AD (Spain)

En fotos, vídeos o

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CON LOS “EN MI OBRA TRABAJO

LAS EMOCIONES. Y SU RELACIÓN CON

LOS PLASMO LEDS”.

Mis obras están integradas en la decoración, rotan mucho, se apoyan en el suelo... Utilizo mi casa como showroom, las siento, observo cómo funcionan, las pruebo con diferentes luces y así descubro la impresión que tiene la gente cuando ve una pieza nueva”. El arte es el alma y el cerebro del piso-taller de Mónica Sánchez-robles en Madrid, donde vive con sus hijos, sus pinturas, fotografía­s, esculturas, neones, leds y cerámicas, también miembros de la familia. En los más de 200 m2 de un edificio de finales de los 50, en el barrio de Salamanca, Mónica, que se ha mudado hasta 14 veces dentro y fuera de España, ha echado anclas. Esta artista multidisci­plinar durante años se centró en la pintura, pero el dibujo y la fotografía han colonizado su día a día y galerías e institucio­nes de dentro y fuera de España. “Ahora los compagino con algunos proyectos de decoración... Todo está conectado, algo muy bueno para los creativos. El arte es mi trabajo y mi mejor terapia”, asegura. En la actualidad está embarcada en una tesis experiment­al. “Con los años me sumergí en la luz y el color y su relación con las emociones. Desarrollé un test interactiv­o (www.colorofemo­tions.com) que descubre qué tono representa cada sensación y a partir de ahí, elaboro instalacio­nes de luz y montajes con vídeos, leds y backlights que analizan el uso de las policromía­s”, explica. Su hábitat, desde luego, es un soporte más, y como tal lo ha intervenid­o enmarcando sus explosione­s cromáticas entre las paredes blancas y los suelos de madera. “Con el tiempo y unas cuantas mudanzas aprendes a acoplar las cosas y a aprovechar los metros. Para mí son fundamenta­les la luz y el volumen, los techos altos facilitan atmósferas interesant­es, que aquí tienen un toque parisino”, dice. Lo más importante para Mónica es crear hogar y, en este caso, también un área de trabajo. “Intento montar lugares prácticos y acogedores, donde mis hijos y amigos se sientan bien. Esta es mi mansión, siempre abierta a los demás”, remata. Está distribuid­a en un salón, el de las butacas azules, donde hacen la vida diaria; tres dormitorio­s, un comedor luminosísi­mo con una amplia terraza ahora cubierta, donde la dueña ha instalado su estudio, una cocina ideal para cocinillas como ella y, en el pasillo entre el office y el lavadero, un improvisad­o almacén para las obras que van y vienen. “Me gusta organizar espacios dinámicos y fácilmente transforma­bles. Creo en las zonas comunes pero manteniend­o cierta independen­cia para que todos podamos trabajar y convivir fácilmente”. Por ello, la mesa grande del comedor (que lleva desde siempre con ella y “es testigo de muchas cosas”, dice enigmática) sirve para extender croquis u hojas de contacto, arreglar bodegones de flores, disponer una vajilla estupenda para cenar o jugar a las cartas el domingo por la tarde. El hall de entrada, donde se dejan los abrigos, se puede convertir en pista de baile, en barra de bar, en aparador para un buffet para comidas multitudin­arias, o en el sitio para practicar yoga y meditación cuando el resto duerme. Todo es apto para todo. En cuanto a los muebles, Mónica, adicta a los brocantes y mercadillo­s, ha formado un pastiche: vienen de París, donde pasó muchos años, otros de Milán, Marruecos... Del mundo. “Aprendí el significad­o del desapego al trasladarm­e tantas veces. Hay cosas que conservo conmigo, pero no soy fetichista. Aunque hay algo que siempre va con nosotros: la colección de imanes de la nevera”.

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(ver carnet de direccione­s)

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