Mi hermosa lavandería Es broma
la revista de arte Hyperallergic lanzó el 1 de abril un número dedicado a diversos hechos que se tomaban a broma toda la actualidad más candente. Afirmaban que Israel había arrasado los pabellones de varios países vecinos a su propio pabellón en la Bienal de Venecia porque la Embajada de Israel había confundido las noticias de la apertura de un restaurante especializado en hummus con un ataque de Hamás. En otro artículo denunciaban la retirada de varios cuadros de la Alte Nationalgalerie en Berlín que mostraban ríos o mares –entre ellos, los de Gustave Courbet
(La ola) o Caspar David Friedrich
(El monje junto al mar)– para evitar que se produzca «la posibilidad de inadvertidamente aludir al canto palestino 'Del río hasta el mar, Palestina será libre'». Además, añade el artículo, la izquierda alemana (reducida a cinco miembros) protestó por la medida, aunque nadie les prestó atención.
Por supuesto, no han tardado en aparecer legiones enteras de detractores y defensores de tales bromas, calificándolas alternativamente de aberraciones de dudoso gusto y de destellos geniales. Aunque al final de LOS ARTÍCULOS SE DECÍA CLARAMENTE que se trataba de una broma según la tradición April's Fool, pareja a la de nuestro Día de los Inocentes, algunas personas, que no terminaron de leer el artículo, ya empezaron a expresar su preocupación por el falso bombardeo y llamaron una vez más al boicot a Israel y mostraron su indignación ante la retirada de los cuadros.
Cuando leí los artículos, me parecieron especialmente ingeniosos porque están muy cerca de algo que podría ocurrir perfectamente. Sin ir más lejos, en un museo americano se prohibió la entrada a un visitante que llevaba el pañuelo palestino. Los símbolos son importantes y a la vez de una banalidad aplastante. Pañuelos, chapas, camisetas, pegatinas. Nos ayudan a sentir que no estamos mudos, que reclamamos y exigimos cosas que creemos
La Embajada de Israel había confundido la apertura de un restaurante especializado en hummus, se decía, con un ataque de Hamás
legítimas. Son parches para nuestra conciencia maltrecha. Tienen la virtud (y el castigo) de ser inmediatos y fáciles. Como las peticiones, los manifiestos, las firmas… Me envían varias peticiones para que llame al boicot al Festival de Eurovisión si admite a Israel como candidato. Creo que no hay nada que me pueda importar menos que el Festival de Eurovisión. En realidad, un método de tortura que gustosamente aplicaría a Netanyahu sería obligarle a ver todas las canciones y coreografías que han pasado por el infausto festival desde su creación; creo que se le pasarían las ganas de hacerles la vida imposible a los palestinos (además de las ganas de vivir). En este momento, sin embargo, seguramente, me digo, sería una buena idea pedir que Israel no participe. Es algo. No mucho. Pero algo. Porque todos estamos buscando la manera de hacer algo. De ayudar a los que sufren, de decir que no nos consideren cómplices, que con nosotros no cuenten para masacrar a los palestinos. De decirle al Gobierno israelí: para de una maldita vez. Otra cosa sería creernos que lo que hacemos tiene una capital importancia. No la tiene, casi nada la tiene. ¿Todo suma? Quiero creerlo, necesito creerlo para seguir conservando la esperanza. Pero a veces ya no me creo nada, y esa nada ya sé que tampoco conduce a ningún sitio.
Creo que una de las grandes tragedias de nuestro tiempo es que no podemos ser inocentes: sabemos bien (al menos, no ignoramos) lo que pasa en Israel, en Palestina, en Yemen, en Afganistán, en Ucrania, en Chechenia. Sabemos que hay un apartheid de género gravísimo (como lo califica la Premio Nobel encarcelada Narges Mohammadi) que pone en peligro la integridad física y moral de millones de mujeres en el mundo. Y en las partes del mundo donde no hay catástrofes truculentas tenemos que seguir viviendo nuestras vidas, evitando obsesionarnos con los rostros de los niños aterrados y hambrientos, las muecas de dolor de las mujeres y los hombres que lo han perdido todo, el asco, los gritos, la profunda desazón, los horrores que están pasando justo en este momento en que escribo estas líneas. Por desgracia, no es broma. ■