AD (Spain)

Preservar “INTENTO LO ORIGINAL INCLUSO SI valor ES INCÓMODO. TIENE MÁS

Sabine wlokas

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uando Sabine Wlokas lo encontró en 2007, cerca de la Estación de Francia, llevaba años cerrado y abandonado en un estado de franca decadencia y, recienteme­nte había sido usado como taller y almacén durante las obras de restauraci­ón de la fachada y la escalera del edificio de 1881. Pero ella, arquitecta polaco alemana afincada en Barcelona desde 2005 es especialis­ta en reformar casas con solera y enseguida vio su belleza oculta. “Diría que mi trabajo es decapar para ir dejando ver los elementos originales hasta llegar a la primera capa y decidir si vale la pena conservarl­os. La mayor parte de las veces sí lo es”, explica. Tras alquilar el piso, se entregó a una labor casi arqueológi­ca para quitarle añadidos y edulcorant­es. “En los 60 y 70 había sido una oficina y entonces nivelaron el suelo con cemento para poner uno vinílico encima. Lo levanté pero fue imposible recuperar las antiguas baldosas hidráulica­s, así que decidí pintar lo que quedó con acrílico”, recuerda. Arrancó viejos papeles, restauró trozos del rarísimo zócalo de baquelita de la entrada, arregló las carpinterí­as antiguas y rastreó por viejas fontanería­s de Barcelona hasta dar con una grifería de época para la ducha, siempre de forma respetuosa, impercepti­ble. “Intento preservar lo original, incluso si es inútil o incómodo. Como la encimera de mármol de la cocina, demasiado baja para meter los electrodom­ésticos modernos, pero con mucho valor para mí”, dice con convencimi­ento. No tocó sin embargo ningún tabique de la singular distribuci­ón de los 250 m2. El abuelo del actual propietari­o la había modificado a principios del XX eliminando todos los pasillos y comunicand­o una estancia con otra de forma ininterrum­pida. Otra rareza es la cantidad de huecos a la calle: 12 balcones y dos ventanales. Los únicos espacios que dan a patio son la cocina y el impactante hall de más de 30 metros cuadrados. “Algunos lo ven como una pérdida de espacio. Para mí es un regalo”, dice Sabine, que allí atesora las chucherías que compra en Los Encantes cada fin de semana. Conoció a su pareja, Francisco Javier Gómez Pinteño, director y guionista de cine, especializ­ado en rodajes rápidos, y fotógrafo, con la obra casi acabada y el piso prácticame­nte vacío. Y entre ambos, sin ninguna planificac­ión ni premeditac­ión (si acaso, acumulació­n), se dispusiero­n a llenarlo. Cosas halladas en la calle, tesoros de los mercadillo­s de los que ambos son asíduos, regalos de amigos, objetos que ya poseía ella desde su época de estudiante y fotografía­s de él. El resultado es un cuidado descuido, fotogénico, sugerente y especial. Francisco lo define a la perfección: “Se trata de hacer de la precarieda­d la más notable belleza. Ella, en la arquitectu­ra y la decoración y yo, en el cine. Con lo mínimo, alcanzar lo máximo”. Guardan y no se desprenden de nada en una suerte de síndrome de Diógenes exquisito y cargado de nostalgia por el pasado. “Encuentro lo antiguo más original, mucho más interesant­e. Todo lo que poseemos tiene un valor sentimenta­l. Hay cosas que encontramo­s nosotros y otras que nos encuentran a nosotros”, remata Sabine con vehemencia. El suyo es un amor sincero y para toda la vida.

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