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EL DISEÑADOR JEAN-MICHEL FRANK REVOLUCION­Ó LOS INTERIORES ENTRE LOS AÑOS 20 Y LOS 40 RECUPERAND­O LOS MATERIALES MÁS EXQUISITOS DEL SIGLO XVIII. CON PAPIRO, CUERO O MARFIL Y UNA AMPLIA GAMA DE BEIGES, EL FRANCÉS CREÓ UN NUEVO LUJO MINIMALIST­A, REFINADO Y

- Por eduardo merlo

E xito y tragedias, fortuna, poder y drogas. La azarosa biografía de Jean-michel Frank (París 1895, Nueva York 1941) podría inspirar una novela. Hijo de un banquero judío asentado en París, pronto llamó la atención por su admiración hacia el arte, algo poco usual entre los varones de la época. En 1911 comenzó a estudiar Derecho, pero el estallido de la I Guerra Mundial truncaría el destino de los Frank. El conflicto se cobraría la vida de sus hermanos mayores, lo que sumergió a su madre en una terrible depresión e incitó a su padre al suicidio. Al terminar la contienda, y gracias a una abultada herencia, empezó a frecuentar la sociedad de l’avant gardé. En aquel momento, las calles eran un hervidero cultural en el que la creación se regaba con fuertes dosis de opio y heroína y las relaciones homosexual­es (como las que él mismo protagoniz­ó) ya no se escondían. En este animado contexto conoció a la mecenas chilena Eugenia Errázuriz, que le introdujo en los círculos de poder. Ella le descubrirí­a la belleza del XVIII y los secretos del pujante modernismo, abriéndole las puertas del mundo de la decoración. Escritores, políticos y artistas se convirtier­on en sus mejores amigos y más fieles clientes. Así, en 1920, abrió su primer estudio con Adolphe Chanaux y, un año después, concibió su primer diseño: una mesa tapizada con galuchat ,la Chinoise. Pero la fama le llegaría tras realizar la casa del vizconde Charles de Noailles: una puesta en escena de un lujo discreto en el que paredes forradas con pergamino y cuero blanqueado, su sello personal, servían de lienzo a pinturas de Picasso o Braque. Y es que a pesar de su carácter depresivo, fue artífice de un sosegado minimalism­o rico en materiales nobles que declinaba en un infinito abanico de beiges. Este estilo sedujo a grandes como Christian Bérard o Elsa Schiaparel­li y a diseñadore­s como Ignacio Pivorano, para el que más tarde trabajaría en la empresa argentina Comte, que produjo algunos de sus diseños más icónicos. Ya consagrado, en 1935, inauguró estudio con nombre propio, desde donde colaboró con los hermanos Giacometti o el arquitecto Emilio Terry para obras como el apartament­o de los Rockefelle­r en Nueva York. Tras la ocupación nazi de Francia se instaló en Buenos Aires, donde desarrolló proyectos como el hotel Llao Llao, en Bariloche. Con 46 años, atormentad­o por el devenir de la II Guerra Mundial y por un profundo desamor, saltó de un rascacielo­s en Manhattan. Su muerte dejó para la posteridad esa mezcla de líneas simples y acabados suntuosos que le caracteriz­ó. El estilo Frank perdura.

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