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De las pesetas de la Giralda al superhéroe emprendedor
ice cierta teoría macroeconómica que cuando a España las cosas le van bien, a Andalucía suelen irle mejor; y que justo lo contrario sucede en periodos grises o negruzcos. Los años más recientes, los del mandato tranquilo de Juan Manuel Moreno Bonilla
(PP), suavizan ese planteamiento hasta casi desactivarlo.
Si se atiende por ejemplo al panel de BBVA Research, la evolución del PIB y el desempeño de la corrosiva inflación, por citar dos marcadores críticos, serán muy similares al cierre de 2022 y durante 2023 en el país y la comunidad. Sólo la tasa de paro (12,67% en España versus 18,98% en Andalucía; EPA del tercer trimestre) se mantiene década a década como verdadero factor diferencial, y aquí las explicaciones oscilan entre las inercias del legado histórico, los 40 años de socialismo regional y la menor industrialización del cono ibérico meridional.
El otro problema estructural es el excesivo
Dpeso que la Junta de Andalucía y el conjunto de administraciones tienen en la zona. Las cuentas públicas de la comunidad para este año se elevan a 43.816 millones de euros. Ninguna empresa andaluza se acerca siquiera a semejante musculatura financiera. Inditex, una verdadera campeona nacional, facturó 27.716 millones en 2021. Además, según el Boletín Estadístico del Personal al Servicio de las AAPP (Bepsap), en la Junta trabajan 299.887 personas. Si se suman ayuntamientos, diputaciones y funcionarios estatales, el número roza los 500.000 efectivos, 60.000 más que la suma de las poblaciones de dos ciudades como Cádiz y Córdoba.
¿Qué debe ocurrir en los próximos tiempos para que una de las áreas menos ricas de España crezca con ciertas garantías de éxito? Por sentido común (y por necesidad), lo mismo que en cualquier otra parte del planeta: las consecuencias del cambio climático, con sus sequías prolongadas, los fenómenos extremos y el repliegue imparable de la fauna y la flora; el constipado aparentemente eterno de las cadenas de suministro; el agotamiento de un modelo basado en el consumo ilimitado; la inestabilidad geopolítica (Ucrania y Rusia, el avispero asiático, las cuitas de Oriente Medio); la escasez de materias primas; la volatilidad de los precios y el desafío energético colocan a los líderes mundiales y a sus satélites ante la partida más compleja de la humanidad. Llega el tiempo de la disrupción.
Ciertas señales invitan a pensar en el despertar colectivo. Cada dos o tres semanas uno se topa en la autopista con un coche eléctrico. La sostenibilidad se cuela en los discursos oficiales. Las terrazas siguen llenas de turistas a pesar de que una habitación de hotel está por las nubes. Los estantes de los supermercados disponen todavía de papel higiénico. Se levantan inmensas promociones inmobiliarias con paneles solares y aerotermia. Existe el teletrabajo, impulsado por herramientas como
Zoom, Slack o Circuit.
Los autónomos se las ingenian para seguir pagando sus cuotas.Y en Japón hay focas robóticas de peluche que cuidan de sus ancianos.
El peso de una duda.
Sobrevuela la incógnita de si esto es suficiente. Moreno Bonilla avanzaba hace apenas un mes que los próximos presupuestos de la Junta reservarán 6.015 millones a “actuaciones de carácter económico” destinadas a “potenciar sectores clave como agricultura, industria, innovación y turismo”. Ciertamente, el primero y el cuarto son el corazón monetario de Andalucía, pero quizás la pista de la faena pendiente se mueva en torno al tercer punto. Renovarse o morir.
Si la economía 4.0 nace deslocalizada gracias en gran medida a la impresión 3D (los coches ecológicos de la española Liux son un buen ejemplo); si verticales tan cualificados como aeronáutica, energías renovables y agrotech confieren a quien sabe posicionarse en ellos un escaño dominante; si multinacionales como Google, Oracle y Vodafone eligen la Costa del Sol para abrir sus centros europeos de excelencia empujados por el clima y el talento asequible; y si el boom de las startups crea de hecho un nuevo tipo de empresa basado en el ADN digital, la deep-tech, la escalabilidad
y la ambición global con potenciales efectos multiplicadores, Andalucía debe explotar esa veta sin pestañear ni una milésima de segundo. Tomando como referencia este último termómetro (las startups), los más optimistas incluso podrían plantear que el anterior Ejecutivo andaluz (2019-2022), el del pacto entre Partido Popular y Ciudadanos, ha sido el más moderno, audaz e iconoclasta de la historia regional, pues frente a las castañuelas del Rocío y la Feria y el redoble de tambores de la Semana Santa, eventos sin duda tonificantes para el cuerpo y el espíritu, aquel Gobierno se sacó de la manga varios conejos en clave contemporánea. ¿Dónde se ha visto que un gabinete de señores trajeados con coche oficial avale la celebración de un evento como Startup Andalucía Roadshow? ¿Dónde, salvo quizás en Estonia, la política ha armado junto a tres corporaciones de capital riesgo sendos fondos para emprendedores?
¿Y SI…? Si la economía fuese un juego de mesa (más el Risk que el Monopoly) y la fiebre modernizante, como el dinosaurio de Monterroso, continuase ahí, podría orquestarse un planteamiento similar al siguiente: Andalucía tiene más o menos la misma población que Israel y algunos de sus genes y desafíos (el agua, la agricultura); temperaturas parecidas a las de California; sólidas escuelas de ingenieros industriales y de telecomunicaciones; infraestructuras de primer orden (aunque mal repartidas); conexiones razonables con Madrid; parques científicos y tecnológicos punteros (Granada y sus ciencias de la salud; Sevilla y la Cartuja; Málaga y el PTA); empresas que ya han recorrido un enorme sendero (la fallida Abengoa, Ayesa, Migasa, Covirán, Cosentino, Dcoop) y otras que pelean por recorrerlo (Genially, Freepik, Universal DX)... ¿Por qué no da ya el salto cualitativo y rompe por arriba el diferencial con España?
Caben, como siempre, infinidad de respuestas, aunque quizás la principal, la que lo explica todo, tiene que ver con las prioridades de la sociedad civil. Si Cataluña ha sido, proverbialmente, tierra de comerciantes; si allí los castellers nunca han sido más influyentes que el Cercle d’Economia o Foment del Treball, en Andalucía el esfuerzo de sus pioneros, empresarios, inventores y genios se ha visto oscurecido o directamente sepultado por el relato del folclore. Juan Martínez-Barea, CEO de Universal DX, lo razonó muy bien durante una entrevista hará dos años: “Mi objetivo [hablaba del proyecto Sputnik, vigente y coleante] es que los chavales del mañana tengan en sus cuartos, junto al póster del futbolista que les gusta, el del emprendedor que les inspira. Los emprendedores deben ser los héroes del siglo XXI”.
Andalucía es como una España en pequeñita.
Tal vez algo más guasona, puede que algo más vivaz, pero en el fondo hija de la matriz. El retraso andaluz frente al conjunto equivale al retraso español frente a Europa. Y, sin embargo, nadie osa ya cuestionar las marcas españolas más prestigiosas, ni los servicios prestados por sus tecnológicas, ni el singular poderío de sus artistas, cocineros, abogados y arquitectos.
Ese espejo devuelve un reflejo diferente. El nene descamisado que pedía pesetas junto a la Giralda en los años setenta es hoy el veinteañero que quiere cambiar el mundo.