Errores sobre la Hispanidad
se ha puesto de moda entre la izquierda caniche la execración de la Hispanidad y, en general, de la labor civilizadora de España en América, mediante burdas maniobras que pretenden presentar las conductas criminales que tristemente afloraron en aquella magna empresa –triste consecuencia de la débil naturaleza caída del hombre– como si fuesen conductas institucionalizadas (es decir, auspiciadas o protegidas por un marco político y jurídico). Se trata de un craso error (mezclado, naturalmente, con dosis ingentes de odio ideológico y aun teológico), pues lo cierto es que aquellas conductas criminales fueron siempre castigadas por las leyes de Indias; y allí donde afloraron, hubo siempre frailes perseverantes, obispos intrépidos y jurisperitos sesudos que las combatieron y denunciaron. La acción de España en América no puede definirse por los abusos que sus hijos peores perpetraron, sino por los principios que sus mejores hijos sustentaron.
Pero este error burdo y azufroso de la izquierda caniche no debe despistarnos de errores más sibilinos proferidos por sedicentes defensores de la Hispanidad que acampan en ámbitos ideológicos supuestamente antípodas. El error mezclado con medias verdades, o con morigeraciones hipócritas, es infinitamente más perverso que el error craso, pues el segundo provoca en la conciencia un repudio inmediato, mientras que el primero la empuja a abrazar la mentira. Dos y dos son cuatro, no cinco ni tres mil veintisiete; pero quien dice que son cinco puede convencernos de su error más fácilmente y, por lo tanto, causarnos mayor daño, pues el 'error menor' puede llegar a ser asimilado mucho más fácilmente por las conciencias que el error craso; y la aceptación del 'error menor' es condición indispensable para que, a la larga, el error craso se imponga y triunfe.
Recientemente, un líder de nuestra derecha supuestamente más hispanista fue a Estados Unidos a pronunciar un discurso bastante lamentable en una convención de conservadores yanquis que clausuró con el siguiente apóstrofe (en inglés y español): God Bless America and Hispanicity. Donde, evidentemente, por America no se estaba refiriendo al continente americano, sino muy específicamente a los Estados Unidos, según la abusiva y rapaz sinécdoque que los yanquis han naturalizado y convertido en lema de su imperialismo (a nadie se le escapan las repulsivas connotaciones del sintagma God Bless America). Pero pedir a Dios que bendiga de una tacada
Declararse paladín de la Hispanidad y lamer las almorranas a los EE.UU. es un desatino
a Estados Unidos y a la Hispanidad es como pedir que bendiga a la vez la sífilis y la castidad, el puterío y el matrimonio. Quiero decir que es un oxímoron y, a la vez, un alevoso delirio.
Defender a un tiempo la idea fundante de los Estados Unidos y la idea fundante de la Hispanidad, como hacía aquel líder de la derecha supuestamente hispanista, es un completo contrasentido (y también un contradiós). Pues la idea fundante de la Hispanidad es el concepto escolástico de la unidad universal de todos los hombres; mientras que la idea fundante de los Estados Unidos es el concepto puritano (patético recuelo del ideal judío de la Antigua Alianza) del pueblo elegido. En efecto, sólo considerando que todo el género humano procede de una misma pareja creada a imagen y semejanza de Dios, es posible profesar una fe profunda en la igualdad esencial de los hombres (dejando aparte, por supuesto, las obras que cada uno hace, según la sentencia cervantina: «Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro»). La idea fundante de la Hispanidad afirma la igualdad esencial de los hombres sin negar el valor de su diferencia, frente a la idea fundante de los Estados Unidos, que se proclaman una comunidad elegida y predestinada a la salvación, que todos los demás pueblos y naciones de la Tierra deben imitar, sometiéndose, si deseaban salvarse. Y, como las ideas tienen consecuencias, apenas cuarenta años después de la fundación de los Estados Unidos, esos fundadores ya habían exterminado a los pueblos nativos, que en la actualidad apenas constituyen un 1 por ciento de su población. Por el contrario, en la América hispánica, cuando se consumó la secesión, el porcentaje de población nativa era de casi un 40 por ciento, a la que se sumaba una tercera parte de población mestiza (sólo un 19 por ciento de los pobladores de la América hispánica eran hacia 1825 criollos).
Así que declararse paladín de la Hispanidad y lamer las almorranas a los Estados Unidos, como a todos los engendros imperialistas que los Estados Unidos auspician (de la OTAN al sionismo) para mantener su dominación sobre el resto de pueblos y naciones de la Tierra, es un desatino. Y un error mucho más peligroso que el error craso de quienes siguen propalando las burdas mentiras de la Leyenda Negra. ■