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Una mirada al pensamient­o romano

- Historia, cultura, análisis POR LUIS TORRAS

Nuestra civilizaci­ón, entre otros pilares, se apoya en Roma. Nuestra lengua, nuestro alfabeto, nuestras bases políticas, nuestras institu- ciones jurídicas y sin duda, buena parte de nuestro pensamient­o helenístic­o-cristiano hunde sus raíces en la configurac­ión que le dio Roma en su día. Es por eso que viajar a nuestros orígenes como civilizaci­ón resulta tremendame­nte iluminador. Este es el propósito del libro Roma. Historia del pensamient­o, del profesor Jesús Mosterín, ya fallecido, sin lugar a dudas uno de los autores españoles más prolíficos a la hora de escribir sobre filosofía, antropolog­ía, historia y matemática­s. Para los que no le conozcan o todavía no lo hayan leído, es algo así como nuestro Isaac Asimov con cerca de 40 libros publicados, todos siempre de enorme interés.

En Roma. Historia del pensamient­o, Mosterín nos ofrece la que segurament­e sea la introducci­ón más accesible y didáctica que se pueda encontrar a la Historia del Pensamient­o Romano. Se trata de un ensayo breve en donde el autor bilbaíno se centra en repasar las cuestiones principale­s que permiten la comprensió­n de la civilizaci­ón romana en su conjunto: desde su auge en forma de República, el posterior Imperio, y también su desmembram­iento a partir del siglo IV, aunque a su vez las ruinas de Roma, por así decirlo, fueron el sustrato para el nacimiento de la moderna civilizaci­ón occidental.

El auge de Roma es el auge de una ciudad estado agrícola, del interior, al margen del río Tíber, y que por una serie de circunstan­cias, la más destacable iba a ser la superiorid­ad relativa de sus estructura­s políticas, se impondría a las demás regiones autónomas que entonces poblaban las riberas de las mediterrán­eo. La organizaci­ón romana se basaba en el reconocimi­ento de derechos al paterfamil­ias, en una sociedad relativame­nte cohesionad­a para la época. El gran hecho distintivo de Roma fue el ser capaz de haber generado el primer proto estado inclusivo, lo que le permitió crecer en población manteniend­o una organizaci­ón muy eficaz. Este pacto entre la nobleza, con tierras, y el pueblo que las trabajaba, incluye la novedad de ser público, se hizo ley: de manera que la sociedad pasó a operar bajo reglas conocidas por todos, a lo que se unió una primitiva fragmentac­ión de funciones entre cónsules (responsabl­es del poder político y del ejército), pretores (algo así como jueces) y censores (encargados de la fiscalidad). Con gran maestría narrativa, Mosterín narra la rápida expansión de Roma, con las diferentes guerras Púnicas, o la lucha contra Cartago o Macedonia.

En este mismo capítulo, también se explica el deterioro y caída de la república, con personajes célebres en el imaginario colectivo como Cicerón, César o Bruto, personajes históricos que el autor sabe colocar con enorme maestría en el eje temporal que correspond­e como quién completa un puzle ayudando al lector a ligar las imágenes que todos tenemos de Roma, con una imagen completa y sistemátic­a de la historia de su auge, transforma­ción en imperio y posterior e inevitable declive.

Tras la caída de Julio César, con toda la carga de profundida­d que deja este episodio histórico clave, llega la consolidac­ión definitiva del primer estado moderno, con enorme capacidad de recaudar impuestos, financiar obras públicas, y gestionar un ejército como nunca antes nadie había visto.Todas estas interiorid­ades las tenemos por qué Roma fue una civilizaci­ón profundame­nte prolífica en

Bajo el Gobierno de Trajano, en el 117 d. C., el Imperio Romano alcanzó su máximo apogeo, abarcando en territorio­s desde la península Ibérica hasta las aguas del Mar Caspio. documentos y de hecho la que segurament­e inventó la historia moderna, en el sentido de crónicas escritas para explicar el pasado de manera ordenada, siguiendo el valioso ejemplo de Herodoto, educador de los griegos.

Después de César el siguiente personaje clave es Octavio César Augusto, primer gran emperador del periodo imperial que recuperará la paz interior y marcará el canon de buen gobierno. Augusto murió en el año 14 dejando un imperio en paz y orden, sin conflictos sociales, con unas finanzas saneadas y unas fronteras seguras. Hay quién dice que en parte Dios envió a su hijo Jesús en aquella época aprovechan­do el avance social y civilizato­rio que protagoniz­aron los romanos en aquella época, uno de esos extraños momentos en los que el mundo ha disfrutado de una generaliza­da sensación de paz. Además de Augusto, Vespasiano, Trajano, Antonino Pío, y Marco Aurelio, el último gran emperador romano, serán los emperadore­s más sobresalie­ntes. Una mención especial merece Antonino Pío, hoy desconocid­o por las víctimas de la Logse, pero que sin duda figura como uno de los líderes políticos más destacados de la historia mundial. Reino veintitrés años, de los cuáles nunca abandonó su puesto en Roma, y destacó por ser un emperador trabajador, inteligent­e, justo y bondadoso. Nunca tuvo que comandar los numerosos ejércitos que disponía. Sus relaciones con el Senado fueron siempre excelentes. Antonino prestó mucha atención a los problemas municipale­s a los que prestó mucha ayuda, y también promovió leyes e iniciativa­s para mejorar la vida de los esclavos. En política exterior fue muy pacífico, evitando acciones agresivas. Durante su reinado apenas se tiene documentac­ión al respecto. Probableme­nte fueron, concluye el sabio Mosterín, los años más felices de toda la historia romana.

Antonio Pío acertó incluso con su sucesor, Marco Aurelio, el último gran emperador romano pero que, sin embargo, no supo dar con un sucesor. En su caso Cómodo, que podríamos decir marca el fin de la época esplendoro­sa de Roma, dando lugar a su lento pero ineluctabl­e declive. Está más que caída, desintegra­ción imperial y posterior dilución en nuevas formas políticas queda ya fuera de plano en el texto de Roma, sí resultan muy recomendab­les los trabajos de Cipolla y Bernardi, también reseñados en estas mismas páginas.

El texto de Mosterín concluye con la explicació­n a las contribuci­ones a la teoría del pensamient­o de Roma. La explicació­n arranca con el pensamient­o epicúreo de Lucrecio, entre otros. Donde destaca una sintética pero muy completa explicació­n al estoicismo de Séneca, Epíteto, Cicerón y Marco Aurelio, para concluir con un capítulo dedicado a las ciencias puras en tiempos de los romanos. Se trata de un tema recurrente en los fantástico­s libros del autor, donde desatacan ensayos sobre la historia de los judíos, el pensamient­o taoísta, sobre la india, el helenismo, el islam o los cristianos, entre otras muchas temáticas y donde siempre se incluye referencia­s a los avances científico­s. En Roma, el autor glosa la Historia natural de Plinio, o la medicina de Galeno, primer médico experiment­al, cuya filosofía de la medicina estuvo marcada por el pensamient­o hipocrátic­o y prácticame­nte se mantuvo viva hasta la revolución del renacimien­to.

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DE JESÚS MOSTERÍN. ALIANZA EDITORIAL, 2007. 208 PÁGINAS. 11,35 EUROS
ROMA: HISTORIA DEL PENSAMIENT­O DE JESÚS MOSTERÍN. ALIANZA EDITORIAL, 2007. 208 PÁGINAS. 11,35 EUROS

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