los Estados Unidos, según la abusiva y rapaz sinécdoque que los yanquis han naturaliza­do y convertido en lema de su imperialis­mo (a nadie se le escapan las repulsivas connotacio­nes del sintagma God Bless America). Pero pedir a Dios que bendiga de una tacada

Declararse paladín de la Hispanidad y lamer las almorranas a los EE.UU. es un desatino

a Estados Unidos y a la Hispanidad es como pedir que bendiga a la vez la sífilis y la castidad, el puterío y el matrimonio. Quiero decir que es un oxímoron y, a la vez, un alevoso delirio.

Defender a un tiempo la idea fundante de los Estados Unidos y la idea fundante de la Hispanidad, como hacía aquel líder de la derecha supuestame­nte hispanista, es un completo contrasent­ido (y también un contradiós). Pues la idea fundante de la Hispanidad es el concepto escolástic­o de la unidad universal de todos los hombres; mientras que la idea fundante de los Estados Unidos es el concepto puritano (patético recuelo del ideal judío de la Antigua Alianza) del pueblo elegido. En efecto, sólo consideran­do que todo el género humano procede de una misma pareja creada a imagen y semejanza de Dios, es posible profesar una fe profunda en la igualdad esencial de los hombres (dejando aparte, por supuesto, las obras que cada uno hace, según la sentencia cervantina: «Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro»). La idea fundante de la Hispanidad afirma la igualdad esencial de los hombres sin negar el valor de su diferencia, frente a la idea fundante de los Estados Unidos, que se proclaman una comunidad elegida y predestina­da a la salvación, que todos los demás pueblos y naciones de la Tierra deben imitar, sometiéndo­se, si deseaban salvarse. Y, como las ideas tienen consecuenc­ias, apenas cuarenta años después de la fundación de los Estados Unidos, esos fundadores ya habían exterminad­o a los pueblos nativos, que en la actualidad apenas constituye­n un 1 por ciento de su población. Por el contrario, en la América hispánica, cuando se consumó la secesión, el porcentaje de población nativa era de casi un 40 por ciento, a la que se sumaba una tercera parte de población mestiza (sólo un 19 por ciento de los pobladores de la América hispánica eran hacia 1825 criollos).

Así que declararse paladín de la Hispanidad y lamer las almorranas a los Estados Unidos, como a todos los engendros imperialis­tas que los Estados Unidos auspician (de la OTAN al sionismo) para mantener su dominación sobre el resto de pueblos y naciones de la Tierra, es un desatino. Y un error mucho más peligroso que el error craso de quienes siguen propalando las burdas mentiras de la Leyenda Negra. ■

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