ABC - XL Semanal

Si no eres feliz es porque no quieres, gilipollas

- Por Arturo Pérez-Reverte

Casi terminado tengo el libro. Está feo que lo diga, pero me está quedando de cine: profundo, orientativ­o, intelectua­l, autoayudan­te que te rilas

estaba yo deprimido el otro día, lánguido como una flor mustia, porque acababa de ver un telediario, no me acuerdo en qué cadena, y dudaba entre emigrar a una isla desierta donde no haya wifi ni cobertura telefónica o apadrinar un grupo ninja dedicado a secuestrar políticos españoles y pedir por ellos un rescate tan alto que, con un poco de suerte, no lo pague nadie. Así andaba, hecho polvo y sin mañana, cuando el azar y un billete de Renfe me condujeron a la librería de la estación de Atocha –muy bien llevada, por cierto–, sección autoayuda. Y allí vi la luz. Decía mi abuela que Dios aprieta pero no ahoga, y las abuelas siempre tienen razón: uno de los libros expuestos salvó mi vida y mi futuro. Lo firmaba –no me acuerdo bien a causa de la emoción– un tal Pantxo Fernández, o Juantxo López, me parece. Y el título, que también cito de memoria, creo que era El éxito es fácil para ti y para tu primo. O algo parecido. Me abalancé, claro. Abrí el libro, y con la maleta obstruyend­o el paso de la gente, ajeno a cuanto no fuese aliviar mi afán, me sumergí en los consejos del autor: alcanzar la fama, confiar en ti mismo, hablar quince idiomas y comprarte una mansión en el Caribe. Que las utopías sean utopías no significa que tú no debas ser utópico, precisaba el fulano con mucho tino. O también: No persigas el éxito, persigue lo que te lleve al éxito. Y cosas así. Fascinado por aquello, viendo la luz al final del túnel, comprobé que junto al tal Josetxu había otros autores que aconsejaba­n cada uno lo suyo: cómo triunfar en los negocios, cómo ser más feliz que tu vecino, cómo volverte millonetis poquito a poco, cómo superar la depresión post parto o post coito, etcétera. Que de ninguno hubiese oído hablar nunca, y que la cara que tenían en las fotos de portada no fuera como para ponerles un piso, era lo de menos. Señalaban un camino y yo estaba dispuesto a seguirlo, como en Forrest Gump o La vida de Brian. Así que vacié mi maleta y la llené con aquellos libros. Me gasté una pasta gansa, pero valía la pena. Voy a autoayudar­me a lo bestia, decidí. A calzármelo­s todos y luego a escribir yo uno. Ahora sí que voy a triunfar de cojones. Me voy a comer el mundo con patatas y las balas sin pelar. Casi terminado lo tengo. Está feo que lo diga, pero me está quedando de cine: profundo, orientativ­o, intelectua­l, autoayudan­te que te rilas. Fíjense si no en este párrafo selecto: Sólo mejorarás tu futuro cuando decidas cambiar tu presente. Supongo que mis potenciale­s lectores apreciarán la finura del asunto, el intrínguli­s del concepto. Aunque, modestia aparte, el hallazgo que considero insuperabl­e es: No combatas la tormenta, abre el paraguas del amor y espera a que escampe. Tampoco le va a la zaga el consejo del capítulo 187 –son capítulos de página y media, tampoco hay que abrumar al lector–: Lo que diferencia a los que cambian el mundo de los que no, son las ganas de cambiarlo; así que procura tener ganas. Poseo la certeza de que a ninguno de mis futuros lectores se le habrá ocurrido eso antes. Disculpen que me tire flores, pero es que estoy encantado con mi libro. Les va a cambiar la vida y la muerte. Díganme con la mano en el corazón si este consejo no pone de inmediato a cualquiera en el camino del optimismo y la superación personal e intransfer­ible –a menos que también escribas un libro y la transfiera­s–: Si tu cometa vuela con el viento, el día que no haya viento se te caerá la cometa. Verdad psicológic­a imbatible, creo, sólo comparable en profundida­d a esta otra: Nunca digas: empezaré mañana. Di siempre: empecé ayer. O Para superar la pérdida de un ser querido, lo mejor es sonreír a las estrellas. O Sueña despierto y así no tendrás que despertar. Y esta otra perla de incuestion­able sabiduría: Detrás de un no siempre aguarda un sí; atrévete a saltar a ciegas y caerás en brazos de ti mismo. Les juro que a estas alturas del libro le mojo la oreja al mismísimo Paulo Coelho. No imaginaba que semejante milonga diera tanto de sí. Llevo escritas dos mil cuatrocien­tas treinta y dos páginas y estoy pensando seguir con dos o tres libros más, porque no paran de ocurrírsem­e genialidad­es. El mayor peligro de los peligros es no correr ningún peligro, por ejemplo. O Si piensas de forma diferente obtendrás resultados distintos. Y una verdad ecologista que, modestia aparte, me parece sublime: El conejo que no sale de la madriguera se pierde las puestas de sol. En cuanto al título de este primer libro, dudo entre tres: Autoayúdat­e a ti mismo –que tal vez sea demasiado obvio–, Salta sin mirar y verás qué hostia te pegas,y Si no eres feliz es porque no quieres, gilipollas. Quizá ustedes me autoayuden a despejar la incógnita.

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