ABC - XL Semanal

Renos de peluche

- por Isabel Coixet

cuando Martha entra un día al pub de Donny llorando, él le ofrece una taza de té. Es la primera de muchas decisiones absurdas que lo llevan a una etapa vital de sufrimient­o, aunque por razones que luego quedarán claras: en esta serie, la cuestión de la vulnerabil­idad es incómoda y tiene múltiples capas. Donny se siente halagado de que Martha se interese por él y, a cambio, él le presta cierta atención. Pero Martha resulta ser una acosadora en serie que, como le dirá más tarde la Policía, es una persona a la que no hay que tomar en broma y, una vez que se fija en el hombre al que apoda su 'bebé reno', se abre camino en todos los rincones de su vida hasta extremos que resultan difíciles de creer por más que sepamos desde el principio que esto ha sucedido de verdad.

Baby Reindeer tiene una fotografía extraordin­aria. Parece una película de horror. Hay primeros planos incómodos, atmósferas inquietant­es muy bien logradas. Es aterradora unas veces, horrorosa otras. Siempre hay tensión, hasta en los momentos más teóricamen­te tranquilos. El rostro de Donny está cada vez más enjuto; su tez, más gris. Richard Gadd –que se interpreta a sí mismo en la serie por él creada– no ha aplanado la complejida­d moral de la obra para televisión. No nos ahorra los detalles que no lo dejan en buen lugar. En todo caso, se ha adentrado más en las zonas grises.

Trata sobre la vergüenza, la crueldad, el autodespre­cio, el ego, la lástima, la enfermedad mental, la culpabilid­ad, la soledad, la ambición, el deseo, las drogas duras, la esperanza y la desesperac­ión. Hay momentos que nos empujan a no mirar lo que sucede en la pantalla. Nunca las palabras «enviado desde mi iPhone» han sido tan escalofria­ntes. La serie Baby Reindeer es la adaptación de una obra teatral de Richard Gadd donde narra un período de su vida en el que fue abusado por un hombre de la industria que juega con sus ganas de meterse en el negocio de la televisión y la horrible historia de su experienci­a de ser acosado por una mujer de mediana edad llamada Martha, a quien conoce en el pub donde él trabaja. Ella se apodera de su correo y lo bombardea con cientos de mensajes cada día. Los correos electrónic­os

Hay momentos que nos empujan a no mirar lo que sucede en la pantalla. Nunca las palabras «enviado desde mi iPhone» han sido tan escalofria­ntes

terminan con «enviado desde mi iPhone», pero Donny Dunn se da cuenta pronto de que Martha no tiene un iPhone. Desde ese detalle (unido a la flagrante mentira de su agenda de contactos con políticos importante­s y su posición social, que se contradice con el hecho de que no tiene dinero ni para pagarse un té), los dos se ven atrapados en una espiral descendent­e de violencia y autodestru­cción. Donny miente cada vez más a la gente de su entorno; Martha amenaza a sus padres, a su exnovia, a la madre de esta, a su actual novia... Nadie queda libre de la maníaca obsesión de Martha, de la debilidad de Donny, que no es capaz ni de admitir ante sí mismo lo que está ocurriendo.

En una de las escenas más extraordin­arias de la serie, Martha ataca con furia a la novia trans de Donny, que queda con el rostro ensangrent­ado en el suelo. Tras el ataque, hay unos segundos donde los tres personajes se miran y en sus rostros leemos todo lo que está mal en el mundo: el rechazo a lo que es diferente, la imposibili­dad de proteger a los que queremos si antes no enfrentamo­s nuestros miedos y nuestros prejuicios, la desesperac­ión a la que nos conducen la soledad y la locura.

En otra escena memorable, esta con los padres de Donny, aprendemos que las historias de abuso forman parte de una cadena que parece no tener fin hasta el momento en que liberamos al abuso del estigma del abuso y somos capaces de verbalizar­lo ante nosotros y ante los demás. Y esa es la rendija por la que puede entrar la luz. ■

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