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¿Puede la peor sequía en años llevar a una recesión?
La falta de agua obliga a convertir regadíos en cultivos de secano, mucho menos rentables. Pero también afecta directamente al turismo o a la industria química y hasta hace que suba el precio de la electricidad.
El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, aludió recientemente al agua como motor de la economía de la región. Lo es, como de toda la ganadería y agricultura, pero también de otros sectores que van de la jardinería al turismo activo pasando por la industria química o la producción de electricidad. Así,
Moreno pedía ayuda para paliar la ausencia de lluvias de uno de los años más secos de las últimas décadas. Porque aunque parezca algo lejano, aún hoy una sequía puede contribuir a una recesión.
Las primeras civilizaciones ya se asentaron cerca de masas de agua y sus fuentes de riqueza y desde entonces nunca han dejado de buscarlas. Se explotaban sus bienes y se aprovechaban las rutas comerciales que ofrecían, ya fuese a través del mar o navegando el río, como en el Nilo o el Misisipi. No es casualidad que sea sinónimo de habitabilidad y lo primero que se busca en cualquier planeta susceptible de albergar vida. Pero la relación tiene un doble filo: la sequía tiene consecuencias devastadoras. Incluso para la economía.
Tener problemas para regar cereales, por ejemplo, afecta al agricultor, pero también al ganadero que los utiliza para los piensos, a sus economías familiares y a todos los mercados a los que llegan estos productos y sus derivados. Al fin y al cabo es otro de los insumos que, como la energía, terminan repercutiendo directamente en los precios de prácticamente todos los productos, no únicamente los básicos.
Según los últimos datos publicados por el Ministerio de Transición Ecológica, las reservas de agua están en niveles
tras 22 semanas seguidas –desde mediados de mayo– bajando: 17.747 hectómetros cúbicos, el 31,7% de su capacidad. Es también casi un 30% menos que el nivel medio al que han estado en este momento entre 1988 y 2022. En 1995, el año de la última gran sequía, los embalses estaban al 23%.Ya peligran cultivos como la oliva, el arroz o la uva.
SIN AGUA. “El problema de la sequía es que si el agricultor no tiene agua, debe sembrar el cultivo de secano”, ilustra Andrés del Campo, presidente de la Federación Nacional de Comunidades de
Regantes de España (Fenacore). “En la mayor parte de las cuencas, sobre todo en las del sur, no van a poder sembrar salvo en zonas aisladas”, explica. “Donde se puede se están dando riegos de socorro para salvar los cultivos perennes plurianuales, como olivos o frutales”, apunta del Campo. Si se pierde la producción, al menos la plantación sí estará a salvo. Andalucía –en torno al 15% y el 20% del empleo agrícola en las cuencas de Guadalquivir y Guadiana– o el Levante son dos de las zonas más afectadas por un problema con varias aristas. Perder un año puede suponer que importadores internacionales acudan a terceros mercados y recuperar a ese cliente no siempre es fácil.
La alternativa, al menos de momento, es pasar a cultivos de secano para salvar la campaña. No obstante, la producción es mucho menor y esto repercute en toda la cadena de valor. Por comparar, el regadío, que ocupa en torno al 18% de la superficie agraria útil y aporta aproximadamente el 65% de la producción. La reducción, de nuevo, también arrastra y agudiza el problema: no es únicamente que bajen las exportaciones, es que puede hacer que sea necesario importar, con el gasto adicional que conlleva. “Esperemos que llueva, porque si no vamos a sufrir todos las consecuencias”, se resigna el presidente de Fenacore.
Como es lógico, la situación se repite en toda actividad que dependa de que corra agua por ríos y embalses. Aunque Óscar Santos, presidente de la Asociación
Se necesitan entre 25 y 60 toneladas de agua para producir una tonelada del hidrógeno verde que está llamado a sustituir al gas en el sistema eléctrico. Y la sequía también afecta al precio de la luz.
Nacional de Empresas de Turismo Activo (Aneta), aún no ha podido cuantificarlo, sí reconoce ya una caída en la facturación y una relación “totalmente directa” con la sequía. “Lo hemos notado”, arguye antes de enumerar decisiones –que comparte– que afectaron al sector. En el río Gállego (Aragón), por ejemplo, se limitó a las mañanas el uso de actividades acuáticas, mientras que en otras zonas, como Ciudad Real, ni siquiera se pueden plantear ya que apenas hay embalses navegables: “Muchas empresas han tenido que suspender actividades”.
También hay consecuencias que en un principio pueden resultar menos evidentes. “La pérdida de calidad de agua que lleva aparejada la sequía conlleva unos mayores gastos y una mayor dificultad en los tratamientos de esta agua para su uso industrial”, detalla el premínimos sidente de la Asociación de Industrias Químicas, Básicas y Energéticas de Huelva (AIQBE), José Luis Menéndez. De momento se ha reducido el consu- mo de agua, aunque no hasta el punto de afectar a la producción, pero Menéndez advierte de que “puede afectar si persiste y se agrava la situación”. También aporta un dato: cada tonelada del tan es- perado hidrógeno verde necesita “entre 25 y 60 toneladas de agua”. “Está llamado a ser uno de los grandes vectores para la descarbonización de la economía y sin la disponibilidad de agua sería inviable dicho proceso”, apunta Menéndez.
LUZ MÁS CARA. El sector energético ilustra de forma doble la delicada relación entre el agua y la economía, porque la sequía afecta de distinta forma en varios puntos del sistema eléctrico, pero todo converge en un mismo punto: la luz es más cara. Con ella, como se ha visto en estos meses, se encarece el precio final de prácticamente cualquier producto.
Hay varios motivos detrás de ello. Por un lado, la propia generación, que necesita agua para producir, ya sea de forma directa –caso de la hidroeléctrica–, como de forma indirecta –se utiliza para refrigerar las centrales nucleares, por ejemplo–. Es decir, cuando hay sequía baja la producción de varias de las fuentes teóricamente más estables que la eólica o la solar, que dependen de elementos externos como son el propio sol o que haga viento.
Por otro lado está el funcionamiento del mercado eléctrico y la subasta inversa que ‘fija’ el precio de la luz. Al venderse toda la electricidad al precio de la última tecnología en entrar al mercado, la más cara, desde hace más de un año esto supone que se paga al alto precio de las centrales de ciclo combinado que utilizan gas. En un contexto en el que el sistema está en tensión constante, el gas tiene el papel de suplir las carencias de cualquier otra tecnología. Es decir, si no hay hidroeléctrica, eólica o solar suficientes para cubrir la demanda eléctrica, entra en funcionamiento el ciclo combinado.
Todo esto supone que cuando la escasez de agua hace que no entren en funcionamiento las centrales hidroeléctricas o afecta al de las nucleares, también encarece la factura de forma no tan indirecta. No se puede culpar a la sequía de ello –tiene mucho más peso el gas–, pero la Comisión Europea ya se plantea rediseñar el hasta ahora intocable mercado eléctrico
en un momento en el que la falta de lluvias lo ha tensionado de más.
POBREZA HÍDRICA. Detrás de todo el problema hay varias causas y no todas tienen que ver con las precipitaciones. “La clave no está en la sequía; la sequía
LAS PRECIPITACIONES OCURRIDAS ENTRE ENERO Y SEPTIEMBRE DE 2022, SON LAS TERCERAS CON MENOR VOLUMEN DE LA SERIE HISTÓRICA, PUES SÓLO SUPERAN A LOS PERIODOS CORRESPONDIENTES DE 2012 Y 2005, es el momento en el que muestra los colmillos el lobo, pero el lobo ya viene de atrás”, describe Pedro Arrojo, Relator Especial sobre los derechos humanos al agua potable y al saneamiento de la ONU. “Yo ya no hablo de la pobreza energética, hablo de la pobreza hídrica”, sentencia.
Así, señala directamente la sobreexplotación ilegal en torno a un millón de pozos, según estima- de “los pulmones hídricos de la naturaleza”. “Se trae agua que está a 80 kilómetros en lugar de resolver el proble