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“Diseñé el jardín que tenía en mi IMAGINACIÓ­N, un oasis de color en mitad del DESIERTO”.

Agnès emery

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a diseñadora belga Agnès Emery creó un vergel escondido entre los gruesos muros de piedra de su riad de Marrakech. Los naranjos, los limoneros, las fuentes y el sonido de los pájaros son parte del encanto de este exótico santuario teñido por Emery en una amplia gama de azules Majorelle y verdes jugosos. Parece un universo ajeno a la caótica y ruidosa Medina que lo rodea. “Marrakech es conocida como la Ciudad Roja y resulta seca y árida vista desde fuera. No hay apenas vegetación y las paredes de los edificios están cerradas a cal y canto, sin ventanas, vacíos de vida –explica Emery–. Por eso buscaba darle frescura a mi casa. Este jardín es el que tenía en mi imaginació­n: un oasis de colores en mitad del desierto”, añade. Agnès vive en Bruselas, donde hace algo más de 20 años fundó su propia firma, Emery & Cie. Según ampliaba su oferta de papeles, azulejos, pinturas, textiles y muebles, se dio cuenta de que pasaba cada vez más tiempo en Marruecos, donde se producen gran parte de sus diseños, y decidió buscar allí un lugar donde quedarse en sus frecuentes estancias. “No fue tanto por placer como por negocios, no me enamoré de la ciudad en aquel momento. Vi cientos de viviendas durante meses hasta que encontré esta”, cuenta. La suya es hoy una embajada de su marca, alicatada con sus baldosas hidraúlica­s, y la base de sus incursione­s por los zocos, donde colabora con los artesanos locales que manufactur­an sus coleccione­s. “Este es el mejor sitio del mundo para fabricar lo que diseño. Viven increíbles profesiona­les de la cerámica, las lámparas, el hierro, los azulejos... Necesitaba estar cerca de ellos, aunque hubiera sido más agradable dormir fuera de la Medina...”, remata. Su refugio tiene cuatro pisos organizado­s alrededor de un patio central con una alberca. Siguiendo la tipología de los riads tradiciona­les, la mayoría de las habitacion­es dan aquí para aprovechar la luz natural: la sala de estar de la parte de abajo, el estudio de la primera planta y los cinco dormitorio­s. Y las azoteas lucen terrazas a las que ella ha dotado de una personalid­ad estética diferente. “Como es habitual aquí, los espacios cambian de uso según la estación. Durante el verano paso la mayor parte del tiempo en la planta baja, menos calurosa. En invierno me retiro al solarium del tejado. Mi rincón preferido es mi estudio, desde donde observo el muro pintado de azul y los árboles: me da tranquilid­ad y estimula mi imaginació­n”, relata. Algunos años después de renovar la estructura original, le añadió un apartament­o para invitados y, más recienteme­nte, compró la casa de al lado y la integró en la suya a través de una especie de túnel camuflado. Maison de l’ours (Casa del Oso), como la llamó, también se articula alrededor de un patio con una fuente y un limonero, y está cubierta con azulejos de la última colección de Emery, más abstractos y contemporá­neos, con murciélago­s y peces jugando con motivos florales. El suelo de una salita está tatuado con los versos de uno de sus poemas favoritos de Jacques Prévert. “Quizá compre otra algún día, ¿por qué no? Me gusta trabajar para mí misma. Es divertido y motivador”, concluye.

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