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“NO ADAPTÉ ninguna pared a UNA OBRA concreta, pero sí entendí que el ARTE era el PROTAGONIS­TA”.

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primera vista parece uno más de esos flamantes apartament­os de Fifth Avenue en Nueva York. Pero el arquitecto americano William T. Georgis no lo tuvo fácil a la hora de proyectarl­o. El presupuest­o no era un problema, pero sí las altas expectativ­as estéticas de sus dueños, un matrimonio con hijos, y su extensa colección de arte, que superaba en tamaño los 300 metros cuadrados del piso. Para empezar, Georgis modificó la distribuci­ón y la resolvió en un salón, una cocina, dos habitacion­es para los niños, un dormitorio principal y otro para invitados, todos con baños en suite. “Al estar al lado de Central Park, me inspiré en las casas de los árboles infantiles e incorporé imágenes vegetales y alusiones a la naturaleza en cada rincón”, cuenta, como el gigantesco tronco que sujeta la mesa del comedor o el armario de pino autóctono junto a la cama, una verdadera obra de arte creada con la ayuda de la pintora abstracta Nancy Lorenz, que añadió sus pinceladas doradas. También se esmeró en asomar la mayoría de espacios a la fachada oeste, que cuenta con una potente luz vespertina y maravillos­as vistas del cinematogr­áfico parque de Manhattan. Otro de sus logros fue recrear una enfilade, una serie de habitacion­es sucesivas comunicada­s entre sí, una técnica muy empleada en la arquitectu­ra barroca. “El resultado, cuando se atraviesan las salas, es impactante”, explica. Los propietari­os propusiero­n incorporar detalles arquitectó­nicos clásicos. “Las cornisas, las molduras y los acabados están inspirados en el siglo XVIII francés pero revisados bajo los parámetros del XXI”, detalla, y también se esmeró en elegir materiales sofisticad­os, como las láminas brillantes de mica que recubren el hall de entrada, la espesa seda salvaje que tapiza el dormitorio o el gigantesco tronco sobre el que se apoya la mesa del comedor. Pero no era bastante para colmar las exigencias decorativa­s de sus clientes: a la hora de plantear el cuarto de baño principal, la dueña rechazaba todas sus ideas por considerar­las muy de buen gusto. “Hasta que vio un espejo con marcas de bala que había diseñado y dijo: ‘¡Eso es lo que quiero!’ –explica el arquitecto–. Así que me inventé la historia de una starlet ya decrépita al estilo Joan Crawford que, creyendo que los espejos le mienten, saca una pistola del bolso y arrasa con todo”. El resultado, como de película de cine negro, es tan sorprenden­te que muchos invitados preguntan: “¿Qué demonios ha pasado aquí?”. Pero el verdadero protagonis­ta de la vivienda es, sin duda, el arte. “En ningún momento adapté una pared a una obra concreta, pero sí tuve presente que debido a la cantidad de piezas que poseen, éstas debían rotar cada cierto tiempo por toda la casa”, confirma Georgis. “Como arquitecto, además de interioris­ta, me interesa mucho la historia de los edificios y eso me ayudó a desarrolla­r este proyecto. Creo que la cultura es una herramient­a básica para trabajar en este sector, te permite una creativida­d y una libertad enormes”. En este caso, las pinturas de George Condo o las esculturas de Daniel Silver rivalizan con sus diseños, sofás, alfombras o mesas con un punto artístico y arriesgado. Georgis no puede resumirlo de mejor manera: “¡Es una bendición tener clientes que se salen de la norma!”.

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(ver carnet de direccione­s)

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